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El mejor guión para Orson Welles

  • Retrato. Ignacio Romero de Solís presentó la segunda parte de ‘Palmagallarda’, saga cuya idea surgió hace medio siglo en un encuentro en Burgos con el director de ‘Ciudadano Kane’

De izquierda a derecha, Rafael Valencia, José Manuel Macarro, Ignacio Romero de Solís y Antonio Molina Flores.

De izquierda a derecha, Rafael Valencia, José Manuel Macarro, Ignacio Romero de Solís y Antonio Molina Flores. / José Ángel García

HAY novelas que relatan los hechos mejor que los historiadores, dijo José Manuel Macarro en la glosa de Palmagallarda (Renacimiento.Los Cuatro Vientos), la segunda entrega de Ignacio Romero de Solís. El otro presentador, Antonio Molina Flores, puso ejemplos: Guerra y Paz, El Gatopardo, el ciclo carlista de Valle.

La Vapora es el título de esta segunda entrega, arropada en su bautismo por muchos incondicionales en la Casa de los Pinelo. Las Buenas Letras de la Academia que dirige Rafael Valencia las cumple de sobra el proyecto, del que su autor ya anunció que al comienzo del otoño le entregará al editor la tercera parte. Abelardo Linares, de Renacimiento, estaba entre el público.

Esta novela de memorias empieza en 1937, el año que nace su autor. Pero en absoluto es una autobiografía. En todo caso, parafraseando a Ramón Gómez de la Serna, una automoribundia. “Un mausoleo fabuloso de marginalidad social; no sé si me perdonarán este homenaje tan fúnebre”, reconoció el autor.

Del 37 al 47. De Queipo a Evita. Por medio, los años más terribles: por el sufrimiento, “mucho peor en la retaguardia que en el frente”; por la hambruna. Y el decorado social de personajes como el cardenal Segura, Queipo, Franco, “que venía mucho porque Sevilla era la capital militar y económica, la base de la legión Cóndor”. Una ciudad en la que estaba preso Arthur Koestler, por donde pasó el espía Kim Philby.

No trata de la aristocracia terrateniente, dice Romero de Solís, “sino de la nobleza terrateniente. Aristócratas siempre habrá, pero nobles menos; y nobles con campo menos todavía”. Macarro dijo que frente al tópico, “la República va a cortar la modernización del campo andaluz”.

Un campo del que salen personajes como El Algabeño. “Hoy tiene muy mala prensa”, dice el autor de quien ha sido expulsado del callejero, “pero era un tipo de romance. Lo trajeron muerto y fueron cuarenta mil personas a esperarlo a la estación de tren para llevarlo a hombros a La Algaba y no había solo falangistas”.Como lo contó Molina Flores, Perico Romero de Solís, a quien su hermano le dedica esta segunda entrega, le pidió a Ignacio cómo fue aquel encuentro con Orson Welles que fue el detonante de esta trilogía familiar y social.

Fue un día de San Pedro de 1968 en Burgos. “Toreaban Antonio Bienvenida, Antonio Ordóñez y un tercero que no recuerdo. Domingo Dominguín era apoderado de Bienvenida y de Ordóñez y empresario de la plaza de Burgos. Antes de los toros, Orson Welles estaba en un restaurante detrás de tres botellas de Rueda y cáscaras de cangrejos”. El cineasta le habló de la ilusión por hacer una película sobre esa clase social en trance de desaparición. No la iba a hacer “porque lo que de verdad le importaba era la Feria de Abril, San Isidro, Pamplona, la plaza de Málaga, la de Ronda”. No hizo la película, pero su joven contertulio, este noble que estuvo preso en Carabanchel y exiliado en París, aceptó como suyo el encargo para hacer su Guermantes andaluz.

La vida narrada es mucho más que literatura, dice Molina Flores. Un universo de paradojas donde decrecía esa clase social ante el auge cual meteorito de Falange, un partido nuevo, explica Macarro, que estaba contra la corbata y favorecía el tuteo.

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