Los ministros españoles, chalecos antibalas de Sánchez en la cumbre de la ONU de Sevilla

Por Fibes han pasado 12 representantes de las distintas carteras del Gobierno que han afrontado todo tipo de cuestiones relativas al ingreso en presión de Santos Cerdán

La cumbre de la ONU en Sevilla: Mucho ruido y poca influencia

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en la cumbre de la ONU.
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en la cumbre de la ONU. / Rocío Ruz / EP

"El PSOE actuó de manera contundente y ahora es el momento de la Justicia". Si busca en la hemeroteca, no encontrará más declaraciones del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, sobre Santos Cerdán durante los cuatro días que ha durado la cumbre de la ONU en Sevilla. Un cuestionado silencio que se agrava si se tiene en cuenta que el ingreso en prisión del ex secretario de organización del partido estalló el lunes, a la misma hora en la que Sánchez ocupaba asiento como anfitrión de la cita internacional junto al secretario de Naciones Unidas, António Guterres. Como no ha habido viajes a Madrid -ni uno express- el rosario de ministros que han pasado por la ciudad han sido el mejor chaleco antibalas para contestar a preguntas -muchas- de la prensa sobre la presunta trama de corrupción. El jefe no se ha salido ni un milímetro de la agenda oficial programada.

Lo cierto es que la cumbre de Naciones Unidas, en la que se ha hablado profundamente y en todos los idiomas imaginables sobre inversiones, proyectos y deseos bienintencionados -marca de la casa- ha quedado terriblemente empañada por el que hasta hace dos días era número 3 en el organigrama del partido. Su ingreso en prisión ocupó la primera plana de los noticieros naciones, quedando la cita internacional relegada a un segundo plano. Ni siquiera la presencia de Macron el mismo día de la inauguración consiguió opacar la segunda vida del pamplonés. Esa de la que supuestamente "nadie sabía nada", según comentaban fuentes del Ejecutivo entre corrillos de periodistas nacionales por los pasillos de Fibes. De "poner la mano en el fuego por él" al shock generalizado.

Las cuestiones a los representantes de todas las carteras del Ejecutivo no se quedaron en el lunes, día en que cualquier actualización sobre la causa abría una ventana para conectar en directo con el programa televisivo de turno y a crear una nueva pieza informativa que ofreciera una clave hasta entonces desconocida. Ya se sabe, desconcierto generalizado. Yolanda Díaz, ministra de Trabajo y Economía Social, ha sido la voz más dura con el Ejecutivo de cuantas se han escuchado en Fibes. "Sin paños calientes, lo que estamos viviendo en España es muy grave", señalaba la dirigente con evidente indignación. Sin tapujos, reclamó actuar "con toda la contundencia" frente a la corrupción y "pegar un giro copernicano" en la cultura política.

Además de ella, han pasado por la ciudad la friolera de 11 ministros. Más de la mitad del cuerpo del Gobierno nacional. Desde Carlos Cuerpo hasta Mónica García pasando por María Jesús Montero y Óscar López. A pesar del despliegue, ninguno fue capaz de dar una respuesta al caos de Santa Justa en una semana clave. Mucho menos acercarse a la estación para calmar las aguas.

En esta línea, la tibieza se apoderó de un Ejecutivo tradicionalmente contestatario. Del "hay que dejar trabajar a la Justicia con serenidad" a medio gas del ministro de Asuntos Exteriores, Unión Europea y Cooperación, José Manuel Albares, al apoyo firme del representante de Transformación Digital y la Función Pública, Óscar López: "Sánchez debe seguir". Quizás, la reacción más alineada con la ciudadanía llegó el jueves de la mano del ministro de Derechos Sociales, Consumo y Agenda 2030, Pablo Bustinduy, cuando expresó su profunda "decepción". No extraña que hayan sido los dirigentes de Sumar los que se hayan salido del argumentario oficioso.

A pesar del afán de Sánchez por participar hasta el último día en el máximo número de mesas redondas, foros y reuniones privadas, al grueso de la ciudadanía poco le importan los millones comprometidos para luchar contra enfermedades letales como la malaria y la tuberculosis; para hacer frente al cambio climático, cuyos efectos -por cierto- han sido más que evidentes durante todo la semana y para rebajar la deuda de muchos lugares del mundo sin acceso a servicios básicos como la educación.

El camino que ha tratado de trazar España durante cuatro días -aplaudido de forma general por los 160 países participantes- en materia de cooperación internacional ha quedado emborronado por la misma corrupción que los condujo al Gobierno. Esa que también suele maltratar a los países más desfavorecidos, muchos de ellos presentes en la cumbre. Si lo lógico es predicar con el ejemplo, dar la cara en Sevilla -aún estando a 500 kilómetros del fuerte de Moncloa- habría sido una verdadera muestra de sensatez en este mundo cada vez más díscolo.

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