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Mucho más que pintar a la mujer morena

  • Muestra antológica. La Fundación Cajasol acoge hasta septiembre una exposición del pintor cordobés Julio Romero de Torres

Un momento de la inauguración de la exposición sobre Julio Romero de Torres.

Un momento de la inauguración de la exposición sobre Julio Romero de Torres. / D.S.

Apenas hay hombres en los cuadros de Julio Romero de Torres (1874-1930) que pueden verse hasta finales de septiembre en las salas Velázquez y Murillo de la Fundación Cajasol. Sale uno de la muestra pensando en el título de esa película de Fellini: La ciudad de las mujeres. Julio Romero de Torres no sólo pintó a la mujer morena, como reza la canción que popularizó Manolo Escobar y figura en el repertorio de tantísimas tunas universitarias.

El título de la exposición, 'El sentimiento místico', es un acierto porque es una forma de reivindicar a las mujeres que pinta el artista cordobés mucho más allá de los tópicos y los estereotipos. Algunas tan poderosas como Raquel Meller o Pastora Imperio, así bautizada por el Nobel de Literatura Jacinto Benavente. La ciudad pictórica de las mujeres de Julio Romero de Torres está llena de hombres: los amigos del pintor que ensalzan sus méritos y lo encuadran con letras mayúsculas en la historia del Arte: además del propio Benavente, Valle-Inclán, que aparece en alguno de los cuadros y filmaciones, Ramón Pérez de Ayala, Ortega y Gasset o Manuel Machado, que le llama "inenarrable Leonardo cordobés".

En su pintura hay un antes y un después en su viaje a Italia. Bebe en las fuentes del prerrafaelismo, como anota su amigo el gallego Valle-Inclán. La huella del impresionismo le aleja de la fotografía en los retratos de sus personajes. Imágenes que valen para la Fábrica de Moneda y Timbre, como la piconera que ilustró los billetes de 100 pesetas (hoy 66 céntimos de euro) entre 1955 y 1978, y también para los mejores museos y galerías de coleccionistas.

No se entiende Romero de Torres sin su época. Nace en los últimos días de la Primera República y muere un año antes de que se proclame la Segunda. Hay un curioso paralelismo con dos poetas que como él captaron como pocos el alma de la mujer: Romero de Torres nace el mismo año que Manuel Machado (un poema de su hermano Antonio aparece en la exposición) y muere el mismo año que Fernando Villalón, el poeta de la generación del 27 y ganadero que soñaba con toros que tuvieran los ojos verdes.

La exposición se sigue muy bien con las indicaciones certeras de la comisaria, Marisa Oropesa. Un viaje artístico por el primer tercio del siglo XX con obras imprescindibles como La consagración de la Copla: una asamblea de mujeres con hombres figurantes, el torero Machaquito, amigo del pintor, un sacerdote que de rodillas procede a consagrar a la mujer que simboliza la copla y casi en el margen del cuadro el propio Julio Romero de Torres con su inconfundible bigote.

Su pintura representa uno de los numerosos periodos de esplendor que ha vivido la ciudad de Córdoba, una Florencia andaluza que fue la Nueva York de Occidente en el Al-Andalus de los Abderramanes; cuna del poeta Luis de Góngora, detonante en el tercer centenario de su muerte de la generación del 27, tan pictórica y taurina; patria del grupo Cántico de poesía, puente entre el 27 y los novísimos; y fragua taurina de leyendas como la de Manolete, de quien el próximo 29 de agosto se cumplen 75 años de su cogida mortal en Linares y sólo tenía 13 años cuando muere el maestro Julio Romero de Torres.

El pintor tuvo tres hijos y dejó una obra que el tiempo ha colocado en su sitio. La exposición se enriquece con unas imágenes casi centenarias, unos fotogramas de la Twentieth Century Fox donados a la Universidad de Carolina del Sur en los que se ve al pintor trabajando en su estudio en un desnudo femenino. Imágenes grabadas entre noviembre de 1925 y enero de 1926.

Fue uno de los artistas que participó en la Exposición Iberoamericana de 1929 en Sevilla, que tuvo como comisario al cordobés Cruz Conde, mano derecha del dictador Miguel Primo de Rivera. Se cumple un siglo de la exposición que inauguró en Buenos Aires en la que presentó el retrato de Pastora Imperio.

Los tunos no tienen la culpa, ni Manolo Escobar, ni los encargos que recibió de Unión Española de Explosivos, donde pinta a unas mujeres de carácter, puro fuego semiótico y publicitario, damas libres con miradas de actrices de las películas de Fritz Lang. El sentimiento místico de Julio Romero de Torres reivindica al pintor que hay detrás de las postales y los encuadres turísticos y amables. Le ocurrió como les pasó en Sevilla a los dramaturgos Serafín y Joaquín Álvarez Quintero, preteridos por la élite cuanto más los encumbraba el pueblo. Autores coetáneos de Romero de Torres, con quien necesariamente tuvieron que coincidir, algo mayores pero de la misma época, Serafín de 1871, Joaquín de 1873. Un año antes que Romero de Torres. La España previa a la Restauración.

En los cuadros hay amores y celos, navajas y faltriqueras. Uno de los mejores embajadores de Córdoba, que siempre llevó consigo incluso en sus numerosos compromisos artísticos madrileños. Amigo de Valle-Inclán, el escritor de la generación del 98 que en sus esperpentos supo darle color a las palabras y frasear los dibujos con su ingenio simpar.

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