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Diego Ortiz de Zúñiga

  • Una biografía sobre el noble hispalense rescata su figura casi 350 años después de su muerte

El primer historiador de la Sevilla moderna

La escultura de Diego Ortiz de Zúñiga es una de las doce ubicadas en el Palacio de San Telmo. La escultura de Diego Ortiz de Zúñiga es una de las doce ubicadas en el Palacio de San Telmo.

La escultura de Diego Ortiz de Zúñiga es una de las doce ubicadas en el Palacio de San Telmo. / José Ángel García

A finales del siglo XIX, el duque de Montpensier, Antonio de Orleans, encargó al escultor Antonio Susillo estatuas de sevillanos ilustres para adornar su palacio de San Telmo. Murillo, Velázquez o Daoiz son algunos de ellos. También lo es Diego Ortiz de Zúñiga. Un ilustre ciudadano de la capital andaluza que, a pesar de contar con un calle junto a la Plaza del Cristo de Burgos y un colegio a su nombre en el antiguo matadero, ha caído en el olvido para la mayoría de quienes pasean por la ciudad que en el siglo XVII él relató.

“Es el gran historiador de Sevilla de la era moderna”, explica el también historiador Juan Cartaya, que ha realizado una biografía sobre quien, para él, “fue el primero en utilizar de modo correcto las fuentes documentales”. Ortiz de Zúñiga se adentró en la historia de la ciudad con una profundidad con la que nadie lo había hecho. Algo que se pudo permitir al nacer en una familia noble que llegó a la capital andaluza durante la Reconquista, en el siglo XIII. Este estatus le permitió tener asiento en el Ayuntamiento de Sevilla, siendo Caballero Veinticuatro, o formar parte de la Hermandad de la Santa Caridad, entre otras instituciones de la época. Además, fue un importante coleccionista de diversas materias. Desde dibujos arquitectónicos, movido por su habilidad como tracista, hasta pintura, gracias a su amistad con artistas como Murillo, Valdés Leal o Pedro Roldán.

Retrato anónimo de Ortiz de Zúñiga, copia del original de Murillo hoy en el castillo galés de Penrhyn Castle. Retrato anónimo de Ortiz de Zúñiga, copia del original de Murillo hoy en el castillo galés de Penrhyn Castle.

Retrato anónimo de Ortiz de Zúñiga, copia del original de Murillo hoy en el castillo galés de Penrhyn Castle. / M. G.

La biografía realizada por el profesor Cartaya hace un recorrido cronológico en la vida del polivalente noble, partiendo de la casa en la que vivió, junto a la Plaza de San Martín. Muy cerca reposa a día de hoy, puesto que pidió ser enterrado a los pies de la que fue su mayor devoción mariana: la Divina Enfermera, a la que define como “el sujeto de mi honesto trabajo y estudio”. Razón por la que está enterrado en la iglesia de San Martín. La casa en la que se crió, según documentos notariales, iba de la mencionada plaza al Pozo Santo.

También pasó parte de su vida en la actual calle Jesús del Gran Poder. Concretamente, en la antigua farmacia militar, convertida estos días en dependencias de la Consejería de Justicia e Interior de la Junta de Andalucía. No obstante, sobre la imponente entrada aún se conserva el escudo de la familia Ortiz de Zúñiga, huella inequívoca de su paso por dicha vivienda. Próxima a ella está la iglesia de San Hermenegildo, donde Ortiz de Zúñiga estudió en un colegio jesuita que estuvo activo entre mediados del siglo XVI y finales del XVIII.Otro emplazamiento que Cartaya destaca en su obra es la Santa Caridad, pues era amigo de Miguel Mañara. Su relevancia en el seno de la corporación llegó hasta ser uno de los miembros de la comisión, en la que también estaba Murillo, que eligió a Pedro Roldán para realizar el retablo mayor de la iglesia de San Jorge. “A él le debemos esa joya”, asegura el biógrafo. Además, por su condición de veedor de la armada, estuvo estrechamente vinculado a la Casa de la Contratación; y, por su amistad con el duque de Medinaceli, a la Casa de Pilatos, de la que fue alcaide.

Portada de los Anales de 1677, obra de Marcos Orozco. Portada de los Anales de 1677, obra de Marcos Orozco.

Portada de los Anales de 1677, obra de Marcos Orozco. / M. G.

A esta relevancia pública en su tiempo se suma la principal obra que legó a las siguientes generaciones: los Anales eclesiásticos y seculares de la muy noble y muy leal ciudad de Sevilla, metrópoli de la Andalucía. “No conozco historiador de la Sevilla medieval o moderna que no trabaje con ellos”, explica Cartaya. Una obra varias veces reeditada en los siglos posteriores, siendo la última la de la editorial Guadalquivir a cargo de Jesús Palomero. Uno de sus principales divulgadores, Antonio María Espinosa y Cárcel, dijo sobre ellos que “han sido y serán el documento más auténtico, que al paso que publiquen su instrucción, perpetúen en los fastos de la Historia su memoria, habiendo merecido la aprobación en todo tiempo de los doctos: por ellos le es deudora Sevilla y sus hijos a que le tributen alabanzas, por ser el que más se esmeró en publicar sus glorias”. Un fragmento que se recoge en la nueva biografía del historiador sevillano, recién publicada por la editorial de la Universidad de Sevilla.

Dicha obra está dividida en varias partes. En primer lugar, el entorno y el linaje, donde se profundiza en la Sevilla de los siglos de Oro y en sus relaciones familiares: el estudio de los linajes de los Ortiz de Zúñiga, los Alcázar, los Maldonado, los Saavedra, los Barrera y su familia política: los Caballero y los Illescas. La segunda parte, llamada apuntes de una vida, repasa su vida desde la infancia y juventud, pasando por sus años de madurez, donde resalta una economía rentista y los tres pilares de su vida: fe, amistad y caridad. Así como las aficiones que lo definían: lector, coleccionista y proyectista. La parte final está dedicada a sus obras literarias y a una conclusión que resume el espíritu con el que enfoca el autor esta biografía: la muerte no es el final.

Lápida de Diego Ortiz de Zúñiga en la iglesia de San Martín. Lápida de Diego Ortiz de Zúñiga en la iglesia de San Martín.

Lápida de Diego Ortiz de Zúñiga en la iglesia de San Martín. / M. G.

Los libros son parte fundamental de la vida de Ortiz de Zúñiga, que acumuló una extensa biblioteca de “más de mil cien libros”. Un número considerable para una época en la que el rey, Felipe IV, contaba con una biblioteca personal de algo más de “dos mil libros”. Parte de su producción, entre la que se encuentran obras poéticas, narrativas y genealógicas, se puede encontrar en la Institución Colombina. No así las obras que conformaron su colección de pintura, que están repartidas por distintos lugares del mundo, destacando una Virgen del Rosario actualmente ubicada en Londres o un retrato de Murillo.

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