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Fecha histórica

"Lo próximo era rojos al paredón"

  • El 20 de diciembre de 1973 que ETA atentó contra Carrero se iniciaba el proceso 1001. Los tres sindicalistas sevillanos recuerdan 40 años después la mañana más larga de su vida.

Eduardo Saborido, sevillano de la Puerta Real, y Paco Acosta, de la Puerta Osario, quedan en la Puerta de la Carne con Fernando Soto. Tres puertas abiertas para una historia de barrotes. El 20 de diciembre de 1973 los tres estaban cerca del número 104 de la calle Claudio Coello de Madrid, donde al salir de misa una bomba acabó con la vida del almirante Luis Carrero Blanco. Unos minutos antes debería empezar el juicio del proceso 1001 contra Soto, Saborido y Acosta, detenidos con otros siete sindicalistas el día de San Juan del 72.

El próximo viernes se cumplirán cuarenta años de la mañana más larga de sus vidas. El viernes pasado, sus compañeros de la sección sindical de Construcciones Aeronáuticas los invitaron en el 3 de Oro a la comida navideña. Y ellos recordaron sus vivencias, las muchas cosas que en tan poco tiempo pasaron por sus cabezas.

"Uno de los abogados defensores", recuerda Fernando Soto (Sevilla, 1938) "sacó un pañuelo de tela blanca y se dio tres o cuatro veces en la ceja. A Carrero Blanco le decían el Cejas". A Soto lo defendía Alfonso de Cossío; a Saborido, Adolfo Cuéllar; a Acosta, Cristina Almeida. En un ambiente hostil, una España todavía gris, la inquietud de Soto y sus compañeros era la misma. "Nos bajaron a un calabozo del Palacio de las Salesas, se oía el ruido de la calle, y la primera preocupación eran nuestras mujeres".

Leonor, la mujer de Soto, Carmela, la de Saborido, y Luz María, la de Acosta, se desplazaron a Madrid para asistir al juicio de sus compañeros. "Lo primero que pensé", admite Eduardo Saborido (Sevilla, 1940), "cuando oí hablar de un atentado fue que le había pasado algo a nuestras mujeres". Cuando ya supieron el objetivo del atentado, que se cobró además de Carrero otras dos víctimas mortales, pensaron en los peores presagios.

La inquietud que les produjo la presencia del general Campano como director general de la Guardia Civil -"su idea era preparar una noche de los cuchillos largos", dice Soto- la compensaron con la mediación del jesuita Díaz Alegría, hermano de dos militares próximos al jefe del Estado. "De todas formas, pensamos que iban a por nosotros y cuando nos encerraron en el calabozo, bloqueamos las puertas con catres y mantas", dice Saborido.

Francisco Acosta (Sevilla, 1945) tiene una foto fija de aquel día. "Nos levantaron muy temprano en la cárcel de Carabanchel. Nos metieron en un furgón donde no nos veíamos las caras, con una niebla mañanera. Llevábamos varios Land Rover de la Policía delante y detrás, con las sirenas y los gálibos de la Policía. Todavía no había ocurrido lo de Carrero, pero a mí me recordaba las películas de nazis".

Los cuarenta años del atentado de Carrero Blanco y del proceso 1001, que van parejos en el calendario, son una forma de medir el tiempo del gusto de Soto, que cumplió 40 años el mismo día que se promulgó la Constitución. Junto al miedo que pasaron -"había guerrilleros de Cristo Rey, policías con pistola, y el siguiente grito sería rojos al paredón", dice Soto-, hay historias humanas.

Saborido se queda con dos. "No era una persona que destacara por su sentido del humor, pero quizás para rebajar la tensión, con todos en el calabozo, Marcelino Camacho empezó a imitar la voz atiplada de Franco y pronunció uno de sus discursos de fin de año". En el compás de espera e incertidumbre, los colocaron en fila, parejas de dos, en una escalera de las Salesas. "Saqué un cigarrillo y le pedí candela a Fernando, que no tenía. Me la dio un policía y me preguntó si éramos de Sevilla. 'Yo también', me dijo. Nos dijo en voz baja que era amigo de Alfredo Pérez Guillamón, un compañero del Partido y de Comisiones. Ese gesto de solidaridad nos reconfortó".

Carrero llevaba en los gobiernos desde 1941. El día que lo mataron, Soto tenía 38 años; Saborido, 33; y Acosta, 28. Los dos primeros ya tenían hijos. La niña del tercero nacería justo dos años y un día después. Acosta salió en libertad en febrero de 1975. Soto y Saborido, el 28 de noviembre, ocho días después de la muerte de Franco, que no pudo ir al entierro de Carrero. Atrás dejaban muchos años de cárcel. Y de lecturas. Acosta se leyó casi todo Dostoievski en la cárcel y descubrió a Galdós. Saborido, a Valle, preso como el Max Estrella de Luces de bohemia. Soto, machadiano de Machado y de Leonor, descubrió entre rejas a Vargas Llosa y a Thomas Mann. Esta semana los homenajean en Madrid y en media España. En 1977, Soto obtuvo acta de diputado y Saborido se quedó en puertas del Senado.

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