Un rociero en las Memorias de Alfonso Guerra

Domingo de Rocío

El político sevillano, que hoy cumple 80 años, evoca a un americano profesor de Berkeley devoto de la Virgen del Rocío y hermano de los Gitanos

Alfonso Guerra, en una fotografía reciente.
Alfonso Guerra, en una fotografía reciente. / Julio González
Francisco Correal

31 de mayo 2020 - 08:28

Nació en 1940, en plena posguerra. Cumplió 40 años en la Transición, en 1980, el año del 28-F y los Juegos Olímpicos de Moscú. Hoy cumple 80 años en el tiempo del coronavirus. Hace quince años fui a Madrid para entrevistar a Alfonso Guerra en la Fundación Pablo Iglesias. El motivo era la aparición del primer volumen de sus Memorias, tituladas con un verso de Luis Cernuda, Cuando el tiempo nos alcanza. A Guerra lo que le ha caracterizado siempre ha sido ir por delante de su tiempo. Tres lustros después he vuelto a ese libro con el cosquilleo de que dentro de sus páginas aparecía el perfil de un rociero muy singular.

Alfonso Guerra fue el undécimo hijo de Julio Guerra, natural de Utrera, y de Ana González, hija de un músico que murió en los sanfermines. Fue un niño que creció en la calle Rastro, cerca de San Bernardo, y la primera Virgen que aparece en su libro es una imagen de la Virgen Macarena que presidía el salón de una vecina que era portera del edificio.

El primer año de Guerra como vicepresidente fue el de la aprobación del Plan Romero

Nace el último día de mayo de 1940. Posguerra española con Europa machacada por la Segunda Guerra Mundial. El último mes en el vientre de su madre fue un puro parte de guerra: los alemanes bombardean Rotterdam, toman Bruselas; con Rommel, el Zorro del Desierto, rodean e inutilizan en Francia la línea Maginot; los ingleses son evacuados de Dunquerque; el 9 de mayo de 1940 dimite Chamberlain, primer ministro británico, y lo sustituye Winston Churchill, que por esos días pronuncia una frase para el mármol: "No tengo para ofreceros otra cosa que sangre, sudor y lágrimas".

Llevamos casi tres meses sin fútbol en España. En los meses anteriores al nacimiento de Alfonso Guerra, el parón había sido de tres años. El político sevillano nace un mes después de la primera Liga de posguerra, que la ganó el Atlético Aviación. Normal. Con tanto bombardeo. El máximo goleador fue Unamuno, del Athletic de Bilbao, que cinco años antes formó parte del Betis de O'Connell que ganó la Liga, el equipo platónico de Alfonso Guerra. La primavera de 1980 en la que Guerra cumplía 40 años la Liga la ganó el Madrid y el Pichichi fue Quini. El regalo de cumpleaños le llegó un día antes de apagar las cuarenta velas, la moción de censura que el PSOE, con él en la tribuna de oradores, presentó contra el Gobierno de Adolfo Suárez. El detonante, el secuestro de la película El crimen de Cuenca, de Pilar Miró. El efecto de largo alcance, el triunfo dos años y medio después del PSOE en las elecciones de octubre de 1982. Guerra llegaba a la Moncloa como vicepresidente del Gobierno con 42 años. Los mismos que cumplirá en octubre Pablo Iglesias. Debe ser lo único que tengan en común.

Alfonso Guerra cumple 80 años este Domingo de Pentecostés. Lo más parecido a una romería en la vida del político sevillano es la foto que Manuel del Valle le hizo al llamado grupo de Sevilla -Guerra, Felipe, Chaves, Yáñez…- en unos pinares de La Puebla del Río en septiembre de 1974. El 19 de octubre de ese año se publica en El Correo de Andalucía la entrevista que Juan Holgado Mejías le hizo a Felipe González. Un día antes nacía Susana Díaz, a la que en su etapa de presidenta de la Junta sí era habitual verla en la salida de la hermandad del Rocío de Triana.

El primer Rocío de Guerra en el Gobierno fue el de 1983, que en febrero coincide con la expropiación de Rumasa con la firma del ministro de Hacienda, Miguel Boyer. En 1983 se pone en marcha el Plan Romero, que era competencia del director general de Política Interior, Antonio Falcón, nombrado en el cargo en septiembre de 1982, dos meses antes de la llegada de los socialistas a la Moncloa. Lo nombró José Rodríguez de la Borbolla, consejero de Gobernación, uno de los políticos que más han aparecido por el Rocío. No fue el único de su partido. En la romería de 2005, el mismo año que salen las Memorias de Alfonso Guerra, apareció Carmen Calvo en la ermita presumiendo de que llevaba la camiseta de Joaquín con la que éste había ganado con el Betis la Copa del Rey de ese año. Cuenta Falcón en su libro Ejercicio de Memoria que el Plan Romero surge tras una reunión del presidente de la Junta, Rafael Escuredo, menos rociero que sus seguidores, con alcaldes del litoral atlántico andaluz. En esa reunión, el alcalde de Almonte expresa su preocupación por el crecimiento exponencial de personas que llegan a la aldea para participar en el Rocío. El Plan Romero se presentó en unas jornadas sobre Protección Civil en Ginebra.

Cuando el tiempo nos alcanza. La edición de Ocnos de Luis Cernuda de Taurus llevaba una introducción de Jaime Gil de Biedma. El poeta catalán decía que a los cuarenta años empezaba la nostalgia. ¿Qué empieza a los ochenta? El tiempo político ha convertido a Guerra en un necesario oráculo.

El rociero de las Memorias de Alfonso Guerra se llamaba César Graña. Peruano de nacimiento, nieto de sanluqueño, tenía la nacionalidad norteamericana y daba clases en la Universidad de Berkeley. Una mañana se presentó en la Librería Antonio Machado. Estaba en Sevilla de año sabático. Se sentó con un libro de Federico García Lorca y allí mismo surgió una profunda amistad. Guerra recordaba "su devoción por la ciudad de Sevilla", por elementos como el Hospital de las Cinco Llagas, sobre el que le preocupaba su abandono antes de que fuera sede del Parlamento Andaluz. Era un "enamorado impenitente" de la orilla trianera del Guadalquivir. Llegó a proyectar con el propio Guerra la compra de una serie de casas en la calle Betis, la misma donde había nacido Ana Ruiz, la madre de Antonio Machado, el patrono de la librería donde se conocieron.

"César era amante de Andalucía y novio de Sevilla, Chiclana y El Puerto", lo recordaba Guerra. "Lo mismo arrastraba a una 'troupe' de yanquis hasta Morón, para escuchar la guitarra de Diego del Gastor, que se encandilaba con la interpretación de la Romería del Rocío. Algunos descubrimientos de aquella devoción no puedo revelarlos, pues me pidió secreto".

Guerra lo acompañó a la iglesia de San Román para que el peruano se hiciera cofrade de la hermandad de los Gitanos. "Le atormentaba que no hubiera capirote para su voluminosa cabeza". Lo comparaba con el poeta Juan Gil-Albert, "para quien lo contrario del lujo no era la pobreza, sino la vulgaridad".

César Braña murió en un accidente de tráfico el 22 de agosto de 1986 cuando regresaba de una corrida de toros de El Puerto de Santa María. Fue amortajado con el hábito de cofrade de los Gitanos y llevado al cementerio de San Fernando por "una comitiva gitana desde la iglesia de San Román, al compás de soleares y bulerías". Sus restos fueron introducidos en el número 36 de la calle Virgen del Rocío del cementerio. Un fatal accidente con el mismo origen, El Puerto de Santa María, e idéntico nexo taurino, que el que años antes les costó la vida al periodista Manuel Alonso Vicedo y sus tres compañeros de Radio Sevilla.

Posguerra. Transición. Coronavirus. La vida exagerada de Alfonso Guerra, librero en la misma calle Álvarez Quintero donde residía Ramón Carande. Otro amigo muerto aquel mes de agosto de 1986. Carande nunca fue al Rocío.

Rocío va todos los días a Carande. Rocío Carande, la nieta del historiador palentino que tuvo en Alfonso Guerra a uno de sus difusores de su legado humanista e intelectual.

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