La rosa púrpura de la Maestranza
Calle Rioja
Entrevista póstuma con Julián Muñoz en los 40 años de la muerte de Paquirri; vuelta al ruedo cinematográfica de Roca Rey en el festival de Donosti el día que toreaba en Sevilla
Contando puentes por el río, puertas por la Ronda
Incluso los que no entendemos de toros (lo siento como una tara, una mutilación conceptual, más viviendo en la tierra de Curro y Pepe Luis, una rémora que no consiguió corregir mi abuelo Andrés, aficionado ejemplar), incluso estos ágrafos de las dehesas no podemos olvidar la permanente enseñanza moral que sale de ese círculo de pasiones donde un hombre le habla de usted a la vida y le tutea a la muerte.
Son dos coincidencias que pasan junto al coso del Baratillo y su coronada Piedad de los toreros. Una muerte relevante le dio cuatro décadas después relevancia a otra muerte. Cuando anunciaron a bombo y platillo la entrevista póstuma con Julián Muñoz (1947-2024), un hombre de pueblo que llegó a ser alcalde de la megápolis babilónica de Marbella, la de Sinatra, Gunilla y Hohenlohe, quiso el destino que la emisión tuviera lugar el 26 de septiembre, el día que se cumplían cuarenta años de la cogida mortal de Paquirri en la plaza de toros de Pozoblanco. La relevancia se la da al segundo el común denominador de una mujer llamada Isabel Pantoja, segunda esposa del torero, compañera fluctuante y mediática del ex alcalde. Julián Muñoz ha muerto con 76 años, la edad que ahora tendría Francisco Rivera (1948-1984), que formaría con sus hijos Cayetano y Francisco una terna de recuerdos y anécdotas con el legado común de Antonio Ordóñez.
Recuerdo ese día como si fuera ayer. Julián Muñoz tenía 36 años, igual que Paquirri, pero entonces no lo conocía nadie. A donde estuviera llegarían los ecos de la cogida esquiva del toro Avispado en la capital de los Pedroches al compañero del Yiyo y el Soro. En la redacción, al extenderse el rumor de la cogida y la inminencia de la muerte, Antonio Mozo pensó en Dalí, que aunque se creía inmortal la Parca también le esperaba unos años después. El fotógrafo Atín Aya conducía el coche en el que viajamos a Córdoba. Viaje inútil, pues lo que hicimos fue incorporarnos a la comitiva que trasladaba a Sevilla los restos del torero.
La muerte de Paquirri coincidió con un Seminario de Literatura Fantástica en Sevilla en el que participaron, entre otros, Italo Calvino, al que le impactó la noticia de la cogida mortal del torero y quiso estar en su entierro después de la vuelta al ruedo del cadáver por el redondel de la Maestranza, Borges o Torrente Ballester. La muerte de Julián Muñoz ha generado también una torrentera de dimes y diretes, de secretos velados y exclusivas precintadas. En el plató de este seminario de Conjeturas Fantásticas no estaban Borges ni Calvino. Con todos mis respetos, sólo conocía a Terelu Campos y Mayte Zaldívar. Y conste que nadie es más que nadie, sobre todo a la hora de morir. Isabel enviudó de Paquirri, mantuvo el duelo hasta que Perales le hizo el disco Marinero de luces, y justo tres décadas después, el 20-N de 2014, la tonadillera ingresó en prisión en un paquete de ejemplaridad contra los famosos. La parte alícuota de la operación Malaya, el mismo día que Paco Ibáñez celebraba su 80 cumpleaños en la Carbonería y moría la duquesa de Alba, que durante unos años fue concuñada de Paquirri o al menos de la larga estela de su espectro.
La segunda lección moral de la tauromaquia ha viajado desde San Sebastián hasta Sevilla. El mismo viaje que hicieron José Ramón Esnaola cuando dejó la portería de la Real Sociedad para fichar por el Betis o Iñaki Gabilondo cuando se incorporó a la dirección de Radio Sevilla tras el accidente de tráfico que con tres compañeros de la emisora le costó la vida a Manuel Alonso Vicedo, que no llegó a estrenar esa responsabilidad radiofónica.
El peruano Andrés Roca Rey estaba en los carteles de la segunda tarde de toros de la feria de San Miguel. Hizo el paseíllo con Borja Jiménez y José María Manzanares. Lidiaron toros de Garcigrande y según la crónica de Luis Carlos Peris, el peruano lucía un traje de catafalco y azabache. Ese mismo día el torero limeño dio la vuelta al ruedo a una simbólica plaza de toros. En la clausura de la 72 edición del festival de cine de San Sebastián se daba a conocer la película ganadora de la Concha de Oro: Tardes de soledad, del catalán Albert Serra. Un recorrido íntimo por los diálogos con la soledad, la muerte y las multitudes de Roca Rey. La película también se llevó el premio Feroz que entregan los críticos cinematográficos.
En la inauguración sí había estado el ministro de Cultura, el prohibicionista Ernest Urtasun. A nadie del Gobierno se le vio en la sesión de clausura, como si supieran que la película premiada cambiaba el guion de los discursos oficiales. Nada nuevo bajo el sol. Aunque el edificio donde se celebra, el Kursaal, lo diseñó de nuevo Rafael Moneo (ganando un concurso a Norman Foster o Arata Isozaki, entre otros), el antiguo data de 1922 y el 31 de octubre de 1924, pronto hará un siglo, cerró sus puertas por la prohibición del juego decretada por la dictadura de Primo de Rivera. El valor del director, curtido en un lugar como Cataluña donde los toros están prohibidos en casi todo el territorio, es que corte orejas y rabo cinematográficos en una plaza como Donosti donde en tiempos de Bildu también pasaron al ostracismo. El Festival presentó sendas películas de dos directores de pedigrí internacional (Almodóvar y Costa-Gavras) sobre la eutanasia, pero no contaban con que iba a ganar el festival la película sobre un torero. Tanto mérito como las dos Ligas consecutivas que ganó la Real Sociedad de Alberto Ormaechea.
Como en La rosa púrpura de El Cairo, el protagonista de la película, Andrés Roca Rey, se salía de la pantalla y volaba en un toro micénico desde la Concha hasta el río Guadalquivir, donde dos toros de la ganadería de Garcigrande, Bandolero y Ligerito, le esperaban en una plaza que ya le ha abierto más de una vez la Puerta del Príncipe. Perú, como México, Ecuador o Colombia están hermanadas con España por el arte de Cúchares, torero del barrio de San Bernardo que murió en La Habana. Juan Belmonte se casó con una limeña. El peruano Mario Vargas Llosa glosó en La Puebla del Río los méritos de Morante de la Puebla. Hay un José Tomás que no es el de Galapagar sino uno manchego de apellidos Reina Rincón que fue a Perú a hacer la temporada y lo asesinaron salvajemente. Una estatua y un emotivo mensaje lo recuerdan en el cementerio de Ciudad Real, donde trabaja su padre. Paquirri terminaba en Pozoblanco la temporada en España. Tenía previstos un par de compromisos americanos, viaje que nunca hizo, para recuperar la rutina de jugar al fútbol con sus amigos en la Cantora que el tiempo convirtió en necrópolis de un marinero de luces, hijo de Zahara de los Atunes, que hace todos los días el paseíllo con el Gallo, Gallito y el cuñado de ambos, Ignacio Sánchez Mejías. Hoy tendría los 76 años con los que ha muerto Julián Muñoz. Descansen en paz los dos.
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