Vive en Asia y publica en Sevilla, en Renacimiento. Joaquín Campos (Málaga, 1974) es un malagueño tan internacional como Alborán o Antonio Banderas.
-Con su último libro, Veinte Brotes, ha ido de Barcelona a Madrid, como las cartas entre Puigdemont y Rajoy...
-Parezco el emisario de Cataluña. Barcelona es ahora mi base de operaciones, pero en dos semanas vuelvo a Asia.
-Ese continente fascinaba a escritores de Barcelona. Vázquez Montalbán murió en el aeropuerto de Bangkok...
-Es un lugar donde procuro acudir con frecuencia.
-Juan Marsé escribió El embrujo de Shangai...
-He vivido en Shangai cuatro años y medio.
-Y Gil de Biedma narró su viaje profesional y vital a Filipinas...
-En Filipinas no he estado.
-¿Qué encontró en Asia?
-La libertad que te da no entender lo que la gente dice. Vengo a España y oigo hablar del divorcio, del trabajo, de la suegra o de la caja de cambios.
-¿Vivió los Juegos de Pekín?
-Viví la Expo de Shanghái porque mi pareja de entonces estaba en el pabellón de Mónaco.
-El de Mónaco en la Expo 92 fue de los más visitados...
-En Shanghái el más visitado era el de España porque daban de comer y de beber gratis.
-Además, el de la Expo de Sevilla lo visitó Carolina de Mónaco.
-En Shanghái estuvo Alberto de Mónaco, pero los chinos sólo conocen a los futbolistas y toreros. Ven las corridas por televisión.
-Toreros, bandoleros. ¿La imagen que criticaba Muñoz Molina en su artículo Francoland?
-Lo leí. No se puede comparar la visión del corresponsal del New Yorker con la de un taxista chino que no ha viajado. Allí no saben nada de Picasso o de Lorca. Es un país capitalista puro y duro.
-¿Vio la final de Federer y Nadal en Shanghái?
-A los franceses les molesta que Nadal haya ganado diez veces Roland Garros. Federer es mucho más elegante. Es un cisne.
-Nabokov mete el torneo de Wimbledon en Lolita...
-Esa novela cambió mi manera de ver el mundo, aunque mi libro de cabecera es Más allá del bien y del mal, de Nietzsche. Antes que Nadal o Federer, Nietzsche.
-El Málaga, con un punto, visita en el Camp Nou al líder.
-No me dice nada un equipo que está en manos de un jeque. Me gusta el fútbol romántico, que Eibar y Leganés estén en Primera.
-Su libro lo presentó Juan Bonilla, otro defensor de la autobiografía como género literario...
-Lo elegí porque fue la primera persona que se interesó para que publicara cuando leyó Muchas moscas para tanta mierda. Yo había leído muy poco a Bonilla.
-Nació un 28-F. ¿De andaluces o andalucistas en el mundo?
-Siempre he tenido poco apego a la tierra, eso vende poco. He intentado despegarme de mis raíces y renunciar a mi pasado. A veces el amor por la tierra puede acabar en la guerra o el enfrentamiento. Me iría a Japón antes que a Sevilla o Málaga; viviría en Laos antes que en Jaén, y eso que Úbeda me ha fascinado.
-¿Escribe en los aviones?
-Bebía vino tinto y tuve un brote psicótico en un vuelo Shanghái-Pnom Penh.
-¿Qué queda de los jemeres rojos en Camboya?
-Todo, porque son ellos.
-Hay una Málaga del 27: Prados, Altolaguirre, Moreno Villa, María Zambrano. ¿Le llega?
-Leí las obras completas de Altolaguirre en Renacimiento, pero mi poesía es más a pie de calle.
-¿Una ciudad para vivir?
-Sapporo. Me pongo a llorar por sus calles, tiene la mejor nieve/polvo del mundo, aunque no sé esquiar. En Japón puedes estar sin que nadie te pregunte, te empuje o te pida un dólar. La cocina de Latinoamérica es muy floja, salvo la del Perú, por la influencia japonesa.
-Cocina y literatura, como Cunqueiro o Néstor Luján...
-Yo no hago crítica culinaria. He ofrecido mis servicios de cocinero a la embajada de España en Kabul. Quiero hacer una trilogía de la otra poesía. La que no pasa por el amor, la belleza, Venecia, París o Poeta en Nueva York. La poesía donde no la hay y tienes que buscarla. En la polución de Pekín, en Kabul o el Fukushima. A ver si el embajador de Afganistán necesita alguien que le haga un buen salmorejo.
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