Sevilla

El velo rasgado de la esperanza

  • Masiva afluencia al funeral del vicario en el convento de San Leandro. Monseñor Asenjo comparó su muerte con la de Cristo en la homilía.

"¡Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado!". Acababa el Evangelio de San Lucas con las mismas palabras que el sacerdote Carlos Martínez debió pronunciar el pasado jueves cuando José Eugenio Alcarazo -el marido de su sobrina- le clavaba cinco veces el frío acero del cuchillo. El vicario de San Isidoro, San Ildefonso y Santiago, el capellán del convento de San Leandro, el hombre culto que hablaba en cuatro idiomas, sufrió su cruz motal en el puñal que le desgarraba el corazón en el rellano de su casa. Un hombre al que los conocidos califican de culto, tímido y "buena persona". Un cura que entregaba su alma a Dios minutos después de haber celebrado misa en el convento donde enseñaba a las religiosas agustinas cultura española. Dos días después era su cuerpo el que, dentro de un féretro, estaba posado a los pies de dicho presbiterio.

"Con Cristo se rompió el velo del templo. Con la muerte cruel de nuestro hermano Carlos Martínez se nos ha roto el velo de la esperanza", refería el arzobispo de Sevilla, monseñor Juan José Asenjo, en la homilía del funeral que ofició en la iglesia de este cenobio. Una ceremonia concelebrada por más de 30 sacerdotes y a la que acudieron el portavoz del grupo municipal del PP, Juan Ignacio Zoido; el concejal de Ciudadanos, Francisco Fernández Moraga; varios miembros del Consejo de Hermandades, con su presidente, Carlos Bourrellier, a la cabeza; y los hermanos mayores de la Sacramental de San Ildefonso, Nuestra Señora de los Reyes (Patrona de los Sastres) y la Redención, entre otros.

Media hora antes de que comenzara el funeral, la iglesia del convento se había quedado sin asientos libres. Los últimos asistentes en llegar tuvieron que buscar huecos junto a los altares laterales y en el estrecho pasillo que separaba el altar mayor del coro bajo en el que, tras una celosía, las monjas agustinas -la mayoría de ellas de origen africano- interpretaban los cánticos. Al frente se encontraba la madre superiora sor Natividad, que antes de que comenzara la ceremonia saludaba al académico Ismael Yebra, que conoce palmo a palmo cada rincón del convento. "Carlos Martínez era un apasionado de la cultura. Era un gran seguidor de Anselm Grüm, un monje alemán que relaciona la espiritualidad cristiana con la psicología moderna", recordaba Yebra. Junto a las hermanas agustinas se encontraban varias dominicas del convento de Madre de Dios y cistercienses de San Clemente.

Sobre el féretro, la casulla, la estola y el Evangelio. "Para vivir hay que morir", cantaban las monjas entre el susurro de ventiladores que removían el aire caliente. Terminada la ceremonia, los sacerdotes portaban el féretro. Los familiares recibían el pésame. El convento, minutos después, volvía a la penumbra cotidiana de la clausura. Quedaba por recomponer el velo de la esperazanza. Y el del perdón.

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