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En corto

El virus trae cola

Sevillanos con mascarillas

Sevillanos con mascarillas / José Ángel García (Sevilla)

El carácter del sevillano está trufado de distintas pulsiones. Una de ellas, quizás la más notable sea la paciencia. El hispalense es un ser paciente y resignado. Poco dado a las revoluciones, revueltas y algaradas. Nos gustan las cosas regladas, las liturgias y los rituales; somos poco dados al motín y al alboroto. No quiere decir esto que seamos conservadores, pero sí un tanto prudentes y juiciosos a la hora de afrontar los vaivenes de la vida. Todo esto es fácil de confirmar cuando el sevillano se halla ante una cola. Pocas cosas se nos dan mejor que guardar una cola, darnos la vez y mantener de reojo avizor la vigilancia panorámica ante el posible despabilado que quiere saltársela. ¡Eh, ese tío se ha colado, venga p’atrás!

Decía algún cachondo que donde hay un par de sevillanos en pie esperando, en cuestión de minutos puede formarse una fila de individuos ignorantes de la finalidad de la espera, pero orgullosos defensores de su turno. Quizás tenga algo que ver la semejanza de la hilera humana con una procesión, algo que nos gusta más que comer con las manos. La pandemia que nos asuela nos ha traído procesiones de todo tipo y en eso nos ha pillado entrenados. Hay desfiles en los ambulatorios, en el supermercado, en los bares y hasta en los bancos. Da grima ver en este último caso a los mayores, cartilla en mano, guardando riguroso turno –a la intemperie– para dirimir los asuntos propios del maldito parné.

Otro ejemplo de disciplina procesional son las desgraciadas colas del hambre. Filas vergonzantes de personas que aspiran a algo que llevarse la boca. No hemos dejado a nadie atrás, nos cacarea el gobierno como una perífrasis formal de lo que viene siendo una vergonzante cadena humana. Uno en su ofuscación cree que si alguna vez, Dios no lo quiera, nos formaran para subir a vagones de ganado y ser enviados a campos de exterminio, los sevillanos daríamos ejemplo de orden y estricta vigilancia del turno. Salvando el anterior exabrupto, la verdadera fila que nuestros políticos saben que guardaremos con paciencia y abnegación será la de las urnas. La cola que empieza y cierra todas las anteriores como una pescadilla frita y automordedora.