Viviendo entre Sevilla y París

El “Sevilla sin sevillanos” del Cancionero Apócrifo es una profecía poética del centro de la ciudad vacío de indígenas y pletórico de turistas que buscan la Giralda de Babel

La Cartuja era un patatal, una Venecia de emergencia

Una vista de la calle Sierpes junto a la esquina de Jovellanos y Calvillo.
Una vista de la calle Sierpes junto a la esquina de Jovellanos y Calvillo. / D. S.

21 de julio 2025 - 07:00

Sevilla, 1825-París, 1887. Estamos en el segundo centenario del nacimiento de Abel Infanzón, undécimo de los 17 autores del Cancionero Apócrifo de Antonio Machado (1875-1939), coetáneo durante doce años de uno de sus heterónimos. La sombra de Abel Infanzón era el domingo muy alargada por la calle Sierpes. “¡Oh maravilla, / Sevilla sin sevillanos, / la gran Sevilla!”. Ni un sevillano por la antigua calle Espaderos donde sufrió prisión Miguel de Cervantes. La Giralda, que muchos buscan, era una metáfora de la torre de Babel.

La ciudad de las cien iglesias y conventos que catalogaron Teodoro Falcón o Morales Padrón será muy pronto la urbe de los 54 hoteles que enumeraba en su prolija información la compañera María Jesús Pereira. Si un hotel es la promesa de un futuro mejor, según Paul Auster, el porvenir de Sevilla está más que asegurado, “Sevilla y su verde orilla, / sin toreros ni gitanos, / Sevilla sin sevillanos / ¡oh maravilla!”.

Sevillanos apócrifos o reales que despueblan su ciudad para irse a Chipiona y Matalascañas. Sierpes es una carrera oficial de turistas y mendigos. Hasta el Círculo Mercantil ha cerrado sus puertas por obras entre el 7 de julio y el 31 de agosto, aunque los periódicos, ese mágico producto con fecha de caducidad salvo la eternidad de las hemerotecas, aparecen en la entrada sin abrir y sin leer. A los socios los remite a la sede de la avenida Adolfo Suárez, cerca del real de la Feria.

Pero Sierpes sigue siendo mucha Sierpes. En la esquina de Jovellanos, cerca de la antigua sede de la casa de Soria (embajada de Antonio Machado), emerge un edificio que en su remate exhibe la fecha de su construcción: 1910. Hace veinte años que cerró la tienda de paraguas Casa Rubio, precursores del cambio climático, enmienda a la totalidad a la frase de My fair lady. Ahora es una tienda de Uno de Cinco, franquicia de joyería, pero en sus dos plantas conserva sus paraguas de cerrajería.

Casa Calvillo 1982-1932. Medio siglo de vida comercial que se recuerda con estas fechas. Desde el segundo año de la Segunda República hasta el triunfo de los socialistas. El reloj que sigue dando la hora en las Cuatro Esquinas de San José es el de Calvillo. En la librería San Pablo está la biografía que el periodista Antonio Preziosi ha escrito del Papa León XIV, “el camino desarmado y desarmante”.

En Sierpes el reloj de Calvillo da la hora y siguen los paraguas de Casa Rubio.

La plaza de San Francisco es el espacio natural de las arquitecturas efímeras, un espejo del paso de las estaciones según Sevilla: el mapping de Navidad, los palcos de Semana Santa, las dos portadas del Corpus que ya han desmontado, con los dos ficus al fondo, junto al Banco de España, cuya jardinería tanto escandalizaba a Enrique Valdivieso. Hay cola en Chicarreros para una función de ópera. La Fundación Cajasol anuncia sendos tributos a Camilo Sesto (24 de julio) y Miguel Ríos (31 de julio). El granadino nació un día después que el desembarco de Normandía (6 del 6 de 1944) y que Luis Carlos Peris.

En la Casa del Libro uno de los escaparates lo monopoliza mi paisana María Dueñas. A su última novela, Por si un día volvemos (Planeta) le acompañan Sira, Misión Olvido y alguna otra. He viajado este verano con el libro de María a la Argelia francesa, a la ciudad de Orán donde hay una calle Sevilla. Un libro que termina con la palabra Cartagena, su patria académica, y con una fotografía del hotel Le Martínez, curioso galicismo de un apellido muy español en el país de Camus y Zinedine Zidane.

Los sevillanos volverán a Sevilla y el alma no entiende de mapas. En este paseo dominical encontramos a un sevillano de guardia. Se llama Ramón Ybarra, murió demasiado joven y le dieron a título póstumo un reconocimiento en el día de San Fernando. Al hermano de Enrique, su cómplice en la aventura de los autobuses turísticos, le dedica el francés Paul-Maxime Koskas el libro Sevilla Arte, que como una partitura en el atril de un director de orquesta aparece en la entrada de El Corte Inglés del Duque, el lado de la estatua de Velázquez. El libro está abierto por una doble página. En una aparece una monja; en la otra, una palabra: Silencio. La nómina de fotógrafos es variopinta: al azar leo los nombres de Antonio del Junco, Colita, Pepo Herrera, Claudio del Campo. Koskas fundó una agencia que se dedica al alquiler de casas de lujo y palacios. Vive entre París y Sevilla, las dos ciudades de Abel Infanzón. En su cartera de clientes no figura el palacio donde nació Antonio Machado.

Van rematando los edificios que rodean a El Corte Inglés: la iglesia de San Hermenegildo que fue sede del Parlamento Andaluz y donde Távora ensayó su obra Piel de toro, Micenas en el Cerro del Águila; el hotel que se ubicará en la antigua sede de Comisiones Obreras; el que se levantará en la antigua comisaría de la Gavidia que tantos sindicalistas visitaron a su pesar, sobre el edificio que diseñó el arquitecto Ramón Montserrat, que jugaba al tenis con Clavero. En la parte alta del futuro hotel se ve el nombre del promotor: Jesús Gil. El primogénito de quien con el mismo nombre fue promotor inmobiliario, alcalde de Marbella, presentador televisivo y presidente del Atlético de Madrid. Este año se cumplen 25 años del descenso a Segunda en el que a los colchoneros les acompañaron Betis y Sevilla. El efecto 2000. Una coincidencia local que no ocurría desde 1968.

Sumando las estrellas de los nuevos hoteles de Sevilla vamos a tener que renovar los tratados de astronomía del profesor Comellas, que tanto sabía de estrellas y de paraguas.

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