Los Invsibles | José María García García

“Los que vivieron el atentado han sufrido un gran deterioro psicológico”

  • Psicólogo de profesión, trabajaba de vigilante en la cárcel donde ETA envió un paquete-bomba en junio de 1991. El atentado es el decorado de su quinta novela

José María García García, en su gabinete de terapia de Sevilla Este.

José María García García, en su gabinete de terapia de Sevilla Este. / José Ángel García

EL viernes 28 de junio se cumplen 28 años del atentado de la ETA en la cárcel de Ranilla que dejó un balance de cuatro muertos. José María García (Huesa, Jaén, 1967) trabajaba en la prisión. Vuelve a ese atentado en su novela Condenados a la oscuridad.

–¿Le cogió el atentado allí?

–Ese día volví con la que era mi pareja de pasar unos días en Málaga. Entramos por la Avenida de Andalucía y vi muchísima gente. No imaginaba lo que había pasado. Cuando me enteré, me fui para la prisión.

–¿Conocía al funcionario que falleció?

–Por supuesto.Una persona muy seria, muy profesional. Estábamos convencidos de que él no fue el que intentó abrir el paquete que explotó donde estaba la máquina de rayos equis.

–¿Trabajaba de psicólogo?

–Eso vino después. Pertenecía al cuerpo de vigilancia. Entré para ganarme la vida. En la cárcel empecé a estudiar Filosofía y después Psicología, donde descubrí la Terapia como profesión.

–¿Siguió trabajando allí?

–Hasta 1997. Si yo hubiera estado ese día, mi puesto de trabajo estaba justo al lado del departamento de Paquetes. Un trozo de pared de un metro de diámetro y medio metro de espesor cayó encima de la persona que estaba allí, que se salvó porque era bajito de estatura. Una persona más alta no lo habría contado.

–¿Qué se encontró en prisión?

–Gente completamente fuera de sí. Los conocía y no los reconocí.

–¿Cuándo decide novelarlo?

–Curiosamente, en un viaje a Dublín. Me gusta recorrer las ciudades de noche. Sin gps, me metí en las zonas peligrosas de la ciudad. Cuando volví al hotel, la novela empezó a escribirse sola y me olvidé del curso que fui a hacer.

–¿Trató a los etarras?

–Por criterios políticos, desde años antes estaban en comunicación con los presos comunes y era corriente cruzarte con ellos.

–Un año antes detuvieron a Henry Parot en un control en Santiponce...

–Tuve ocasión de conocer a algunos de los guardias civiles que lo capturaron.

–El horror se repite en su novela, como en ‘El corazón de las tinieblas’ de Conrad.

–El protagonista de la novela es una persona que no está preparada para trabajar en una prisión. Tiene estrés postraumático porque va creando una realidad paralela.

–¿El atentado es un pretexto o un simple decorado?

–En realidad, es una denuncia que ya expuse en mi tesis doctoral sobre el síndrome de quemarse por el trabajo en el contexto penitenciario. Instituciones Penitenciarias debería hacer mucho más de lo que hace por los funcionarios, y no sólo económicamente. No tiene sentido, es una locura, que el régimen penitenciario español, que es una maravilla, persiga la reinserción y la educación y no facilite a los funcionarios herramientas ni formación para conseguir esos objetivos. Dos personas en un patio con trescientos internos. Tienen que hacer las prácticas en vivo. La Policía hace seis meses en Ávila.

–¿El vigilante ya es psicólogo?

–He podido comprobar el deterioro psicológico a lo largo de los años de muchas de las personas que vivieron el atentado.

–¿Sus autores de referencia?

–Faulkner, García Márquez, Isabel Allende. El tiempo en prisión leí los siete volúmenes de En busca del tiempo perdido. Lawrence Durrell. Un escritor que ganó el Nadal pasó por prisión, prefiero reservar su nombre, me aficionó a Hemingway y le di a leer algunos de mis manuscritos.

–¿Han requerido sus servicios?

–Al contrario. Les ofrecimos un estudio sobre la salud mental de los internos avalado por la Universidad y lo denegaron. Lo tuvimos que hacer extramuros.

–La oscuridad suena a obra de teatro de Buero Vallejo...

–Sin entrar en detalles, el hilo conductor es que quien se adentra en la oscuridad sin las herramientas adecuadas, queda atrapado y secuestrado por ella.

–¿Con qué oficio se identifica?

–He tenido muchos. Toqué la guitarra en la calle, he tenido un pub. Me gusta tratar a la gente, al ser humano cuando florece. Y escribir, que es mi gran pasión. Me encanta la espiritualidad: Buda, Yogananda, Krishna, Jesús desde el punto de vista de la mística, San Juan de la Cruz. Yogananda le dedica tres volúmenes de mil páginas cada uno a la segunda venida de Cristo.

–¿El perfil de sus pacientes?

–Una sintomatología ansiosa-depresiva. Terapia de pareja, conflicto entre personas. Los estudios de Filosofía me han permitido no quedarme en la salud clínica, soy profundamente humanista para valorar crisis existenciales, dudas no resueltas.

–¿Había más droga en la cárcel que en la calle?

–La cárcel estaba casi en el centro de la ciudad. Había muchas maneras de que entrara la droga, una de ellas lanzándola desde fuera. Ahí tampoco tuvieron los funcionarios ayuda. Cada vez más desanimados, mayores.

–¿Hay gente menos libre que quien está en la cárcel?

–Sin duda. Tratamos de salvar los muebles de la casa y en realidad están ardiendo.

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