Sevilla - Salzburgo | Contracrónica

La distopía de la asepsia total

  • El Sevilla evitó un mayor castigo del insolente Salzburgo, que casi apabulla a su once más veterano hasta que la lluvia, Rafa Mir y, sobre todo, Lamela refrescaron el partido y la grada

Lamela se saltó el guion del partido como aquí intenta saltarse a Piatkowski ante Seiwald.

Lamela se saltó el guion del partido como aquí intenta saltarse a Piatkowski ante Seiwald. / Antonio Pizarro

Se prevén procesiones en Sevilla. El día que la Iglesia Católica celebra la exaltación de la cruz, algunos capillitas cayeron en la cuenta de que justo cuando levantó el Arzobispado de Sevilla la prohibición de las procesiones San Pedro abrió el cielo en un anuncio certero del otoño. La necesaria lluvia, tan temida por los penitentes, no se cebó con el Sevilla en su debut de la Champions. Pero sí fue un aviso serio. El aguacero casi se lleva por delante al once de los veteranos... El insolente Salzburgo fue como una tempestad bíblica sobre éste y casi aja su uniforme de gala.

La pandemia cede terreno a la normalidad, poco a poco. Se va abandonando la distopía de la asepsia absoluta, el imposible control total de las contingencias que en el caso del Sevilla de Lopetegui, y de Monchi, ha tenido episodios casi obsesivos. Pero cuando llega el fútbol de verdad no hay control que valga y el azar y el rival deshacen cualquier intento de tener atado hasta el último detalle. Sin partido de Liga el sábado anterior, el Sevilla estaba como olvidado de lo que es la alta competición.

Y de pronto, el Salzburgo. ¿Cómo atar a una pandilla de jóvenes imberbes que disfrutan del fútbol como los jóvenes gozaban con la pelota en las calles, illo tempore? La frescura de Adeyemi, Sesko, Camara, Sucic, Aaronson... todos entre los 18 y los 21 años, casi hace saltar por los aires el fútbol anquilosado de un Sevilla obsesionado con ese juego del tuya-mía que produjo un torrente en contra durante casi toda la primera mitad.

Fue como una premonición del aguacero que empezó a caer poco después de que Rakitic marcase el cuarto penalti de un partido alocado al que poco contribuyó a calmarlo el quisquilloso Kulbakov. Pitó tres penaltis para los austríacos y éstos, pecado de juventud, no supieron apuntillar al Sevilla de los puretas. La penitencia de Lopetegui se quedó en una mojada impresionante... y en un merecido cabreo con En-Nesyri, que se dio un piscinazo –duchado ya estaba el hombre– para intentar aprovechar el pito fácil del bielorruso. La procesión iría por dentro.

Quizá lo mejor del partido fue esa comunión que hubo entre jugadores y grada después de la expulsión del delantero centro. Sobre todo cuando Lamela y Rafa Mir refrescaron el ambiente ya muy húmedo de un partido que parecía liquidado.

El aficionado busca en el fútbol que fluyan las emociones. Las tuvo, aunque contrarias, en la primera mitad. Y las tuvo, más positivas, ya en la segunda, cuando el irreverente Salzburgo de Matthias Jaissle –33 años tiene técnico el alemán– casi clava en la cruz a Lopetegui, con un dominio insultante que supo cerrar el técnico sevillista con los cambios.

Dos hizo al descanso, para sacar a Ocampos y Delaney. El primero jugó sus primeros minutos oficiales esta temporada con el Sevilla. Pero la verdadera revolución llegó con Lamela y Rafa Mir. Antes de su irrupción, el Sevilla estaba acogotado en su área por el impetuoso pero clemente Salzburgo. Lamela sí dio salida a los de Lopetegui. Le quitó los tornillos a la mesa para que el equipo empezara a moverse, ahora sí, como un palio con los varales sueltos. Con uno menos, el Sevilla pagó con profundidad y ruptura de líneas la mojada de sus aficionados. El aviso fue muy serio, tanto como la mojada, y la penitencia se quedó en empate.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios