Sueños esféricos
  • Tras el balsámico triunfo, urge que el entrenador se calme y sea capaz de exprimir los recursos

Mendilibar, del nervio al nerviosismo

Mendilibar, atento a una acción de Rafa Mir con Munir. Mendilibar, atento a una acción de Rafa Mir con Munir.

Mendilibar, atento a una acción de Rafa Mir con Munir. / Raúl Caro (Efe)

EL bálsamo de Fierabrás que destapó la pierna izquierda de Lukébakio con su latigazo, y que la UD Las Palmas no volvió a tapar en el alargue por su pasmosa impericia rematadora, hará que el Sevilla enfoque la Liga con más calma. O eso debe. Porque la nerviosera que se desparramó por la hierba en los 100 minutos del pleito va a quitar años de vida a los sevillistas si no se abre un manto de serenidad. Qué histeria y desorden.

El primero que debe verlo todo con más calma es el que mueve los muñecos, José Luis Mendilibar, que no es capaz de componer un once con sus piezas más poderosas, más competitivas. Hoy, el Sevilla tiene una de las seis mejores plantillas de la categoría, pero ni de lejos lo refleja en sus prestaciones.

Se empecina el fogoso preparador vasco en alinear a Sow junto a Rakitic por delante de la defensa para que el enemigo de turno llegue hasta las inmediaciones de Dmitrovic como un chorro de agua a través de un colador. Sólo hace falta ser capaz de distinguir un balón de una caja de herramientas para percibir que esa pareja, más que hacer la raya, tiende alfombras rojas para el lucimiento del atacante. Sow está tan fuera de sitio, que juega con el pie encogido, como se vio en esa ocasión que tuvo ante el fantástico Álvaro Valles, merecidísimo MVP del partido.

Lukébakio, Soumaré, incluso Mariano tienen que ir ganando protagonismo. Juntar en un mismo once a Rakitic, Óliver y Suso, más a Sow fuera de sitio y obligado a ser el cierre, deja un equipo quebradizo, con enormes problemas para la resta.

Mendilibar resultó providencial por el nervio que de repente le inyectó al grupo desde aquel Sábado de Pasión en Cádiz, que los rearmó moralmente para creer realmente en sus fuerzas hasta aquella noche triunfal de Budapest. Pero ese nervio de la pasada temporada ha degenerado en un inconcebible nerviosismo que si ayer no costó caro, fue por una conjunción de factores, uno de ellos con un pito en la boca.

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