Final de la UEFA Europa League

Todas las finales europeas del Sevilla: el gran sueño sigue latiendo

Alegría en la plantilla sevillista alzando el título alcanzado en Colonia en 2020.

Alegría en la plantilla sevillista alzando el título alcanzado en Colonia en 2020. / Ina Fassbender / Efe

Aquel éxtasis que parecía tener su último fragmento en Basilea resurgió cuando nadie lo podía esperar. Se fraguó en pleno estado de alerta, en un confinamiento en el que los futbolistas se entrenaban en sus casas mientras los niños hacían los deberes. Colonia recuperó el espíritu de las finales, aunque al sevillismo le quedó el consuelo –gozoso pañuelo– de ver a su equipo ganar otro título, el sexto, por la tele y en un estadio vacío.

Pero aún había más y, además, como suelen ser las grandes alegrías. Otra vez cuando nadie daba un duro, cuando ninguno de los mortales, sevillista o no, se atrevía a firmar que un equipo al que llegaron a ver en Segunda estaría en otra final europea, en una temporada que parecía aciaga y que salvó como un milagroso curandero un recio vasco curtido en el fútbol del barro. José Luis Mendilibar no sólo relajó los pulsos alejando la amenaza del descenso sino que plantó al equipo en Budapest. Queda echar el resto ante la Roma, pero hizo posible que el sevillismo viviera, ocho años después, de nuevo la sensación de viajar con el cosquilleo de otro título más.

“Nadie la quiere como nosotros”, lanzaba a los cuatro vientos uno de los tifos en la semifinal ante la Juventus. Y así es. Es el romance del amor más fiel y arrebatado, la crónica de una pasión que acumula versos de épica, el cuento hermoso de nunca acabar, como sueñan todos los niños. Tras Eindhoven, Glasgow, Turín, Varsovia, Basilea y Colonia, llega Budapest. Media docena de títulos que se convierten ya en un número mágico y bíblico de finales. Siete. 10 de mayo, Eindhoven; 14, Turín; 16, Glasgow; 18, Basilea; y 27, Varsovia. El mes de mayo se va quedando sin fechas anodinas. Quedaba libre el 31, reservado para la gloria de Budapest. Y para agosto, el 21, ese atípico certamen de Colonia.

El olimpo de los mitos sevillistas abre de nuevo sus puertas de par en par para acoger a los nuevos héroes. Esa puerta de gloria que abrió un chaval de Nervión la noche del 27 de abril de 2006 sigue con las jambas extendidas, como brazos abiertos, para dar calor a los sufridos guerreros de la nueva hazaña.

Finales de 2006 y 2007 Finales de 2006 y 2007

Finales de 2006 y 2007

Todo empezó ante el Middlesbrough, luego siguió la proeza de Glasgow ante el Espanyol... Bueno, no, todo empezó la noche mágica de aquel Jueves de Feria, tan elevado en su sustancia lírica que hasta el rival derrotado lo sigue recordando como una pieza inigualable de su dilatada historia continental.

Mientras el Schalke 04, más de tres lustros después, recuerda al héroe que murió tras aquella batalla eterna, el Sevilla continúa brindándole páginas de oro para agigantar la leyenda de su zurdazo. ¿Qué habría sido de este romance fidelísimo y ardoroso sin aquel primer beso del amante más leal? Y del Sevilla de Juande, Kanouté, Daniel Alves, Luis Fabiano, Jesús Navas, Puerta y Palop se ha pasado in ictu oculi al Sevilla de Mendilibar, Bono, Ocampos, En-Nesyri y otra vez de Rakitic y Jesús Navas. Parece increíble. La presencia del duende Los Palacios, ese brujo con cara de niño, parece seguir el guión de un cómic de épica y héroes.

Finales de 2014 y 2015 Finales de 2014 y 2015

Finales de 2014 y 2015

En la legión de Emery ya estaba Rakitic; en la de Lopetegui andaban por aquí varios de los que pisarán el Puskas Arena: Suso, Ocampos, Fernando, Joan Jordán... Pero la lista es inacabable. Aún resuenan en el recuerdo gente de la tropa de Emery: Mbia, Alberto Moreno, Fernando Navarro o Aleix Vidal, igual que ya no están Javi Navarro, David, Martí, Renato o Maresca. Beto pasó a un segundo plano ante la irrupción de Sergio Rico y David Soria, Fazio le cedió su puesto a Rami y Mbia le dio el testigo a N’Zonzi por mucho que algunos quisiesen hundir en el prejuicio de la comparación injusta al longilíneo y elegante futbolista francés. Pero pervive el marchamo del Sevilla Fútbol Club, el que está recogido en el himno de Osquiguilea y en el de El Arrebato. De la casta y el coraje al dicen que nunca se rinde, el eco de la canción de amor sevillista sigue resonando por Nervión una década después.

Otro guardián desde los cielos, José Antonio Reyes, levantó los 15 kilos de plata en Basilea otra noche de mayo. No jugó la final por culpa de una lesión en su última temporada como jugador sevillista, porque nunca dejó de pertenecer a esta institución. Fue la noche mágica de Coke, haciendo el guiño con Mariano de las bufandas con las que la guasa sevillana siempre muestra su descontento con el entrenador que se entretiene en ganar títulos. “Coke por Mariano” o “Mariano por Coke”. Era un cambio recurrente de Emery, que en la final ante el Liverpool colocó a los dos en el once titular para ahormar una doble banda que se comió a Alberto Moreno, un sevillano en los reds. Jürgen Klopp, que no quiere ver al Sevilla ni en pintura, caía por tercera vez ante los nervionenses. Tres cicatrices bien rojas en su piel, una con el Mainz 05, otra con el Dortmund y la tercera con el Liverpool, la que más dolió.

Finales de 2016 y 2020. Finales de 2016 y 2020.

Finales de 2016 y 2020.

Y la espera duró sólo cuatro años. Llegó en 2020 la edición más atípica, con el sonido hueco de los estadios vacíos, como esas calles de esas ciudades fantasma y el pavor que nos dio acostumbrarnos a ellas. En una sede fija, Colonia, y con eliminatorias a partido único, el Sevilla de Lopetegui, que recibió a Gudelj como un héroe en el hotel cuando el serbio salió del Covid-19, invocó sin querer al espíritu de la casta y el coraje. Emergió otra vez el Sevilla campeón, el que se merendó al Inter y que –otra vez, como en Basilea ante el Liverpool, como en Varsovia ante el Dnipro, o como hace poco en Nervión ante la Juventus– hizo una fiel descripción del nunca se rinde. El gol de Lukaku fue como un toque de espuelas en los costados de un purasangre. Así fue con el tanto de Kalinic o el de Sturridge en las finales de 2015 y 2016.

Del resto se encargaron las paradas imposibles de Bono, los dos soberanos testarazos de Luuk de Jong y la chilena ganadora de Diego Carlos, que paró el tiempo en pleno vuelo cual Pelé en Evasión o victoria.

Otra vez se aceleran los pulsos, el sevillismo se prepara para ese rito que cíclicamente en mayo se cumple casi como una ley divina y se presagian cosas buenas. El ave Fénix resurge de sus propias cenizas, el sueño sigue vivo y el corazón que bombea el mayor amor posible a una competición sigue latiendo... Budapest ven a mí.

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