Sistema financiero

Desapalancamiento: tan largo de decir como de hacer…

David Uclés Aguilera

Director Servicios de Estudio Cajamar

Los años que llevamos de crisis han supuesto para la mayoría de los ciudadanos un verdadero máster en finanzas. Hoy no es extraño encontrase en Twitter a un jubilado preguntar por la repercusión en la prima de riesgo de alguna de las últimas noticias. ¿Alguien sabía lo que era la prima de riesgo hace 4 años? Esto tiene una ventaja: a la fuerza, los españoles estamos adquiriendo algo de cultura financiera, como atestigua el crecimiento de los foros, blogs y webs dedicadas a estos temas, y estamos ahora más preparados para enfrentarnos a situaciones como las pasadas. La contrapartida de este aprendizaje, por desgracia, es la enorme estela de parados y las consecuencias que de ella se derivan para las familias, de las que ya hay 1,2 millones con todos sus miembros sin empleo.

Entre las razones que hay en la estructura económica de España y que explican esta intensidad del sufrimiento está una mayor especialización en sectores de menor productividad, o las disfuncionalidades de muchos de nuestros principales mercados. Sin embargo, en el comportamiento crediticio de nuestra economía hay algunas otras claves. Por ejemplo, una simple comparación de la evolución del ratio de créditos concedidos al sector privado sobre los depósitos del mismo, deja claro el intenso recurso al apalancamiento financiero de la economía española y explica en parte el mayor castigo que estamos sufriendo. Además, las condiciones en las que se está realizando el ajuste económico son posiblemente las peores imaginables: restricción de crédito, imposibilidad de usar el tipo de cambio para recuperar competitividad exterior y un obligado proceso de consolidación fiscal para contener el déficit.

En la primera fase de la crisis, las familias y empresas aceleramos la reducción de nuestro endeudamiento con la banca a un ritmo intenso. Aún las bolsas de ahorro generadas durante la anterior etapa de expansión permitían este proceso. Los depósitos caían también, pero de forma menos intensa, por lo que la posición crediticia de la economía mejoraba. Los brotes verdes de 2010 despertaron a los depósitos, que volvieron a crecer, aunque los créditos seguían bajando, si bien con una pendiente menor. El desapalancamiento, por tanto, se aceleró. El siguiente año, 2011, dejó claro que la economía española no era capaz de seguir su recuperación y comenzaron  los recortes en el gasto público para intentar equilibrar un déficit que amenazaba nuestra credibilidad externa y disparaba la ahora famosa prima de riesgo.

El año que acabamos de cerrar no ha sido mejor. El proceso de desapalancamiento (o de desendeudamiento) es imprescindible para lograr el comienzo de un nuevo ciclo económico, y el grifo del crédito ha seguido cerrado para las entidades españolas, lo que se ha traducido en un recurso constante al BCE, por un lado, y en una sequía aguda de crédito en los circuitos minoristas, por el otro. El proceso de reestructuración bancaria ha significado, a su vez, un fuerte impacto en las cuentas de resultados de las entidades financieras y, de nuevo, una menor disponibilidad de recursos para el préstamo a clientes. En el frente de las familias, las reservas se han agotado a causa del largo tiempo transcurrido desde el comienzo de la crisis. Es por ello, posiblemente, que ahora caen un poco más los depósitos que los créditos.

La creciente ola de desahucios es la otra cara de la misma moneda. Durante años se arguyó que los españoles lo último que dejaban de pagar era la hipoteca. Pues bien, ese momento ha llegado y, salvo que la demanda externa venga al rescate del mercado inmobiliario en forma de inversores chinos, rusos o nórdicos, las expectativas sobre el mismo no pueden ser más que depresivas. Y si la economía no logra enderezar su rumbo y comienza a crecer y a crear empleo, el número de impagos de hipotecas seguirá aumentando durante todo 2013.

Lo que nos enseña la historia de las crisis de sobreendeudamiento como la nuestra es que, al necesario período de desendeudamiento del sector privado, le acompaña un cierto repunte del endeudamiento público. En España este proceso ha sido muy intenso, al unirse el desfase entre gastos e ingresos derivados de la recesión, el recurso a la expansión fiscal de 2009 y el aumento de los intereses desde 2011. El crecimiento de la deuda ha sido muy elevado, hasta alcanzar para el conjunto nacional la cifra del 96,2% del PIB (pasivos en circulación y deuda). La situación de cierre de mercados financieros que sufrieron las entidades financieras españolas se extendió rápidamente al conjunto de las empresas y a las administraciones autonómicas.  La imposibilidad de acudir a los mercados para refinanciar las deudas dejaba a muchas de ellas abocadas al rescate. El Gobierno puso en marcha en la segunda mitad de año el Fondo de Liquidez Autonómico con el objetivo de inyectar liquidez a las comunidades que más lo necesitaran (finalmente se sumaron 9), y ya se ha puesto en marcha una prórroga del mismo para 2013.

El balance de la situación no puede, por tanto, ser positivo. Con España en el centro de la tormenta desatada contra el Euro, una demanda nacional atemorizada y constreñida, unos mercados europeos que se deterioraban con el paso de los meses y el sistema financiero enfrascado en una reestructuración que ha transformado por completo el mapa de entidades, casi lo mejor que se puede decir es que, a pesar de todo, seguimos contándolo.

El final del ejercicio trajo un poco de respiro a los mercados financieros. La prima de riesgo se relajó y algunas voces comenzaron a plantear un escenario menos negativo para el año 2013. Sin embargo, los problemas de la economía española son de una profundidad casi abisal. Estamos bloqueados en una trampa en la que no podemos usar la palanca del tipo de cambio (tradicional solución de las crisis españolas), tampoco podemos usar las herramientas de la política fiscal (porque los mercados dejarían de financiarnos) y en el que nuestras exportaciones se comienzan a bloquear ante la anemia del conjunto de Europa.

¿Nos queda alguna salida? Por supuesto, aunque son complejas y nos van a llevar bastante más de un año. La primera sería lograr un respiro por parte de nuestros socios, de forma que el ritmo de los recortes lo podamos reducir y así no seguir echando agua a nuestra hoguera casi extinta. La otra, que debe ser complementaria, es que nuestras empresas modifiquen su trayectoria exportadora (de hecho, ya han comenzado), buscando mercados emergentes con los que sustituir a los de la desfondada Europa.

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