Recuerdos en primera persona

La Editorial Bruguera de Francisco Ibáñez, el Hollywood de tinta

Francisco Ibáñez ante una de sus viñetas recientes parodiando personajes

Francisco Ibáñez ante una de sus viñetas recientes parodiando personajes / Europa Press

Nuestro padre, esa persona que al menos podía levantarse tarde los días de fiesta, después de desayunar el domingo, y ya repeinados, nos permitía que le acompañáramos a comprar el periódico. Los quioscos, papelerías o librerías de los 70 no eran bazares y todo era papel. Las revistas y diarios se vendían por sí, a pelo, puro papel, sin traer cartones con regalos y degustaciones. Las enciclopedias, de Salvat, Sedmay, Sarpe, Urbión o de Buru Lan mismo, podían ser de cine, de bricolaje, de geografía, de la Segunda Guerra Mundial y hasta de circo, pero sólo ofrecían fascículos. Como mucho, el regalo del número 1 era el 2, ni siquiera las tapas. Las colecciones de cosas raras no se hacían por entregas, por lo que los establecimientos del ramo podían ser hasta más pequeños porque no los inundaban soldados de plomo, dedales, huevos de porcelana o compresas con alas promocionales.

Lo más moderno de aquel quiosco de los años de la transición  era el ‘Salvat Inglés’, que venía con un cassette de vez en cuando para ir completando el curso. Los ejemplares se apilaban en el mostrador. Por un lado los periódicos, los locales, los de Madrid como ‘ABC’, ‘Ya’, ‘El Alcázar’ y los nuevos que habían aparecido como 'Diario 16' y 'El País, y los deportivos: el ‘Marca’, con su cabecera roja entre fotos en blanco y negro, y el ‘As’, con su peculiar impresión de color sepia. Al lado se colocaban las revistas serias de mayores de diferente ideologías, ‘Triunfo’, ‘Sábado Gráfico’ o ‘La Actualidad Española’, que en la transición estarían acompañadas por aventuras como ‘Cambio 16’, además de nuevas publicaciones con portadas subidas de tono, con ‘Interviú’ como paradigma entre otras publicaciones 'verdes'; en otro montón, las revistas rosas desde 'Garbo' y '¡Hola!' a las de costura tipo 'Burda', las fotonovelas, y algo más cerca del comprador, las revistas de la tele, el 'Tele-Radio' y el 'Teleprograma'. Y en un lugar preferente, al acceso de los lectores de menor altura, o tendidas en pinzas a lo largo, un paraíso de tebeos. Los tebeos de Bruguera que cuando eran atrasados venían manchados en el corte de sus páginas con tinta roja, como sucedía en los mercadillos.

Francisco Ibáñez Francisco Ibáñez

Francisco Ibáñez

El quiosco o la librería, con ese olor a papel nuevo tan característico que se va perdiendo, nos surtía además de chucherías, de cromos y de buena parte del material escolar, pero lo que más nos podía entusiasmar era adquirir aquella 'televisión privada', los tebeos, que en consumo solitario nos embarcábamos en casa. ¿Cómo se leían los tebeos? Primero hojeándolos por encima para dar un repaso a personajes y dibujos y en un segundo pase leyendo los bocadillos detenidamente para dar rienda a las solitarias carcajadas. Las historietas más esperadas se distinguían perfectamente porque estaban a todo color.

Los personajes y autores secundarios, delicioso relleno en la mayoría de los casos, se presentaba en blanco, negro y naranja, como eran los casos de Mari Pili y Leopoldino un matrimonio muy fino, Agamenón, Caco y Coco, Publicidad O.K. o Cuervo loco, pica pero pica poco.

El tebeo humorístico que devoramos en los 70 era heredero del cómic costumbrista de los años 50. Muchos personajes emblemáticos, con Mortadelo y Zipi y Zape en cabeza, iniciaron su andadura cuando se planeaba el desarrollismo. Las situaciones que recreaban las viñetas de nuestro tiempo eran de otra época, como los delirios hambrientos de Carpanta que nunca gustaron a la censura, defensora del nivel proteínico nacional y para los que España siempre iba bien.

Los personajes huían del sastre, acreedor por antonomasia, porque seguro que no tenían hipoteca ya que vivían en alquiler o subarrendados, y por eso también se escondían del casero o la casera. A la primera generación urbanita nacida en pisos de protección oficial nos sonaba un tanto raro estos temores, pero nos reíamos de los equívocos, chascos y cuitas familiares, el trípode de las historietas de una página que solían terminar o con una persecución o con alguien vendado como una momia. Parte de aquel surtido de nuestros tebeos era rescatado de los años más grises.

Las editoriales de TBO, la Valenciana (Jaimito) y sobre todo Bruguera disponían de un filón en sus fondos, de los que extraían y exprimían cuanto les daba en gana sin tener en consideración a los autores.

Eran páginas de un revoltillo de narizotas, garrotes, chichones, viñetas con "paff" o "booom", y palabras de sorpresa como "sapristi", exclamaciones como "horreur" y descalificaciones como "merluzo".

13 Rúe del Percebe, lo más antisistema de Ibáñez

Francisco Ibáñez y el edificio de '13 Rúe del Percebe' Francisco Ibáñez y el edificio de '13 Rúe del Percebe'

Francisco Ibáñez y el edificio de '13 Rúe del Percebe'

En el tardofranquismo había dos Paco Ibáñez legendarios, uno destapaba a los clásicos en el Olimpia de París y el otro se iba convirtiendo en un clásico del surrealismo a través de sus creaciones mundanales, don “F. Ibáñez”, que en el Cielo pueda descansar.  Lo más iconoclasta de aquellos tebeos que fueron nuestra primera ventana al todo color fue su bloque de vecinos de 13 Rúe del Percebe, inmueble que con el tiempo se ha revalorizado un montón por su originalidad, generando ideas a las telecomedias del tercer milenio.

En el edificio de la contraportada de ‘Tío Vivo’ se recopilaba una gama social de lo más antisistema. Ojo a los vecinos del número 13 de la calle Percebe para los que no han descubierto este edificio.

En el subterráneo residía en la infravivienda de la alcantarilla un hombre de mediana edad, calvo, gruñón y solitario. En el bajo, amén de la portera escoba en mano y vigilando un ascensor sin inspección, lo ocupaba el tendero más tramposo y avaro que vieron los siglos. En el primero, un veterinario que recibía en casa la consulta zoológica más completa y delirante, y como vecina adjunta, la casera de una pensión donde se apretujaban en condiciones insalubres los también solitarios huéspedes. En el segundo, una solterona de las de antes, de permanente y luto, que se dedicaba a recoger criaturas abandonadas que solían convertirse en cuervos quitaojos. Al lado, en las primeras historietas se encontraba un doctor tipo Frankenstein, que se mudaría para dar paso a un Pepe Gotera de la sastrería, chapuzas al corte. En el tercero, un ladrón con una exigente esposa (ojo, la única pareja convencional del bloque), y en la otra puerta una ama de casa con varios cabezones vándalos como hijos y que nunca supimos si su marido murió, estaba de viaje de negocios, en Carabanchel, o si podía tener o no marido. Y de remate, un Tom y Jerry al estilo de Ibáñez en la azotea, ocupada siempre por acreedores a la puerta del inquilino del ático, un bohemio vividor que recordaba al autobiográfico personaje de Manolo Vázquez. “Aquí no hay quien viva” podría haber exclamado alguna visita a ese número 13.

Quienes allí vivían o eran medio delincuentes o escapaban de la ortodoxia social.

Heterodoxia y surrealismo fueron los fundamentos de la mayoría de los autores de nuestros tebeos, aunque los censores no se percataran y las editoriales exigieran espíritu nacional-familiar, tontura infantil, en las formas y contenidos, y pese a que la tijera fue feroz y mentecata con ellos.

¿Cómo eran los tebeos de Editorial Bruguera?

Cabecera de la revista 'Din Dan' en los años 70 Cabecera de la revista 'Din Dan' en los años 70

Cabecera de la revista 'Din Dan' en los años 70

Francisco Ibáñez, muy a su pesar, era el más prolífico de la editorial más prolífica, Bruguera, el Hollywood de la tinta. Nuestros quioscos estaban llenos de las llamadas revistas juveniles de la firma barcelonesa, donde destacaba 'Mortadelo' y 'Zipi y Zape', ésta con unos contenidos más infantiles, además de las más veteranas: 'Pulgarcito', el mencionado 'Tío Vivo', 'DDT' o 'Din Dan', que apenas se distinguían porque coincidían en ellos dibujantes y personajes. Estaban los ejemplares semanales, de 32 páginas, y con los que también descubrimos por entregas a notables del mundo de dos dimensiones como Astérix e historietas “de mayores”, de historias serias, sin narices gordas y con sombreados realistas, como El Capitán Trueno o El Corsario de Hierro y otras historias de tintes de cine negro.

Quincenalmente aparecían los Super, de 64 páginas y con cubiertas de papel de mejor calidad, y lo mejor era el número especial mensual, de 100 páginas, el mejor regalo que un domingo cualquiera podía ofrecer a un niño en el quiosco, y que en las navidades recogían el añejo título de Almanaques.

En el verano del 74, cuatro años después de la fundación de 'Mortadelo', se sacaría el tebeo con más páginas, 148, el 'Mortadelo Gigante', a 50 pesetas de las de entonces, que nos cundió en lecturas. Este grueso especial aparecía con las vacaciones.

Tras el tebeo, los personajes de más éxito de Bruguera podían pasar al libro, a la Colección Olé, selección que daba un apriete más a la ubre. El siguiente escalón del deseo eran los tomos de Super Humor y esos ya sólo podían caer en la primera comunión o en Reyes, para acabar con todos los honores en la estantería del mueble bar en el salón. Algo así sólo ocurría con los volúmenes de 'Películas' de Walt Disney de la Editorial Jovial.

La factoría Ibáñez fue la que se convirtió en referencia de cada una de las revistas de Bruguera, editorial cuyos fondos a su cierre en la crisis de los 80 serían adquiridos por la Editorial Zeta. En la agonía de la empresa algunos personajes como el propio Mortadelo fue dibujado por otros autores, ensanchándose las viñetas para que ocuparan más espacio y llenando las páginas de lacio humor extranjero. Aquellos ya no eran nuestros tebeos. La calidad descendió a chorros en el naufragio de Bruguera.

Portada de 'Tío Vivo' en los años 70 Portada de 'Tío Vivo' en los años 70

Portada de 'Tío Vivo' en los años 70

A mediados de los 60, el Botones Sacarino, que tendría una publicación con su nombre, se convirtió en el buque insignia de ‘Tío Vivo’; Pepe Gotera y Otilio, del veterano ‘DDT’; y Rompetechos del ‘Din Dan’, antes de que cerraran las veteranas cabeceras. Ibáñez fue el más grande, por dibujos, humor y vigencia.

La agencia de información de Mortadelo y Filemón, que había nacido en una página en Pulgarcito a finales de los 50, fue adquiriendo cuerpo de aventuras mayores cuando ingresaron en la TIA, a partir de ‘El Sulfato Atómico’ en el 69, pasando así al serial del "(continuará)", distinción para los grandes. Amén de un cambio en las líneas de las orejas, Ibáñez iría agregando a la pareja secundarios imprescindibles como el Súper, el profesor Bacterio y años después, la oronda secretaria Ofelia. El éxito de Mortadelo y compañía los había llevado al cine y a la exportación. Al cabo de los lustros volverían a los dibujos animados, en una serie de la tele (con la productora BRB) y al cine, de la mano de Javier Fesser P.Tinto, en carne, hueso y efectos especiales.

Francisco Ibáñez evolucionó a la par de sus criaturas y aunque el tebeo español ya no sería ni es lo que fue, él ha estado tres decenios más al quite de la actualidad para que el calvo de los disfraces y su jefe de los dos pelos vivieran aventuras en los acontecimientos de nuestros tiempos, imprescindible si es un mundial de fútbol, para deleite de la concurrencia de sus tomos.

Los billetes de mortadelos Los billetes de mortadelos

Los billetes de mortadelos

Mortadelo, adelantado a las criptomonedas, que llegó a tener su moneda de curso legal para conseguir regalos tras recortarlos de las páginas, es de las pocas referencias de nuestra niñez que seguirán  vivitas y coleando.

Los otros monumentos de Francisco Ibáñez que también siguen gozando de seguidores pasadas las generaciones, recrearon durante años el mundo laboral a dos páginas.

El adolescente Sacarino deambulaba pasota por una oficina, con un director baboso respecto a su superior, el presidente, y displicente sobre sus subordinados, víctima principal de las involuntarias tropelías del botones.

Pepe Gotera y Otilio chapuzas a domicilio parodiaban la mano de obra, si no barata sí al menos irresponsable. Otilio bien podía haber protagonizado ‘La gran comilona’, con su estómago agradecido y pantagruélico, versión gastronómica de los disfraces de su primo Mortadelo.

Punto y aparte es Rompetechos, miope con muy mala leche, especialista en malinterpretar letreros, y que protagonizó numerosos cameos en las vidas de sus parientes de tintero.

Pocas películas han plasmado este Hollywood de tinta con el que disfrutaron los niños y niñas españoles de coderas y ropa heredada de los hermanos. Como terminaban las mejores páginas de entonces: Continuará.

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