Los ojos que lloran no saben mentir. Quedó sentenciado en una de las arias más bellas de nuestro género lírico, La tabernera del puerto de Pablo Sorozábal. Todos sabíamos que Roberto Leal es muy buena persona, uno de esos seres que poseen ‘buen fondo’, que es un modo con el que me gusta definir en dos palabras a la gente noble para diferenciarla de la tóxica, que la hay.

Albert Espinosa, de profesión “especialista en extraer los buenos sentimientos que todavía quedan en los tiempos más oscuros de la humanidad” está cumpliendo a pie juntillas su contrato en La Sexta, una cadena que se caracteriza por encargar programas con muy pocas entregas, normalmente tandas de no más de seis u ocho episodios.

El camino en casa merece la pena porque de vez en cuando es bueno resarcirse con unas lágrimas que no provengan de la ficción sino de la realidad pura y dura; de la que proviene de un personaje de carne y hueso, conocido por ser un conocido mediático al que estamos acostumbrados a verle en nuestros hogares por sus incursiones en la pequeña pantalla, que durante una hora vuelve al pueblo que le vio nacer, se reencuentra con sus maestros y maestras, con las calles de su niñez, y le bastan un par de álbumes de fotos y alguna que otra película de las que se filmaban en super 8 para llevarle a una catarsis.

El bueno de Roberto Leal perdió a su padre hace cuatro años. Se quedó con ganas de que hubiese visto algunos instantes preciosos que está gozando en su carrera. La televisión tampoco sabe mentir, y ‘El camino a casa’ radiografía sentimientos reales, nunca fingidos.

De todos los personajes conocidos que han compartido su camino a la tierra de su infancia junto a Albert Espinosa, ahora que el programa toca a su fin, qué duda cabe que el de Roberto Leal, de Alcalá de Guadaira, fue uno de los más hermosos. Vale la pena revisitarlo.