Toros

Joselito Adame reafirma otra vez en Madrid que es un gran torero

El mexicano Joselito Adame reafirmó en Las Ventas el gran torero que es, con una nueva actuación de altos vuelos que le valió para cortar una oreja de mucho peso y demostrar así que está preparado para empezar a funcionar en las grandes plazas y ferias de España.

Pocas veces un torero que no entraba en las quinielas de los posibles nombres destacados de todo un mes de toros en Madrid es capaz de conquistar dos veces la primera plaza del mundo en una misma semana.

Una empresa casi inalcanzable para la mayoría de matadores de la segunda fila del escalafón, que casi siempre que vienen a Madrid apenas dejan esbozos del toreo que llevan dentro, sin llegar a poner a todo el mundo de acuerdo como Joselito Adame, que gracias a su triunfal paso por Madrid puede considerarse ya la gran figura del toreo mexicano actual.

El joven azteca demostró que su gran actuación de tres días atrás en esta misma plaza no fue un capricho de las musas, sino que responde a todo un paciente proceso de afición, formación y ambición de querer ser alguien importante en esto, y, visto lo visto, va por el camino.

Adame ya dejó constancia que venía a por todas con la actitud que mostró durante toda la tarde, participando en quites tanto en sus toros como en sus turnos correspondientes en los de sus compañeros, donde se mostró, además, resolutivo, con un variado repertorio en el que intercaló gaoneras, chicuelinas, navarras y lopecinas.

Pero no sólo hay que destacarle la disposición, que siempre es de agradecer, pues hay que cantar a los cuatro vientos las buenas virtudes que atesora para desplegar el toreo bueno: serenidad, valor, gusto en las formas y, algo también muy importante, recursos y capacidad de improvisación.

A su primero, toro con genio que embestía a empellones y que acabaría también desfondándose, lo exprimió a Adame a base de amor propio, de no dejarse ganar la pelea, con aguante, aplomo y mucha seguridad, lo que se dice estar por encima de su oponente.

Pero con el quinto, el mejor toro del interesante y variado envío de Alcurrucén, mostró Adame toda su dimensión, con un toreo suave y elegante, tirando de las templadas embestidas del astado con largura, ajuste y muy buen son, todo muy hilvanado, muy compacto, y a más.

Según transcurría la faena fue imprimiendo el mexicano más relajo y torería a su quehacer, gustándose y recreándose en la interpretación, incluso en las improvisaciones como los circulares sobre la marcha, trincherillas o desmayados. Estuvo tan bien Adame que ni el pinchazo previo a la estocada final quitó pañuelos a la petición de oreja, que, finalmente, paseó en una clamorosa vuelta al ruedo, a grito de ¡Viva México!.

Su compatriota Juan Pablo Sánchez, sin embargo, pasó por Madrid como un suspiro, es decir, sin pena ni gloria. Con el apagado tercero anduvo tan correcto como frío en una faena larga que no fue a ningún lado. Peor aún en el sexto, pues no supo aprovechar Sánchez el gran pitón izquierdo que tuvo el animal en una labor voluntariosa pero sin apreturas y, en consecuencia, sin emoción alguna.

Lo del Cid es otro cantar. Sólo se le puede tapar con su primero, toro reservón y con la cara suelta, con el que anduvo esforzado. Pero con el encastado cuarto, no. Un toro que pedía otra lidia bien distinta a la que le recetó el de Salteras, demasiado encimista y deslavazado, sin llegar a estructurar nada concreto. Una pena, pues el toro tenía virtudes, que quedaron disimuladas por la falta de tino de su matador.

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