Crónica de la Feria de San Miguel

Sevilla le da el sí a Diego Urdiales

  • El riojano cuaja una faena magistral en el cuarto toro de Garcigrande y le corta las dos orejas

  • Manzanares también tocó pelo y el ecijano Ángel Jiménez mereció mejor suerte

Diego Urdiales torea con la muleta al toro que acabó desorejado.

Diego Urdiales torea con la muleta al toro que acabó desorejado. / Juan Carlos Muñoz

Siempre hay un día después como resaca de un acontecimiento y el magno acontecimiento del viernes fue tan fuerte que íbamos a la plaza con la desconfianza de cómo superar un listón tan alto como el que colocó Morante con un juampedro. Pero en el cartel figuraba un torero al que Curro Romero santificó y que desde entonces era esperado por Sevilla. Esto va tocando a su fin y cuando se desconfiaba de que fuese a pasar algo interesante surgió un suceso para el recuerdo, que fue ver cómo hace el toreo un riojano.

Lo del viernes en este templo a cargo del gran chamán de la tauromaquia moderna y, posiblemente, de la de siempre ha revolucionado esto de tal manera que la gente acudía a la plaza rumiando lo anterior sin reparar que el presente estaba ahí. Y estaba a cargo de Diego Urdiales, ese riojano erigido en torero de culto y al que Sevilla espera desde que Curro dio la orden de esperarlo. Con él, Josemari Manzanares, ese hijo adoptivo que llegaba de haber tocado pelo con la corrida de Matilla para despedirse hasta el año que viene y de Ángel Jiménez, al que se echaba en falta cuando los carteles vieron la luz tras haber triunfado en su alternativa cuando antes de la pandemia y que encontraba hueco por la ausencia de Pablo Aguado.

La tarde tenía sus perejiles y alumbró algo definitivo. Y es que Sevilla le dio el sí de forma rotunda a un Diego Urdiales que estaba en lista de espera para convertirse en lo que ya es desde ayer, un torero del gusto de Sevilla. Con qué pureza toreó el riojano al cuarto toro de la tarde. Con un recibo de verónicas plenas de hondura empezó todo, brindó a la plaza y la faena de muleta fue una locura. Qué bien torea Urdiales, cómo se coloca en cada cite, cómo se lo lleva hacia atrás de la cadera, qué naturalidad en los desplantes, cómo se gusta en unos naturales que parecían circulares de lo rematados que eran. Paró el tiempo Diego con la muleta en la izquierda y de frente o dándole el pecho y embebiendo al toro en el engaño. Y de propina, una estocada perfecta en el mismísimo hoyo de las agujas. Las dos orejas, Diego gozoso en la vuelta al ruedo y Curro disfrutando en una grada junto a su mujer. En el primero, un toro con pinta de búfalo que fue protestado de salida y ovacionado en el arrastre, Diego no acabó de entenderse con él y el diálogo no surgió, quedando todo en saludos desde las rayas.

Josemari Manzanares estuvo a pique de repetir un clamor de esos que tanto ha prodigado en ésta su plaza. En su primero, bajo los sones rituales de Cielo andaluz recitó su discurso habitual de redondos redondísimos para el cambio de mano que pone a la plaza en pie. Una película no por muy vista menos apetecible. Lo mató recibiendo y le cortó una oreja. Podía haber Puerta del Príncipe y eso lo olisqueó el alicantino tras haber lidiado magistralmente con el capote al quinto, pero el toro se paró y todo quedó para la próxima vez.

Entró el astigitano Ángel Jiménez en el sitio de Pablo Aguado y bien digno que estuvo con su lote, el menos colaborador del envío de Garcigrande. Lucido con el capote toda la tarde, brindó su primero a sus compañeros de terna, seguramente como agradecimiento por aceptarlo en el cartel, y tuvo una labor que empezó en tono alto y fue bajando a compás de cómo bajaba el toro. En el que cerró plaza, se le agradeció un par de tandas enrabietado, pero no había opciones para más. Y en la tarde en que Sevilla le dio el sí a Urdiales se seguía hablando de Morante. Hoy, miuras para él.

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