Con Morante, todos contentos
El orfebre cigarrero recitó otra lección magistral con el cuarto toro de la tarde Manzanares estuvo cerca de renovar su tórrido idilio con Sevilla Talavante, que cortó oreja como sus compañeros, brilló con su faena al sexto
Las imágenes de los toros en Sevilla con Morante de la Puebla, José María Manzanares y Talavante
Ficha del festejo
Plaza de toros de la Real Maestranza de Caballería
GANADERÍA: Se lidiaron cinco toros de Hermanos García Jiménez y uno, corrido en sexto lugar.
TOREROS: Morante de La Puebla, de azul Prusia y plata, ovación y saludos tras aviso en su primero y oreja tras aviso en el cuarto. José María Manzanares, de azul marino y cobre, oreja en su primero y saludos tras aviso en el quinto. Alejandro Talavante, de blanco y oro, silencio y oreja.
CUADRILLAS: Destacaron a pie Joao Ferreira, Juan José Domínguez, Diego Vicente, Juan José Trujillo, Álvaro Montes y Javier Ambel.
INCIDENCIAS: Se colgó el cartel de ‘no hay billetes’ en tarde de nubes y claros. El tercer toro cogió en banderillas a Javier Ambel de pronóstico menos grave que le impidió continuar la lidia.
LLEVAMOS una buena dosis orejera, incrementada en la corrida de ayer con un apéndice por coleta. Vivíamos el retorno de Morante tras su apoteosis del pasado jueves y se notaba en el ambiente. Cuando se anuncia el de La Puebla surge un ambiente muy especial y eso ocurría en un día en que un bulo en las redes le había encogido los adentros a Sevilla. Un bulo que propagó como una mancha de aceite y que hasta dejaba en evidencia el afán de protagonismo de algún que otro mentecato. Pero desmentida la falacia, la Fiesta no para y ayer volvíamos a presenciar un festejo en el que los toreros vencieron con claridad al ganado. Mal presentada la corrida de Matilla, una auténtica escalera sin ningún punto de afinidad en sus hechuras, pero que permitía en ocasiones el lucimiento de los coletudos.
Y todo empezó con un inválido que vería el pañuelo verde para ser sustituido por un colorado de nombre Aguileño y que tiene la rara cualidad de que su cabeza no se corresponde con el resto de su cuerpo. Y Morante, que ha preferido saludar desde el burladero la cariñosa acogida en vez de salir al tercio, es sorprendido por el toro, que el quita el capote y está a pique de darle una voltereta. Pero el cigarrero está que se sale y logra una faena llena de hondura, desde los estatuarios sin cambiar de posición siguiendo por solemnes redondos y naturales de ensueño, pero sin una mínima colaboración del toro. La faena coge vuelo al compás de un pasodoble que lleva el nombre de Curro Romero. Lo pincha y todo queda en saludos.
Y cuando sale el cuarto, de nombre Derribado y de pelo castaño, a Morante le da igual que se vaya suelto de su capote. Cuando tocan a matar dice Morante aquí estoy yo y se dispone a dictar otra obra magistral. Morante en estado puro. Desde los inmensos ayudados por alto a los redondos sin fin o a los mayestáticos naturales que enloquecen a la plaza. De tan cerca como se lo pasa, el toro lo derriba trabándolo con una pata. Da igual que da lo mismo, valentísimo, llenando la escena como sólo él lo consigue, se tira a matar a ley y la espada cae un tanto desprendida, por lo que el premio se queda en una oreja, que pasea en una apoteósica vuelta al ruedo en la que el torero lleva en sus manos un ramo de romero. Qué recuerdos, Señor...
Mejor versión de Manzanares la dada ayer y cuando, como era habitual en los tiempos de vacas gordas, sonaba Cielo andaluz, creímos ver al torero que encandiló a Sevilla en la pasada década. Con ese inicio suyo de redondear los redondos con un cambio de mano que llega muy fuerte al tendido, el alicantino cuajó una faena muy entonada que remató con una estocada caída que provocó que el usía, el riguroso Fernando Fernández Figueroa, tanto se demorase en concederla que el alguacil hubo de ir al desolladero a rescatarla.
Luego, en el quinto, debió redondear una gran tarde, pero tras unas tandas brillantes, al natural sobre todo, no redondeó la obra que merecía un gran toro. Se llamaba Frangeado y era castaño de capa con un pitón izquierdo de escándalo. Josemari estuvo bien, pero no del todo y tardó tanto en juntarle las manos que sonó un aviso y todo quedó en saludos, mientras se aplaudía al toro en el arrastre.
Alejandro Talavante topó con un toro sin clase que se llamaba Espléndido, pero que no congeniaba con su nombre. El torero estuvo muy por encima, pero allí no podía pasar nada. Sí le tocó un buen toro para cerrar el festejo y ahí surgió el diálogo entre el singular Talavante y Festín, el único de Olga Jiménez. Lo recibió con un farol de pie, brindó a la plaza y desgranó una buena faena de muleta en terrenos de sol. Desde el inicio, de rodillas y en los medios, hasta los despaciosos naturales, la obra tuvo altura y cuando vio que el toro se iba rajando montó la espada y le cortó una oreja con petición de la segunda. Y hoy, a ver si la de Santiago Domecq continúa con su buena estrella y nos divertimos.
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