Reflexiones tras la muerte de Rafael de Paula
OBITUARIO
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En la muerte de Rafael de Paula
¿Tan mal he estado esta tarde?
La noticia y el impacto emocional
Hace cuatro días, el domingo 2 de noviembre, recibí una llamada de mi amigo y admirado Juan Ortega. Al igual que sucedió cuando falleció Pepe Luis, fue Juan quien me preguntó: “¿Sabes que se ha muerto Paula?” Me lo acababan de decir. Justo en ese momento, yo estaba viendo en Canal Sur “El legado de los Vázquez” y, al recordar a Pepe Luis Vázquez Silva, sentía cierta tristeza por la ausencia de mi entrañable amigo. Volví a sobresaltarme como aquel maldito 26 de julio de 2024, pero en esta ocasión el dolor era diferente: aquí se había marchado un genio del toreo y, allí, además de un torero lleno de sentimiento y arte, se iba un amigo.
El silencio y el arte de Rafael de Paula
Tras la noticia, me quedé en un breve pero profundo silencio, recordando inmediatamente la relación de Rafael de Paula con Bergamín y su “música callada del toreo”. Ese libro supo captar de manera impresionante tanto a Paula como a su toreo, reflejando ese silencio que él buscaba y que, aunque no siempre se encuentra, Paula vivió en numerosas ocasiones, quizá menos de las que deseaba.
En el toreo, el silencio puede tener dos significados muy distintos. El primero, menos deseado, es el que sigue a una tarde en la que las cosas no han salido bien. Nada tiene que ver con ese silencio de la Maestranza, que, como me dijo mi amigo Curro, “ese silencio que hasta los toreros grandes les pesa, y pesa tanto que puede llevar al traste el ánimo de cualquier torero, por grande que sea”. El otro silencio es el que, con toda seguridad, le gustaba a Paula; el que él buscaba y encontraba, a menudo acompañado de la soledad. Esa soledad, como bien dice Curro, no hay que buscarla, hay que dejar que ella te encuentre. Ahí reside una de las muchas cosas que han compartido Curro y Rafael, tantas veces en la plaza, conviviendo con el silencio y la soledad, incluso rodeados de miles de aficionados, y, sobre todo, en la soledad de la habitación del hotel en las tardes malas, cuando el “olé” ha brillado por su ausencia.
El misticismo y la despedida
Lorca decía que el “olé” del toreo viene del “ala”, que significa Dios, y que es necesario para esos momentos en los que uno quiere intimar con Él. Una vez más, el silencio, en este caso en Paula, está estrechamente ligado a la divinidad.
¿Dudáis por un momento que a este tipo de toreros no les gustaría abandonar la plaza, independientemente del resultado, en silencio, sin hacer ruido? Así ha sido también en su muerte, solo interrumpido por esas palmas por bulerías al salir el féretro de la iglesia, rompiendo la espontaneidad de sus fieles y “la música callada del toreo”. Esa música interior, la música del alma del torero, en Paula iba siempre ligada al arte y al sentimiento. Esas palmas de bulerías significan mucho: están llenas de sentimiento, ese sentimiento roto en el adiós a un amigo, a un torero genial, artista de la improvisación como esas mismas palmas. No sé si Paula llevaba “alfileres de colores” como canta Diego Carrasco, pero seguro que esos colores aquel día serían celestiales en su camino hacia Dios, hacia ese cielo de los grandes artistas donde seguro lo pasarán en grande.
Al igual que a Paco Cepero le gusta un rasgueo de guitarra, el toreo de Rafael siempre parecía terminar en esa media verónica de frente, que se asemejaba a un rasgueo improvisado, sin partitura. Para Paula no era necesaria una partitura, esa que sí tenía Bergamín para su libro, precedido por ese arrebato agitanado que solo poseen los toreros gitanos.
Recuerdos imborrables
Sería fácil hablar de las veces que el toreo de Paula me ha llevado al cenit de los sentimientos, a llorar en silencio por dentro, como aquella corrida del 5 de octubre de 1974 en Vista Alegre, a la que tuve la fortuna de asistir. O como cuando Bergamín llamó a Antonio Bienvenida en el día de su retirada y, en vez de dar las gracias, le contestó: “¿Has visto cómo ha toreado el gitano?” O el toro de Benavides en Madrid, o el día de los seis toros en la Maestranza. Pero no quiero eso hoy: quiero ese silencio mío, que en mi interior me ayude a rememorar todo eso, ese silencio que, aunque llorando por dentro, me haga disfrutar y, como se dice, una vez que despierte de ese silencio, solo diga dos cosas:
Hasta siempre, Rafael de Paula.
Olé tú.
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