El último baile de Jordan y los Chicago Bulls
Cine en la red | La cartelera en casa
En Netflix, la apasionante serie documental 'The last dance' recorre los años gloriosos de Michael Jordan y los Chicago Bulls y sus seis títulos de la NBA. David Lynch presenta en Youtube su siniestro e inquietante corto animado 'Fire (Pozar)'.
Permítanme recuperar mi particular ‘teoría del chicle’, esa capacidad de las nuevas narrativas seriales para estirar y moldear su materia prima en un formato flexible, elástico, excitante y sin perder el sabor a lo largo de 10 episodios y más de nueve horas de metraje.
La aplicamos también a The last dance, la extraordinaria serie documental de Netflix y ESPN de la que todo el mundo habla, uno de esos fenómenos capaces de concitar en armonía a cinéfilos y amantes del deporte en un vibrante formato de ida y vuelta entre los orígenes y la historia triunfal de Michael Jordan, uno de los más grandes atletas del siglo XX y de largo el mejor jugador de baloncesto de todos los tiempos, icono, mito y leyenda en vida, y esa última temporada 1997-1998 en la que, después de cinco títulos de la NBA, en pleno huracán interno en su club de toda la vida, los Chicago Bulls, con el equipo en visos de ser vendido y disgregado, el jugador criado en Wilmington, Carolina del Norte, se iba a alzar con un nuevo récord al conquistar el sexto campeonato en ocho años de gloria deportiva con una retirada y una incursión en el béisbol de por medio incluidas.
Jason Hehir articula un vertiginoso formato teleológico de avance y retroceso en varios tiempos para ir separando y retratando a los protagonistas (y antagonistas) de este relato de esfuerzo, superación y éxito marcado por cierta idea del destino y la épica deportiva. Con Michael Jordan en su epicentro, narrador central desde el presente y puro en mano, seguro de sí mismo y sin un ápice de falsa modestia, la serie va dando relevo a todos aquellos protagonistas de los preámbulos y los seis títulos históricos, de sus escuderos en el equipo Scottie Pippen, Dennis Rodman, John Paxson, Steve Kerr o Toni Kukoc, a cuyas biografías se dedican buenos tramos, al carismático entrenador Phil Jackson, artífice y gestor chamánico de un banquillo explosivo creado por quien va a ocupar en la serie el papel de necesario malo de la película, el mánager Jerry Krause, contrahecho personaje que atraviesa los diez episodios como figura que representa los intereses de la franquicia más con la calculadora que con el corazón en la mano.
Con un material de archivo verdaderamente apabullante, que recoge no sólo las grabaciones amateur de los inicios de Jordan y sus compañeros en las ligas universitarias sino que se adentra además en los vestuarios y el backstage de los grandes partidos y finales o en el ingente material comercial generado por Jordan, un auténtico hombre-marca, The last dance articula todas claves y estrategias del suspense y la tensión heredados de la ficción, desde el uso de la música dramática al montaje de los partidos como si de un auténtico thriller con cuenta atrás se tratara. No menos importantes en esta estructura de ida y vuelta son los testimonios de los personajes secundarios de aquellas dos décadas gloriosas, las últimas analógicas del gran circo deportivo, que convirtieron a Jordan y al baloncesto en parte esencial de la Cultura Norteamericana, en palabras de Barack Obama, que también aporta su granito visionario de contextualización a la serie. Grandes rivales deportivos como Isiah Thomas y aquellos duros Detroit Pistons ayudan a reconstruir ese feroz espíritu competitivo, ese sentido autoconsciente del espectáculo mezclado con el marketing y los negocios, que hizo de aquellos días y hacen de este documental un auténtico relato épico para las masas, gusten o no gusten del deporte del baloncesto.
Tanto es así que lo personal queda relegado a los márgenes y a esas particulares circunstancias que, desde la tragedia de su asesinato en 1993, unieron siempre a Jordan con su padre, eco y duelo que atraviesa la serie como uno de los escasos puntos débiles de un Dios del deporte moderno que nunca tuvo que pedir disculpas por sus imperfecciones, su altivez, sus adicciones o su agresivo e indomable carácter ganador.
El último sueño (negro) de David Lynch
De nuevo sin previo aviso, como ocurría el pasado febrero con el desembarco de What did Jack do? en Netflix, el 20 de mayo David Lynch colgaba el su canal de Youtube un nuevo cortometraje inédito, Fire (Pozar), realizado en 2015 en colaboración con la animadora japonesa Noriko Miyakawa y el compositor polaco Marek Zebrowski, una nueva incursión en los territorios insondables, laberínticos y dúctiles del sueño y los símbolos y un nuevo fruto híbrido de esa síntesis entre la pintura, la imagen cinematográfica y la animación que reúne los principales intereses creativos del director de Blue Velvet.
Un sueño oscuro, pesadillesco y de premonitoria lectura en tiempos de pandemia que nos adentra más allá del proscenio de un teatro en el que se proyectan imágenes vibrantes, texturizadas e inestables en blanco y negro y por el que desfilan, en una particular danza macabra acompasada por el cuarteto de cuerda compuesto por Zebrowski, figuras y elementos que no dudaríamos en situar en la categoría de lo siniestro: la silueta esencial de una casa y un árbol seco, un extraño agujero negro con forma de donut, un ‘fantasma’ de ojos y boca negra del que emergen unas llamas blancas sombreadas, unas larvas bailarinas que se desplazan por la imagen de arriba a abajo y de derecha a izquierda, unas lágrimas en forma de granizo que caen de un rostro-máscara, unos árboles-pájaro con patas y brazos-rama que ejecutan una nueva danza lateral a grandes zancadas entre los distintos estratos y niveles de un nuevo paisaje dibujado. Un ‘fuego’ polaco que remite a viejos y reconocibles imaginarios lynchianos, de El hombre elefante a Inland Empire, y que anuncia también una posible batalla (perdida) entre el hombre y la naturaleza herida de muerte.
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