Andalucía

La familia es el airbag de Andalucía

  • Casi 700.000 personas necesitan ayuda en la comunidad · Ante la escasez de lo público, los núcleos familiares se ven rodeados por arriba y por abajo: cuidan de sus mayores y de sus hijos, que con la crisis vuelven en muchos casos al hogar

Es el verdadero núcleo del Estado del bienestar. Presta dinero, acoge y, sobre todo, asiste a pequeños y mayores. La familia desempeña en España un papel multitarea que la crisis ha acentuado sensiblemente. Redes familiares, las llama el Instituto de Estadística de Andalucía, autor de un informe sin precedentes en España y plenamente vigente según sus autores tras las actualizaciones recibidas desde su publicación en 2007. Las redes son los círculos concéntricos que los parientes forman en torno al individuo, envolviéndolo como una cebolla en un colchón de seguridad que tapa en gran parte las carencias de lo público. Los ejes enlazan a los abuelos con los padres y a estos con los hijos y los nietos. Son cuerdas cada vez más largas y estrechas porque crece la esperanza de vida y cae la fecundidad. Ya no hay sucesión sino superposición de generaciones: hasta cinco llegan a convivir al menos unos años, aunque el promedio en el 63,5% de los casos sea de tres. Es difícil pero no imposible (4,5% de los casos) que dos familiares vivan en el mismo edificio. Y resulta aceptablemente común (20%) que lo hagan en el mismo barrio.

En realidad, el plan era otro. Hace un lustro, sólo unos pocos brujos (Roubini, Stiglitz, Krugman) intuían la magnitud del agujero negro creado desde Wall Street e importado por países tan dispares como Islandia, Grecia, Irlanda o España. Eran los tiempos de la bonanza y el optimismo. Eran, también, los de la sedimentación de nuevos fenómenos demográficos. El peso de los mayores en el conjunto de la sociedad crecía y crece. Viven más y se jubilaban (hasta la reforma de las pensiones) antes. Tampoco cohabitaban con sus hijos; habían conquistado la autonomía residencial. En paralelo, las mujeres llevaban lustros incorporándose al mercado laboral con vocación de permanencia aunque sin abandonar el rol de cuidadoras principales (nietos, padres, suegros). Con millones de euros en la caja de las Administraciones, bajo el influjo del superávit, era el momento de cambiar. Fue entonces cuando José Luis Rodríguez Zapatero, a la sazón presidente del Gobierno, patrocinó y aprobó la Ley de Dependencia, piedra de toque de sus políticas sociales. La cosa prometía. España acabaría siendo como Suecia.

Casi 700.000 personas afirman en Andalucía necesitar ayuda. Los 65 años marcan el punto de inflexión de la independencia. Si uno de cada diez andaluces no es capaz de apañarse solo en asuntos tan cotidianos como el aseo, vestirse, utilizar el transporte público, ir a comprar o tomar medicamentos, las cifras se disparan en la cumbre de la pirámide, entre quienes tienen entre 65 y 79 años (un tercio) y entre los octogenarios y sucesivos (70%). "Se suponía que el Estado se iba a implicar, la Ley de Dependencia era una señal, pero se ha roto antes de despegar. Muchos de sus preceptos se han aplazado y otros directamente se incumplen", explica Juan Antonio Fernández Cordón, uno de los más eminentes sociólogos españoles. "La familia se ve hoy en la obligación de asumir un papel todavía mayor. Ayudar a los hijos a comprar un piso era lo de antes, un objetivo casi único, pero el intercambio económico se ha recrudecido, ahora volvemos al acogimiento familiar, a la vuelta de los hijos a las casas de sus progenitores, que es un fenómeno muy normal en el país por cuanto el paro juvenil y los precios de los pisos siempre han sido altos".

En los peores casos, la gente se ve rodeada por arriba (ascendientes) y por abajo (prole). A unos se les auxilia con tiempo y a otros con euros. A veces ambas cosas confluyen. La horquilla crítica se sitúa en los 45-54 años. En este momento del ciclo vital, subraya el estudio, es cuando se abre al máximo la posibilidad del sándwich "debido no sólo al envejecimiento de los ascendientes, sino también al propio envejecimiento de la cohorte generacional: cónyuge hermanas y hermanos, cuñados, etcétera".

Una tercera parte de los andaluces tiene algún pariente que precisa de cuidados o alguna otra clase de ayuda. Cierto: hay otras salidas. Puedes contratar a un cuidador (17,3%), recurrir a amigos o vecinos (6,2%), solicitar ayuda a domicilio a los servicios públicos (3,5%) o incluso aprovechar la opción de voluntariado (0,1%). La inmensa mayoría (87,3%) se decanta, no obstante, por los familiares. Las mujeres son en mayor medida que los hombres destinatarias de estas atenciones (básicamente por ser más longevas) pero también las grandes cuidadoras de las redes familiares, hasta el punto de ocuparse en muchos casos hasta de las madres de sus maridos. "Ellas asumen claramente la mayoría del esfuerzo", concede Fernández Cordón. "Es crucial que se reequilibren los roles en la familia, y en esa transformación han de asumir protagonismo las empresas. Aún está mal visto que un hombre solicite un permiso de paternidad. Se espera que no hagan ese tipo de cosas".

El reparto del trabajo en términos absolutos queda claro: la humanidad ha de sentirse muy afortunada por contar con tantas damas de hierro. Son más eficaces y productivas al complementar a los mayores, los enfermos y los discapacitados (además de a sus propios chiquillos, obvia decirlo) en el aseo cotidiano, la preparación de las comidas, las tareas del hogar, las compras y cualquier otra actividad vinculada a la intimidad o la gestión del día a día. Los hombres actúan más como muletas: son vitales en los desplazamientos dentro y fuera de la casa, y también más hábiles para la burocracia (papeleo, impuestos, instancias).

Fundamentalmente, los cuidadores andaluces prestan ayuda a sus familiares por razones afectivas (65,5%) o por sentido de la responsabilidad (34,4%). El Instituto de Estadística advierte de los efectos colaterales. "Existe un coste inmediato para los cuidadores que afecta a distintos aspectos de su vida personal y familiar. Sin embargo, un 28,7% no ve afectada su vida por la atención prestada a algún pariente, elevándose ese porcentaje hasta el 43% entre los más jóvenes". La intensidad de la ayuda prestada por las mujeres se traduce, además, en consecuencias para su salud, sobre todo entre los 30 y los 54 años. Las más jóvenes (30-44) cuentan con la desventaja añadida de que ese lapso coincide con el momento de máximo esfuerzo para apuntalar sus trayectorias profesionales. Cuando una mujer simultanea los oficios de enfermera y madre, la sobrecarga es sencillamente bestial.

Ahí es cuando deberían entrar en juego los recursos públicos, cuando sopla el viento del desierto, cuando uno se siente en mitad del páramo más inóspito. "El modelo precrisis era lógico -sostiene Fernández Cordón-. Hay ámbitos donde el Estado no puede sustituir a las personas (el cariño, la confianza), pero muchos otros donde sí. ¿Que dicen que no hay dinero? Tras el anuncio del rescate a la banca española [cuyo montante tendrá un tope presupuestario de 100.000 millones], el Gobierno contempla un aumento del gasto público de 3.000 millones, que son los intereses que se tendrán que pagar a Bruselas". ¿Se puede reforzar el esqueleto de la Ley de Dependencia? "Claro que sí. Todo es elegir".

En torno al paquete de prestaciones de la familia surge una duda clásica. ¿Es este fenómeno fruto de la generosidad latina? ¿Languidecen en solitario, encorvados en asilos-prisiones, los nórdicos y los anglosajones? "Lo que se ha descubierto en el conjunto de Europa es el papel que de forma bastante clandestina desempeña la familia respecto a los cuidados incluso en países como Noruega o Finlandia", desmitifica nuestro sociólogo. "No hay un modelo donde el Estado lo asuma todo y las familias se desentiendan. El plus latino es la intensidad: los abuelos cuidan durante muchas más horas de los nietos que en Francia; allí el papel es ocasional y aquí estructural. Con los mayores pasa lo mismo. No hay que pensar que los latinos seamos distintos, las actitudes entre parientes son muy parecidas, pero ellos las insertan en un Estado del bienestar que hace posible que un familiar se ocupe del afecto sin dejar de vivir por ello".

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