Andalucía

Las primarias que nunca estuvieron allí

  • El PSOE-A se abraza al muy español apego por el líder indiscutible. Díaz triunfa incluso entre sus enemigos.

El socialismo andaluz parece ignorar por dónde sopla el viento en esta España decadente. Parecen ignorarlo en realidad todos los partidos, preocupados por manchar al prójimo con corruptelas más viscosas que las propias, pero es el PSOE-A el que celebra primarias, y es ahí cuando surge la oportunidad de comprobar el verdadero grado de regeneración asumido por una organización hegemónica, habituada a manejar presupuestos millonarios, nombramientos estratégicos y un aparato administrativo digno de un verdadero Estado -por tamaño más que por eficiencia- .

Susana Díaz es la ganadora virtual. Aunque asociada a menudo al sarpullido (es una mujer con genio, es implacable, es una roca), incluso el sector crítico parece dispuestísimo a secundar sus aspiraciones. El porqué es un misterio. No basta con apelar a la "unidad". Ni con sonreír por fuera lo que se devora por dentro.

Impacta la imagen proyectada por el PSOE-A, paradójicamente alejada de lo que pretende vender. Una formación moderna, una que aspire a reengancharse a la sociedad, apostaría por la flexibilidad y el debate. Díaz y el aparato, parapetados tras el reglamento del PSOE, se inclinan por una victoria sin sobresaltos y sobre todo sin contraste de ideas y maneras. Muchas de las plataformas surgidas a rebufo de la crisis reclaman una refundación de la política basada en tres claves: la superación de la democracia representativa pura y dura (un voto cada cuatro años); la eliminación de los políticos profesionales (aquellos que en su vida, como Díaz, se han dedicado a otra cosa); y la transparencia del opaco circuito del dinero público (y del dinero privado colindante: el caso Bárcenas es un grandioso ejemplo).

Llama verdaderamente la atención que una organización con más de 45.000 militantes sea tan partidaria del pensamiento único. Queda claro que la cultura del dedazo no es exclusiva del PP. ¿Cuántos pesos pesados se han fotografiado con Luis Planas, uno de los rivales de Díaz? ¿Cuántos militantes con el exótico alcalde tuitero de Jun, José Antonio Rodríguez? La Ejecutiva regional podría alegar lo que de hecho alega: mire usted, es que las normas están para cumplirlas, y resulta que aquí hacen falta 6.860 avales en papel y con el formulario oficial por bandera. Podría, incluso, reforzar su argumento con el siguiente pensamiento adicional, sin duda en la mente de quienes decidieron las reglas de juego: verá, es que no queremos que un cualquiera sea candidato a la Presidencia de la Junta. Vale.

Pero Planas es consejero y ha sido embajador. Y Rodríguez, pese a manejar un modesto municipio granadino de 3.500 habitantes, suma en las redes sociales más o menos los mismos seguidores que Rubalcaba, Griñán y Díaz juntos (la cifra en sí no es ni buena ni mala, pero indica cuando menos un impacto mediático muy superior al que la teoría le atribuye). ¿Ningún socialista quiere escuchar sus mensajes? ¿Tan superior ven a Susana Díaz?

Esta historia tiene sospechosas reminiscencias. Es una versión cutre y obviamente menos perversa de los simulacros de Obiang, con holgadas e invariables victorias electorales en su virreinato guineano, o de aquel Gadafi que afirmaba gobernar por encargo del pueblo al que oprimía. España lleva el caudillaje en la sangre. Se siente cómoda cuando puede confiar su suerte a un líder indiscutible. El PSOE no es una excepción a esta regla antropológica. Susana Díaz ganará, probablemente sin careos, y cuando lo haga nos dirá que su soliloquio ha sido un "momento histórico". Sintomático es que los propios partidos no entiendan en qué consiste la democracia.

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