ramón lecumberri piragüista

De Sevilla a Asturias para no dejar de remar

Muchas tardes de verano pasó Ramón Lecumberri en el Club Náutico de Sevilla. Lo suyo era el fútbol, correr detrás del balón, aunque dejó de serlo en el preciso instante en que tuvo oportunidad de subirse a una piragua. No es que el esférico ya no le atrayera. Pero no había carrera por la banda ni gol marcado por toda la escuadra capaz de competir con las aguas del Guadalquivir, pues en pleno estío resultan bastante más atractivas que cualquier campo de césped sin un resquicio de sombra.

Para combatir el calor, Ramón siguió los pasos de su hermano y sus primos y empezó a desenvolverse con la pala, sin más objetivo que el de divertirse. Pudo volver a las clases de fútbol, "pero el buen ambiente y el compañerismo del nuevo grupo" lo cautivaron. Ya no había escapatoria. "No me tomé muy en serio el piragüismo hasta que cumplí los 12 años y me apunté a varias regatas, aunque no conseguía grandes resultados porque los entrenadores preferían no darme mucha caña. Hasta que ascendí a cadete. Entonces empezó lo serio", recuerda el sevillano, que dedicó muchas más horas a su deporte y obtuvo los resultados deseados al lograr mantenerse entre los tres primeros en el ránking nacional.

Viendo el buen ritmo que caracterizaba su progresión, Lecumberri lo apostó casi todo a la temporada pasada. Tanto entrenó, tanto se esforzó, que su codo dijo basta antes de tiempo. Una lesión convertida en contratiempo que lo obligó a rebajar la intensidad. Tras recuperarse, acudió a al Campeonato de España sin albergar muchas esperanzas: "Fui para terminar, al menos, entre los 10 primeros, y quedé segundo en K-1 1.000 metros. Me dije que si había sido segundo sin estar completamente recuperado de la lesión podría hacerlo mucho mejor cuando estuviera al cien por cien". Y tenía razón. El hispalense se alzó con el doble Campeonato de España cadete, además de colgarse una medalla de plata y otra de bronce en las especialidades de K-1 y K-4.

Durante las vacaciones de agosto lo llamó su entrenador para comunicarle que la Federación Española contaba con él para la concentración permanente júnior de Asturias. Ramón sabía que aquél era el siguiente paso, por mucho que la distancia y los miedos lógicos que asaltan a cualquier chaval que abandona por primera vez su casa pudieran frenarlo. "Cuanto menos lo pensara, mejor. Me decía ¡vete ya, Ramón, si te arrepientes siempre puedes volver, pero no lo pienses más!, y eso hice", reconoce el piragüista a sus 16 años, quien asegura que los primeros meses fueron duros: "Llevo aquí desde septiembre y ya estamos a mayo, ya me he hecho al cambio, pero al principio lo que peor llevaba era el mal tiempo. En Asturias sale el sol dos días al mes y muchas veces toca remar con el agua a 4 grados. En Sevilla sería distinto".

Ramón sabe que si los resultados lo acompañan, dentro de un par de años podría hacerse un hueco en la concentración de la selección sub 23, lo que supondría regresar a su añorado Guadalquivir y volver a tener cerca a los suyos, a los que echa mucho de menos. Y, más adelante, como cualquier deportista de alto nivel, sueña con la residencia Joaquín Blume de Madrid: "Ésa es la aspiración de todos".

Mientras tanto, toca seguir remando, por mucho que el agua esté fría o el sol se haga de rogar. Y también estudiar: "El piragüismo es mi pasión, pero sé que sólo me dará de comer el tiempo que esté subido a ella, así que toca pensar en el futuro".

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios