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Obsesión por la posesión

  • El Sevilla, salvo en Turín, siempre tuvo mucho más la pelota en su poder y dio más pases que el rival, pero con escasa profundidad salvo en el engañoso debut

San Mamés destapó las carencias, con el único paliativo de la apretura del calendario, de un Sevilla que ya venía dando diáfanas pistas sobre un mal de fondo. Está en la esencia del fútbol que pregona Jorge Sampaoli el pecado de este equipo en construcción que va a embocar octubre sin que el anunciado patrón de juego se plasme con rotundidad. Hasta ahora, del querer protagonizar los partidos lo único que ha tenido traslado al campo es la mayor posesión del balón que el rival, juegue donde juegue y sea quien sea éste. En San Mamés, en El Madrigal, en el derbi, ante Las Palmas o el Espanyol, en Ipurúa... El Sevilla siempre tuvo más la pelota que el rival. Además, siempre dio un número muy superior de pases, con una efectividad también siempre superior. Todos son datos positivos, salvo cuando se atiende a las acciones que buscan la esencia del fútbol, el gol. Con más balón, el Sevilla tira lo mismo o menos a puerta que el rival. Y esto se repite jornada a jornada.

Sampaoli lo resumió en una frase tras la derrota en San Mamés: "Más allá del dominio, todo pasa por transformar las situaciones". El problema es que para transformar las situaciones hay que acercarse al área, y el Sevilla, salvo en el frenesí de ida y vuelta contra el Espanyol, y en la segunda parte ante Las Palmas, llega muy poco a la zona caliente. Las elevadas cifras de posesión y efectividad tienen mucho más que ver con el excesivo manoseo de la pelota entre los centrales y el portero, o entre los interiores y los medios centro, siempre con la obsesión de asegurar el pase, de no perder el preciado tesoro que es el balón, sin vergüenza a devolverlo al campo propio antes que arriesgarla en campo contrario. Y eso resta velocidad y capacidad de sorpresa, claro.

Quizá sea porque aún anda en proceso de "conocimiento", o crecimiento, en fase de construcción, o quizá sea porque las piezas elegidas no son las ideales para el plan ideado. Siendo optimista, habría que tender a lo primero. Lo segundo es más propio del tremendismo bipolar que se suele apoderar del aficionado ante el primer vaivén. Pero lo cierto es que el problema ha crecido y no se ha corregido desde que se atisbó en Villarreal, tras la rectificación al caos total del debut liguero. Porque aquel desenfreno tampoco era el camino. Al Espanyol le bastó un 26% de la posesión para realizar un total de ocho remates, de los que cuatro fueron a gol.

Sólo en Turín, el equipo de Sampaoli tuvo menos el esférico que la Juventus, un 44%. Pero el resultado fue el mismo: apenas hubo un tiro a puerta, tímido, de Escudero.

Ante el Espanyol, el Sevilla tuvo el 74% de la posesión y realizó seis goles más siete remates, cinco a puerta. En El Madrigal, el Sevilla tuvo un 62% de la posesión, y sólo cinco remates, todos fuera, la mitad que el rival. Ante Las Palmas, la posesión fue del 66%, y hubo 12 remates (dos goles, cinco a puerta y cinco fuera). A raíz de este partido, las cifras fueron decreciendo. La apretura del calendario y la obligada rotación también han influido, así como que Sampaoli haya ido apretando las tuercas de su sistema siempre con la premisa de tener la pelota más que el rival.

Así, en Éibar tuvo un 55% de posesión y un remate más que el rival, ocho (un gol, tres a puerta y cuatro fuera). En el derbi, el 56% de posesión se tradujo en nueve remates (un gol, dos a puerta y seis fuera). Y en San Mamés, los números delataron más que nunca el plan: 65% de posesión y sólo tres remates (un gol, uno a puerta y otro fuera). Con 555 pases, casi el doble que el Athletic, y una efectividad del 83%, apenas Nasri clamó con su verticalidad y su desborde en el desierto del fútbol plano y romo, de la posesión estéril. Una posesión que es obsesión.

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