José Miguel Arroyo 'Joselito'

"He desnudado el alma para acabar con mis miedos"

  • El torero Joselito, rebelde, anticlerical y republicano, publica sus memorias y trata de cicatrizar heridas del alma.

José Miguel Arroyo, en sus memorias Joselito, el verdadero, intenta cicatrizar heridas del alma y destaca la ilusión como motor para cumplir los sueños. Abandonado por su madre y huérfano de padre a los 10 años, vivió como lobo solitario de ciudad y sobrevivió como camello en la dura fauna de la calle. Con su ingreso en la Escuela Taurina de Madrid, cambia su vida y acepta horarios y disciplina para alcanzar la gloria. Además, encuentra el calor de una familia; con un padre adoptivo que con el tiempo fue su apoderado. Rebelde, anticlerical y republicano, es ahora padre de familia y tiene dos hijas.

-Con algunas escenas, en la prensa del corazón ganaría más que en una reaparición ante seis miuras...  

-Sí. Lo que pasa es que mi intención no es ganar dinero ni generar polémicas. Ni estar en esos medios de comunicación. He querido mandar el mensaje de que con ilusiones uno consigue todo y puede salir de todo. Que digan lo que quieran. No he tapado nada.

-En su día le ofrecieron algunos montajes.

-Con Silvia Pantoja y no cuajó. Era muy cortado. Luego, fíjese mi catetez en estos asuntos, me dijeron que fuera a una fiesta, que era muy bueno para un cambio de imagen. Será con Jose Toledo. Y respondo: ¡¿Pero qué se cree, que soy maricón?!, ¡¿voy a ir yo con un tío?! No sabía quién era JoseToledo. Luego la vi en televisión y me dije: ¡Vaya pedazo de tía! Y yo haciendo el borrico.

-Era tan pobre, que comprarse unas zapatillas supuso un gran triunfo.

-Todos los días pasaba frente a una zapatería y veía las Yumas, que costaban 1.999 pesetas. Y cuando las consigo y voy a comprarlas, sólo tenían un número menor. Pero me dio igual. No me importó que me estuvieran pequeñas. Eso sí, los dedos se me quedaron encogidos de por vida, como a las geishas. 

-De camello a figura ¿Tan fuertes son los valores de la tauromaquia?

-Gracias a los valores del toreo salí de aquel submundo en el que me movía, entre la droga y los robos. Sobre todo porque potenciaron lo más bonito que hay en una persona, que es la ilusión. Por inconsciencia, robé. Cuando nos repartíamos el botín, los demás se gastaban la pasta en alcohol y drogas. Yo la invertía en comprarme un estaquillador o una ayuda. Con el toreo me estaba enderezando.

-¿Qué ha sido más milagroso, llegar a figura o evitar caer en el consumo de drogas?

-Yo creo que ser figura. El ver que Yiyo había triunfado tras salir de la Escuela me motivó mucho. Mi padre me utilizaba desde la cárcel como correo. Yo vendía las chinas que mi padre y su gente se dejaban al cortar la droga. Las vendía a mis amiguetes a una libra -cien pesetas-. Un día, con ellos, me lié un porro. Se me cayó. Y pensé que era una señal para no probarlo.

-¿Qué es lo más duro que le ha costado confesar?

-En realidad, todo. He desnudado el alma para acabar con mis miedos íntimos.

-¿De qué manera influyó en su toreo el quedarse huérfano a los diez años y vivir en la calle?

-Todos esos sufrimientos que masticaba y masticaba, cuando salía a la plaza y brotaban eran, paradójicamente, una maravilla; y es lo que me ha servido para ser diferente como artista.  

-¿Prefería una gran bronca al silencio del público?

-En la plaza nunca he querido dar pena. Incluso si algún crítico me calificaba como voluntarioso se me revolvían las tripas. Y no digamos si me llamaban profesional. Profesional, como dice Paula, es el que viene a arreglarte la lavadora a casa.

-No se echó atrás, pese a que su debut sin picadores fue tétrico.

-Como alumno de la Escuela nos vestíamos en escuelas, ayuntamientos y hasta en los retretes de los bares. Aquel 7 de junio de 1981, en Trujillo, nos tuvimos que vestir Bote, otro chaval de allí y yo, en la misma plaza. Mucho antes del festejo, tumbados a la hora de la siesta, con El Fundi, en el pasillo que daba a la enfermería, reparamos en un rastro de sangre seca que llegaba hasta el quirófano. Supimos que era la de Morenito de Maracay, al que unos días antes un toro le había pegado allí mismo una cornada muy fuerte ¡Menuda manera de coger moral para salir a una plaza por primera vez!

-Para estrenar traje de luces se desnudó.

-En la película de Tú solo, de Teo Escamilla, me pagaron con un vestido de luces a medida a cambio de la famosa escena en la que toreo desnudo.

-Anticlerical.

-Soy creyente a mi manera, pero tuve mala suerte con algunos curas. Y cuando toreaba, en lugar de medallas, llevaba la chapa con el grupo sanguíneo. Cuando murió mi padre biológico, tras la misa de difuntos, pasé con la mujer que había vivido con él a la sacristía. Le entregó un sobre al cura. Me dijo que iban 5.000 pesetas. Pregunté: ¡¿Y te lo ha cogido, sabiendo que estamos lampando?! Dijo que sí. Y aquello me repugnó. Luego, he conocido algunos que son muy buenos.

-Republicano.

-Como a todo el mundo le dio por sacar banderillas con los colores de su tierra, pensé ¿Y por qué no algo diferente?. Y yo prendía banderillas con los colores de la bandera republicana. Mas que nada es por rebeldía social.

-Curiosamente, pese a su fama de rebelde, respetó como pocos la liturgia taurina.

-Eso, ante todo. En un programa de Milá transcurría todo con normalidad. Interveníamos Manzanares, Jesulín y yo. Y Jesulín se bajó los pantalones para enseñar sus cicatrices. A mí no me hacía falta. Acababa de nacer. Un toro me había rajado el cuello en Las Ventas. A él le valió como marketing. De cara al toreo, aquella actitud me pareció poco ética.

-Sus toreros predilectos.

-Ordóñez y Curro Vázquez. Ordóñez, un dios mitológico. Un día me llamó e invitó a comer y a mí se me caían los calzones. Me dejó muy tocado. Curro, un dios cercano, humano. Le brindé un toro y me dio tres o cuatro mil duros de entonces, que aquello era la leche. Le robé una muleta. Mi Curro era mi Curro.

-Denuncia la hipocresía que hubo en la ILP contra los Toros en Cataluña.

-Mientras esperé a intervenir me encontré con dos  chavales con una pancarta contra los toros. Hacía mucho frío y llovía. Pensé: ¡Qué mérito tienen! Eché un pitillo con ellos y me dijeron que estaban por 50 euros. Luego, los diputados me hablaron en catalán. No entendía. Curiosamente, dos días antes, a un uruguayo, que hablaba en español, le habían puesto un traductor.

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