"Aquí todos tienen un editorial en el bolsillo pero un buen reportaje, no"
José Manuel Navia. Fotógrafo
Referente de la gran fotografía documental española, el madrileño prepara con Julio Llamazares un trabajo sobre las poblaciones remotas de Soria que publicará La Fábrica
Para José Manuel Navia (Madrid, 1957), la fotografía es mucho más que un oficio: una forma de vivir, una obsesión. Licenciado en Filosofía, su defensa del color y sus reflexiones sobre la imagen le han convertido en una firma muy solicitada por las principales revistas gráficas y universidades europeas. En Sevilla, impartió recientemente en la UNIA un taller dentro del proyecto Cruce de miradas, dirigido por Óscar Romero.
-Las relaciones entre la literatura y la fotografía ocupan un lugar central en su obra. ¿Qué tienen en común ambas disciplinas?
-Comparten una materia profunda, que es el tiempo, que obsesiona a los fotógrafos tanto como a los escritores. Y eso podemos verlo en uno de los proyectos canónicos del siglo XX, el libro de 1936 Elogiemos ahora a los hombres famosos, una colaboración perfecta sobre los aparceros blancos entre el poeta James Agee y uno de los fotógrafos más brillantes de Estados Unidos en ese momento, Walker Evans. La literatura, además, es mi motor, la que me hace soñar con los lugares. Si no fuera por los libros yo no saldría de viaje. Además, muchos de mis trabajos unen ambas pasiones, como el que realicé junto a José Manuel Caballero Bonald para la editorial Lunwerg (Un Madrid literario) sobre los cafés de las tertulias y los escritores que dejaron allí sus huellas. Ahora preparo junto a Julio Llamazares, que es el autor con el que comparto más obsesiones, un proyecto para el sello La Fábrica sobre Tierras Altas, la zona más olvidada de Soria, que es como decir de toda España.
-También es célebre su proyecto con el escritor Andrés Trapiello sobre la obra de Josep Pla, al que suele reivindicar en sus clases.
-Es que creo que Josep Pla es un magnífico guía de fotógrafos. Pla decía que opinar es muy fácil, lo difícil es describir. Y realmente este país está lleno de opinadores. Aquí todos tienen un editorial en el bolsillo pero un buen reportaje, no. El autor de El cuaderno gris es capaz de construir mundos complejos a partir de realidades cercanas. Recomiendo mucho en mis clases la lectura de su Viaje en autobús (1942), un trayecto por el Ampurdán y sus pueblos que le da para varias semanas y donde la distancia más grande que llega a recorrer en un día son 40 kilómetros. Yo animo a los chavales a trabajar con lo cotidiano. Creo que la fotografía ha mitificado mucho lo exótico, las guerras, pero la buena obra de verdad la haces hablando de tu mundo, de tu realidad, que es donde tienes todas las claves.
-Los fotógrafos de su prestigio suelen renunciar al trabajo en prensa para dar prioridad a las exposiciones y los libros de autor.
-A mí me fascina la prensa porque llegas a mucha gente pero también porque es el lugar donde testar las historias. Ahora estoy pensando en hacer un libro con Pablo Antón Marín Estrada sobre los Vaqueiros de Alzada. No hay ningún oficio tan bonito como el periodismo para conocer el mundo. Y el periodismo gráfico, con todos mis respetos, lo es más todavía.
-¿Qué encuentra en la fotografía documental para serle tan fiel?
-Que habla del mundo con una mirada todo lo subjetiva que quieras pero llena de curiosidad. Me siento cansado del yoismo del arte y la fotografía actual. Según Kant, cuando el hombre saca a pasear el yo se convierte en un pedante. Y aunque cuando tú tienes una mirada personal acabas hablando de ti al hablar del mundo, no es lo mismo que cuando te empeñas en hablar de ti directamente. Eso es arte ensimismado. Me interesa la fotografía como un oficio para hablar del mundo y para relacionarte con él.
-Ha sido pionero en vincular el color a la fotografía documental, que en España se relacionaba con el blanco y negro. ¿Fue difícil abrirse camino?
-Hacer buenas fotografías es dificilísimo tanto en blanco y negro como en color, como escribir bien. Pero el blanco y negro te permite ser más sintético y supone también una abstracción porque no vemos en blanco y negro. Empecé trabajando en el sector editorial y tuve que aprender a hacer color por necesidad así que, para avanzar, me obligué a usarlo también en mi trabajo personal. El color no ha tenido carta de naturaleza hasta la eclosión del digital a partir del año 2000; hasta ese momento lo que daba prestigio era el blanco y negro. Mi obra, un trabajo documental de corte tradicional dentro de las corrientes de Walker Evans y Robert Frank, lo hice en color cuando casi nadie lo trabajaba en este país y eso me posicionó entre los compañeros. Fue una apuesta de la que me alegro. Después he descubierto gente mayor que yo que trabajó la película de diapositivas en color, como una parte de la serie sobre la Chanca de Carlos Pérez Siquier, y sobre todo al asturiano Gonzalo Juanes, el único caso que conozco de abandono radical del blanco y negro entre los años 50 y 60, todo un descubrimiento.
-¿Qué lectura hace de la revolución digital en la fotografía?
-El digital lo ha cambiado todo y no ha cambiado nada. Son herramientas. Estamos pagando el sarampión de los paletillos: estamos fascinados con los cacharros pero, al final, lo que importa son las imágenes. Para mí fue más cambio pasar del blanco y negro al color que del color analógico al digital.
-A diferencia de otros grandes documentalistas, como Cristina García Rodero, usted se niega a numerar su trabajo y realizar ediciones limitadas del mismo.
-Aunque tengo cierto contacto con el mundo de las galerías de arte, yo siempre pienso en la fotografía impresa, sea en un periódico o bien en un libro. Si luego hay una exposición, será la consecuencia de esa publicación previa, nunca a la inversa. Pero es que yo, además, me niego a hacer series, a numerar las copias, con lo cual tengo una relación difícil con el mundo del coleccionismo y las galerías. De algún modo, sería como renunciar a mis principios. Entiendo que García Rodero lo haga porque, para ella, trabajar con Juana de Aizpuru ha supuesto la libertad. Pero volver a hablar de copias y series en la época de la reproducción técnica supone renunciar a mis principios. No hay ningún argumento ligado al contenido de la obra que lo justifique. El único argumento es el mercado. La vida conmigo ha sido más generosa de lo que me merezco así que puedo mantenerme al margen aunque soy consciente de que esa decisión me cierra puertas.
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