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Cultura

Chaves Nogales en familia

  • Pilar Chaves, de 96 años y única hija viva del periodista, evoca en un entrañable acto la relación con su padre · José Andrés Rojo, Carlos García-Álix y Jorge M. Reverte proponen una visión crítica de 'La defensa de Madrid'

"Estoy contenta, estoy tranquila, la vida es fácil; ya era hora, sí", concluyó ayer, antes de recibir uno de esos aplausos cerrados que suenan claramente distintos: sinceros y cariñosos, no protocolarios. Pilar Chaves, una mujer que a sus 96 años transmite una vitalidad y una actitud sonriente portentosas, es la única hija viva de Manuel Chaves Nogales, el reportero sevillano al que la Feria del Libro ha dedicado la presente edición. Estos días ha dejado Marbella, donde vive desde hace algunos años, para asistir al ciclo dedicado a su padre, "un hombre muy sociable, con muchos buenos amigos, bastante serio pero no severo", y que cuando tuvo que vivir alejado de su "familia-tribu", en Francia, en Inglaterra, o de manera esporádica por sus muchos viajes de trabajo, se preocupaba siempre de preguntarle a su hija mayor si ella, si sus hermanos "reflexionaban", como se pregunta si llueve o hace frío.

Ayer la protagonista fue ella. En la segunda sesión del ciclo Manuel Chaves Nogales. Del olvido al mito, Pilar Chaves, con el periodista Jesús Vigorra de presentador y conductor de la charla, se dedicó a evocar la figura de su padre, que para ella por encima de todo fue eso, porque "de su vida profesional contaba poco", y durante años, confesó, un "bloqueo emocional" le impedía leer sus libros sin sentirse invadida por la pena. Ahora, insistió, la vida es serena. Vive en una bonita y espaciosa casa soleada en Marbella; allí, como dijo Cicerón, lo tiene todo: jardín y biblioteca, "perrito no, porque mis hijos no me dejan", y su mayor preocupación es "meter a las gallinas en el huerto".

Durante muchos años, sin embargo, sobre todo en su niñez y su juventud, las cosas fueron más complicadas. Recuerda la huida de París, "el momento muy duro de la despedida" de su padre. Habían llegado allí exiliados, y ahora eran los nazis quienes lo perseguían. Sólo muchos años después -no acertó a concretar cuántos- ella y su familia supieron, por la lectura de La agonía de Francia, cómo pudo él salir de ese país camino de Inglaterra. Recuerda también a su madre dando a luz en un campo de refugiados cerca de la frontera española, cuando regresaban. Las cartas de su padre, que no firmaba, porque temía represalias contra los suyos, en los años que pasaron en una finca en El Ronquillo con su tío Pepe, "el de las bicicletas". A Juan Belmonte en la cocina de su casa, en los años madrileños, charlando, fumando y tomando café con su padre, "las risotadas que se oían", ratos de intensa complicidad de la que saldría la justamente célebre biografía de aquel torero especial. O la fiesta de fin de curso en la residencia en Inglaterra, donde estudió desde que tenía 9 años, y donde todos, ella y sus padres, se enteraron de que "algo ocurría en España"...

Muchos recuerdos, muchas anécdotas hilvanadas con la lógica caprichosa y repentina de la memoria. De los libros de su padre, quiso saber Vigorra, ¿cuál prefiere? Y prefiere La vuelta a Europa en avión, recién publicado en una nueva edición por Libros del Asteroide, presentada el miércoles en esta misma feria. "Quinientas pesetas le dio el periódico, y él, que alquiló un avión, un piloto y un mecánico, vio que era poco y así se lo dijo a su director, que le decía que fuera pidiendo algo en las embajadas", reía ayer esta mujer entrañable, a través de la cual el numeroso público congregado en la Pérgola aplaudió también a su padre bueno y fallecido joven, y al reportero prodigioso, todo a la vez.

Inmediatamente después se sentaron a hablar, moderados por un divertido Alfredo Valenzuela, José Andrés Rojo, Jorge M. Reverte y Carlos García-Álix. Podrían haberlo hecho de cualquier otra obra, de A sangre y fuego -mucho más del gusto de García-Álix, autor de un fascinante documental sobre el anarquista Felipe Sandoval, El honor de las injurias-, de La agonía de Francia o del mismo Belmonte, matador de toros, admitió Valenzuela, pero el libro elegido fue La defensa de Madrid, editado hace poco por Espuela de Plata, no sólo por la aventura que entraña su misma publicación o redescubrimiento con la mediación fundamental de la biógrafa del periodista, Maribel Cintas; sino también porque diversos factores hacen de él un libro "peculiar" dentro de la obra del sevillano. Por un lado, está su defensa defensa, casi hagiografía, del general Miaja, lo que implica, para Rojo, un homenaje a toda la gente que luchó, también desde las ruinas que quedaban de la República, por la democracia, por mucho que tantos otros pelearan sólo por la República, lo que en aquel tiempo, y esto lo supo bien Chaves, no era necesariamente lo mismo. Y por otro, como apuntó Reverte, el hecho de que el reportero no estaba ya en Madrid cuando las tropas franquistas asediaban la capital: "Mezcla cosas que él vio, claro, pero él no estaba. Estaba escribiendo esos reportajes para fuera de España, por eso la acción está dramatizada".

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