Cultura

Por un debate tranquilo sobre las Atarazanas

  • Premio Nacional de Restauración y Conservación de Bienes Culturales en 2008 por la reforma del Salvador, el arquitecto Fernando Mendoza apuesta por devolver a los astilleros su verdadera dimensión.

Mucha gente se ha sorprendido de que La Caixa haya decidido abandonar su proyecto de rehabilitación de las Atarazanas para llevarse el Caixafórum a la Torre Pelli. Este cambio era de esperar: la torre, a medio terminar, ha sido una parte del lote de propiedades Cajasol-Banca Cívica que ha pasado a La Caixa. El banco catalán se ahorra buena parte de los 25 millones de euros que le hubiera costado el proyecto de rehabilitación diseñado por Vázquez Consuegra y se lleva su instalación a un edificio de su propiedad al cual tiene que inyectar actividad si quiere que, en un día lejano, se empiece a recuperar la inversión realizada. Habría que recordar, con tristeza, que "aquellos polvos trajeron estos lodos", defensa numantina de la Torre Pelli y fuga de La Caixa de las Atarazanas. En fin, una ocasión perdida, otra más.

Una jugada estrictamente empresarial se ha transformado en un problema político. ¿Es que alguien se creía que La Caixa era una ONG o una institución de beneficencia? En mi opinión, aunque hubiera estado toda la tramitación municipal terminada (el famoso Plan Especial), la decisión hubiera sido la misma. Pero, al calor del cambio del emplazamiento de Caixafórum, las Atarazanas se han transformado en un arma política arrojadiza. Incluso alguien ha tenido la brillante idea de ofrecérsela, de nuevo, a las grandes instituciones culturales mundiales. ¿Quién quiere uno de los astilleros más antiguos de Europa de tan gran dimensión? Tal y como está la situación económica, encontrar un "mirlo blanco" que quiera aportar 25 millones de euros para restaurar el edificio parece una quimera, porque su utilización no sería rentable.

Pongamos algo de sensatez en el debate. No fue acertado, en su día, ceder la joya de la corona de la Junta de Andalucía, un edificio industrial medieval excepcional, sin nada a cambio, a una entidad privada como es La Caixa. Un complejo de estas características tiene un enorme potencial cultural y científico que se desecha al cederlo sin contrapartidas. La decisión de renunciar al edificio, por parte de La Caixa, aunque duela, permite deshacer este error.

De nuevo se puede abrir el debate sobre el futuro de las Reales Atarazanas. El edificio, como todo el mundo sabe, está "demediado" como el vizconde de Italo Calvino, es decir sólo vemos medio. El resto, con una profundidad de entre 5 y 6 metros, está enterrado, ya que el nivel del suelo fue subiendo a medida que lo hacía su entorno, siempre intentando defenderse de las crecidas del Guadalquivir. Por eso vemos los arcos góticos arrancando desde el suelo: falta todo el desarrollo vertical de los soportes de los arcos que están bajo tierra.

Cuando un grupo de arquitectos jóvenes comenzamos a rehabilitar la Cartuja, nadie sabía para qué iba a servir. La Exposición Universal de 1992 la situó en el centro de la acción, como Pabellón Real y sede de la exposición Arte y Cultura en 1492. Tras una inversión pública de 70 millones de euros, la Cartuja es ya una parte importante del patrimonio histórico andaluz y un centro cultural de primer orden. Pero en todo el proceso aprendimos que lo primero es el monumento, que es lo permanente. El uso puede venir, cambiar o transformarse, pero la máxima atención debe ser devolver la integridad al edificio en las mejores condiciones posibles.

Tuve la oportunidad profesional de "desenterrar" la iglesia del Salvador. Aquí, el nivel original del edificio estaba 3 metros por debajo del nivel actual del templo. Correspondía a una cripta que estaba prevista en el proyecto original de Esteban García y que fue posteriormente rellenada, ya que no gustó a los canónigos de la época. La tierra utilizada, unas 3.000 toneladas de peso, estaba gravitando sobre los cimientos y, completamente empapada de agua, transmitía humedades a todo el edificio deteriorando los muros y retablos. En esta restauración, en la que se instalaron pasarelas y se permitió la visita pública, aprendimos también que el edificio y su historia generan su propia dinámica de comunicación con el visitante.

En las Atarazanas el nivel freático debe de estar fundamentalmente a la cota del río. Es el suelo que tenían los antiguos astilleros medievales para poder deslizar los barcos al agua con el mínimo desnivel posible. Impermeabilizar los muros y bajar el edificio a su nivel original es posible con la tecnología actual. Se eliminarían miles de toneladas de tierra, se sanearía el subsuelo y se obtendría un espacio absolutamente único. Es bien sabido que la Fundación Atarazanas ha estudiado ya esta propuesta y su viabilidad.

Recuerdo las cisternas de Justiniano, en Estambul, extraordinario edificio romano, que no necesita ningún uso: el hecho cultural y turístico es el mismo edificio. Su fascinante bosque de columnas crea un espacio inolvidable. Las Atarazanas, con sus grandes naves góticas, tendrían también un gran impacto en el visitante, recuperándose en toda su dimensión como el gran astillero medieval europeo.

En las Atarazanas, una vez superados los enfrentamientos políticos, será el momento de volver al tajo. La Junta de Andalucía ya ha invertido cantidades importantes en frenar el deterioro del edificio. Se debe hacer un esfuerzo para que empiecen las primeras campañas arqueológicas reparando cubiertas y reforzando estructuras. Se pueden abrir las obras al público y, a medida que las naves vayan buscando su nivel original, habrá multitud de ofertas de uso temporal, que se podrían instalar en el cuerpo barroco de la calle Temprado.

Pero tiene que haber necesariamente un proyecto definido e ilusionante para la ciudad. No podemos esperar otra vez regalar el edificio para que lo arregle y aproveche quienes puedan ser ajenos a los intereses de la ciudad de Sevilla y a la biografía de las propias Atarazanas.

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