De bises y pasiones operísticas

Crítica 'Rigoletto'

Jessica Pratt y Leo Nucci, Gilda y Rigoleto en el segundo elenco.
Jessica Pratt y Leo Nucci, Gilda y Rigoleto en el segundo elenco.
Pablo J. Vayón

21 de junio 2013 - 05:00

Rigoletto. Ópera en tres actos de Giuseppe Verdi. Producción del Teatro Regio de Parma. Dirección musical: Pedro Halffter. Dirección de escena: Stefano Vizioli. Dirección del coro: Íñigo Sampil. Reposición de escenografía y vestuario: Pierluigi Samaritani. Iluminación: Juan Manuel Guerra. Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Coro del Maestranza. Cantantes: Leo Nucci (Rigoletto), Celso Albelo (Duque de Mantua), Jessica Pratt (Gilda), Dmitry Ulianov (Sparafucile), María José Montiel (Maddalena). Lugar: Teatro de la Maestranza. Fecha: Jueves 20 de junio. Aforo: Tres cuartas.

Durante el siglo XIX y buena parte del XX, cuando la ópera era el espectáculo urbano por excelencia de las clases pudientes y el ritmo de las cosas era mucho más lento, la costumbre de que las representaciones operísticas se detuviesen para que los divos de turno pudieran repetir sus arias era algo más que una convención extendida, suponía una necesidad de cualquier estrella que se preciara. Aquel que no era capaz de arrancar del público los aplausos suficientes como para justificar el bis podía considerarse fracasado.

Luego las costumbres cambiaron, el ritmo de la vida se aceleró y en algunos coliseos hasta se prohibieron los bises. En el Maestranza sólo se recuerda La donna è mobile que Alfredo Kraus repitió en el Rigoletto pre-Expo (año 1991). Recientemente, Roberto Alagan bisó su aria de Pescadores de perlas, pero en una función de concierto y más por capricho del cantante que por la aclamación del público asistente.

Fue por ello novedoso y excitante ver a Leo Nucci y Jessica Pratt bisar en la boca de escena y a telón bajado la cabaletta del dúo que cierra el acto II en un momento de auténtico clímax que hizo a muchos remontarse a unos tiempos en que los espectáculos líricos se soportaban más en la pasión que en el intelecto.

Es admirable ver a un Nucci con 71 años bordando una vez más su Rigoletto, por intención, por fraseo, por dominio absoluto de la escena, pero también por unos medios vocales que, aunque con algún desgaste (los graves ya no son emitidos con la pureza de antaño), conservan lo mejor de un cantante de leyenda, como había demostrado ya en el primer dúo con Gilda, en algunas frases antológicas (Cortigiani, vil razza dannata) o en un magistral Pari siamo. A su lado emergió un ángel, la soprano australiana Jessica Pratt, voz no demasiado grande, pero bellísima, tersa, de un lirismo arrebatador y una homogeneidad extraordinaria. Tiene los agudos que exige la obra, pero no los utiliza para vacuo exhibicionismo, los administra con inteligencia, como en una delicadísima y sobria Caro nome. Celso Albelo remontó un inicio bastante problemático por la brusquedad del fraseo, que se alargó incluso hasta Parmi veder le lagrime, que arrancó tembloroso. La voz es poderosa y su línea de canto terminó por afianzarse.

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