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Cultura

La realidad y el deseo

  • Pese a los triunfalistas discursos oficiales, el recorte del apoyo público al Maestranza (un 56% desde 2009) ha obligado al teatro a eludir cualquier programa con riesgo de resultar deficitario

La crisis económica está acelerando un debate sobre los modelos de gestión cultural que debería haberse planteado hace mucho tiempo, con las cuentas públicas saneadas. Ahora, con la presión de las necesidades sociales más acuciantes, resulta fácil justificar la reducción de la financiación institucional, sin que se hayan articulado aún mecanismos alternativos para compensarla. El efecto está siendo demoledor sobre el sector. Multitud de proyectos, públicos y privados, han desaparecido y otros están viendo seriamente comprometida su viabilidad, sin que importen demasiado las jerarquías. Hasta el Teatro de la Maestranza, invocado desde las instancias políticas como el buque insignia de la cultura andaluza, ve amenazada acaso no su existencia, pero sí la integridad de los fines para los que fue construido, impulsado y recientemente ampliado y mejorado.

Asistir al acto de presentación de su temporada empieza a ser como un ejercicio cernudiano de deslinde entre realidad y deseo. Aunque con llamadas de atención sobre la crisis, la austeridad y la necesidad del cambio de modelo de financiación, los discursos oficiales siguen abundando en el vacuo triunfalismo de considerar al Maestranza teatro de referencia internacional o en la llamada a hacer más con menos (preservando la calidad, por supuesto). Pero aunque la gestión económica del actual equipo del teatro está siendo no solo solvente, sino incluso brillante, aún no se ha encontrado la pócima milagrosa que pueda producir semejante prodigio. Los recursos propios de la institución superan ya a las aportaciones públicas, cuya aminoración desde el año 2009 alcanza el 56%. En un solo año, el Maestranza pasa de destinar a programación algo más de 3.300.000 euros a 2.548.000, dándose la circunstancia de que lo más sustancial de este recorte solo se conoció empezado ya el año 2013. Así resulta imposible no solo hacer del teatro una referencia internacional, sino mantener su estatus en el panorama nacional, amenazado por ofertas que hace solo un lustro eran mucho más modestas.

La programación lógicamente se resiente, y no solo, como desde algunas instancias se quiere hacer creer, en el número de óperas programadas (solo cuatro este año), sino en el proyecto de modernización y ampliación del repertorio con el que ambiciosamente desembarcó Pedro Halffter en el año 2005, ya muy rebajado en los últimos ejercicios. Se cierra la tetralogía wagneriana con El ocaso de los dioses, que es estreno en la ciudad, pero los otros tres títulos son obras ya vistas en este mismo teatro. Aida, La Cenerentola y Manon Lescaut tienen, por supuesto, valores artísticos suficientes para propiciar el disfrute de los aficionados, como los tienen otras obras del más reconocido repertorio que pudieran haber sido su alternativa, pero en el fondo eso tiene una importancia relativa: lo relevante es que un proyecto artístico renovador, absolutamente necesario para la ciudad, se está viendo bloqueado desde hace años por la dudosa creencia en que su desarrollo provocaría un colapso económico definitivo para la institución. Programar es priorizar, y la consigna hoy es programar espectáculos que puedan autofinanciarse mediante la taquilla y los patrocinios privados. Esa es la prioridad. Nos repitieron tantas veces que los servicios públicos no responden exclusivamente a criterios de rentabilidad económica que algunos hasta nos lo creímos. Pero los gestores del teatro miran hacia arriba, ven reducir año tras año las aportaciones de las instituciones públicas y eluden, posiblemente con buen sentido práctico, la asunción de cualquier riesgo, aunque ello está haciendo del Maestranza un teatro sin significación alguna en el panorama artístico contemporáneo.

El caso es trasladable a la situación de la Orquesta Barroca de Sevilla, sostenida con un dinero público que se limita a pagar por sus servicios, sin apostar de verdad por su estructura. Una vez más la realidad se encuentra aquí muy alejada de los deseos apuntados desde los despachos oficiales. Obligada a competir en un entorno en el que los grandes conjuntos europeos de sus mismas características están fuertemente subvencionados, la Barroca se convierte en un lujo incluso para el Maestranza, que ha optado por no contar con ella para la próxima temporada, lo que ha generado una ruidosa polémica en las redes sociales promovida por la Asociación de Amigos de la OBS. En un momento en el que incluso las aportaciones para el sostenimiento de la institución no alcanzan el mínimo consensuado hace años, el Maestranza ha decidido eludir cualquier tipo de programa con riesgo de resultar deficitario, un riesgo que tampoco ha querido asumir la propia OBS, tantas veces colocada al borde del precipicio. Se ha hablado de un desacuerdo por 6-8 mil euros que no es del todo real: esa cantidad, así, escueta, sería del todo punto insuficiente para satisfacer las necesidades del grupo, que quería apostar por presentar en el principal auditorio de la ciudad un recital con una gran cantante internacional (se han barajado los nombres, extraordinarios sin duda, de Ann Hallenberg y Vivica Genaux). El desacuerdo se suma al creado este mismo año con el Femás, que hizo que el teatro tuviera que asumir en solitario el coste de la producción de La princesa de Navarra de Rameau ofrecida por la Barroca en marzo pasado, a pesar de que se incluyó como parte de la programación del festival. Si la posibilidad de diálogo entre orquesta y teatro permanece abierta, muy difícil será retomar la de teatro y festival, cegándose así una vía de colaboración natural y beneficiosa para todas las partes.

La cultura musical y escénica sevillana sangra por todos lados, incluido el corazón que bombeaba lo más lucido y brillante de su propuesta al mundo. Los discursos oficiales se alejan cada vez más de una situación que amenaza con la esclerosis y el inmovilismo. Quizá haya llegado el momento de cambiar de rumbo y de objetivos. Si programar es priorizar, acaso sea llegado el tiempo de que el Maestranza se oriente solo a aquellos espectáculos que no encuentran acomodo en otros espacios de la ciudad. Pero ese camino está igualmente tachonado de falsos debates y de peligros. Pues también aquí chocan, estrepitosa y cernudianamente, la realidad con el deseo.

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