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Cultura

Un milagro llamado Sinfónica de Sevilla

  • La ROSS es un pilar de la oferta cultural de la ciudad que nuestros políticos deben seguir apoyando.

DESDE muy pequeño me gustó la música clásica, pero durante mucho tiempo no fue fácil en España escuchar este tipo de música. Estudié solfeo. Mi abuelo paterno, maestro en Badajoz, tenía un magnífico mueble de caoba, de marca La Voz de su Amo, y una buena colección de discos de ópera, con las voces de los mejores intérpretes de su época: Caruso, Beniamino Gigli, etc. También tenía una pequeña colección de discos de música clásica que escuché una y otra vez: La Rapsodia Húngara nº 2 de Liszt, El Cisne de Saint-Saens, el Momento Musical de Schubert, Los Remeros del Volga, etc. Durante mucho tiempo pensé que la producción de Mozart se limitaba a su Marcha Turca, que es la que había caído en mis manos. Más tarde invitado por un tío mío en Asturias descubrí a Dvorak y a Beethoven. Por fin, durante mis estudios universitarios en Madrid, en esa magnífica institución que fue el Colegio Mayor Nebrija, me maravillé con la existencia de una sala de música clásica a disposición de los colegiales, donde disponíamos de una excelente discoteca.

Durante mi niñez en Sevilla mi madre, educada en el Instituto Escuela, nos llevaba a los festivales de música que se celebraban en la Plaza de España a los que acudían buenas orquestas y ballets. Más tarde, durante mi etapa como vicerrector de Investigación de la Universidad de Sevilla, me apuntaba a cuantos eventos de este tipo se gestaban en nuestra ciudad. Sin embargo, durante mucho tiempo el panorama musical en Sevilla fue esporádico.

En 1990, y como antesala de ese magnífico evento cultural que fue la Expo del 92, nos enteramos de la creación de una orquesta sinfónica en Sevilla, a la que me aboné de forma entusiasta. La selección de los músicos se hizo de una forma profesional, afortunadamente alejada del amiguismo tan arraigado en nuestro país. Acudieron numerosos músicos del este de Europa, alguno de los cuales acudían con lo puesto y con su instrumento musical.

En el año 1991 se celebró el primer concierto en el Lope de Vega, bajo la dirección de Vjekoslav Sutej, primer director y nos sorprendió a todos la calidad de la orquesta. Empezamos a conocer de memoria los nombres de los solistas: el concertino Serguei Teslia, el primer viola Jacek Policinski, los violonchelistas Richard Eade y Dirk Vanhuyse, el contrabajista Lucian Ciorata, los flautistas Vicent Morelló, Juan Ronda Molina y Alfonso Gómez Saso, Sarah Bishop con su corno inglés, el clarinetista Domínguez Infante, el fagotista Javier Aragó, el trompeta Denis Konir, Iolkicheva y Postnikova, con arpa y celesta respectivamente, los percusionistas Ignacio Martín, Gilles Midoux y Louise Patterson, Peter Derheimer con los timbales. Recuerdo que en dicho concierto se interpretó maravillosamente Cuadros de una Exposición de Mussorsky. Empezaron a interesarnos las vidas de los músicos, sin caer en chismorreos.

Siguieron los conciertos en la Sala Apolo y, por último, en el magnífico Teatro de la Maestranza. La orquesta sonaba de maravilla. Nos dimos cuenta de que el Bolero de Ravel, del que he oído palabras de menosprecio por parte de un por otro lado excelente periodista, es una obra maestra por la forma de manejar el ritmo y la intensidad.

Se empezó a decir que la Orquesta Sinfónica de Sevilla era una de las dos orquestas con más porvenir en España.

Más adelante han ido llegando las vacas flacas: el primer signo fue la marcha del concertino Teslia, y ahora la disminución de la subvención por parte de la Junta de Andalucía. Entendiendo que estamos en una etapa de crisis, y así deben entenderlo los músicos de la orquesta, pero hay que decir que desgraciadamente a los políticos no les gusta demasiado la música sinfónica como se demuestra por su ausencia generalizada, con honrosas y escasas excepciones, en los conciertos del Maestranza. Afortunadamente el grueso de los concertistas de primera hora ha permanecido. Últimamente la orquesta ha tenido que recurrir a un alarmante programa de micromecenazgo.

Recientemente Arturo Pérez-Reverte fue nombrado Primer Premio de Cultura de la Universidad de Sevilla. En el discurso de recepción despotricó, como es habitual en él, sobre la Feria y la Semana Santa sevillanas, indicando poco más o menos que si el dinero gastado en estas fiestas se dedicara a verdadera cultura, Sevilla se habría convertido en la capital cultural de Europa. No comparto, en absoluto, esta opinión y, aparte de lo que suponen estos eventos en el plano cultural, bastaría con dar un argumento, que es lo que significan económicamente para la ciudad de Sevilla.

Sin embargo, sí quiero llamar la atención sobre lo que supone la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla para la oferta cultural de nuestra ciudad. Se ha conseguido un milagro, y, si se da marcha atrás, no será fácil volver adelante. No sea que nos llegue a pasar como al mozo del Desconcierto (El Miajón de los Castúos, Luis Chamizo) que llega tarde a su casa porque se quedó oyendo, desde fuera (que dentro estaban los señoritos), un concierto de Marcos Redondo. Cuando su madre le amenaza con que está padre p'arrimate tres zurríos, responde con una glosa al Desconcierto, que termina así:

¡Vivan los Marcos Reöndos!

¡Vivan los músicos güenos!

¡Vivan las caras bonitas

de las muchachas del pueblo!

Y dile a padre que venga,

Que no m'importa un pimiento

Que m'atice tres zurríos

Y me retuerza el pescuezo.

Éste era el panorama cultural de España en 1921.

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