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DERBI Sánchez Martínez, árbitro del Betis-Sevilla

Cultura

La reinvención permanente

MAUS 2014. Componentes: Alberto Barea, canto e instrumentos de viento; José Manuel Vaquero, canto, organetto, laúd y zanfoña; Carmen Hidalgo, canto y violas; Ignacio Gil, flautas, chirimía y gaita; Álvaro Garrido, percusión. Programa: 'Modus amandi'. Lugar: Iglesia de la Anunciación. Fecha: Viernes 14 de febrero. Aforo: Tres cuartos de entrada.

Artefactum cumple 20 años (que parece que fue ayer) y con este cierre del MAUS el grupo arrancó oficialmente las celebraciones del acontecimiento, y lo hizo con una de las mejores actuaciones de los últimos tiempos, al menos para quien esto firma, que ha visto y escuchado mucho a estos trovadores sevillanos.

Una de las claves de la resistencia de Artefactum después de tanto tiempo y con un repertorio aparentemente tan reducido y simple, es su capacidad permanente para reinventarse, no solo ya gracias a los lógicos cambios en la plantilla del conjunto que se han ido produciendo ni por la búsqueda de repertorio más allá de los convencionales, sino por la manera de presentarlos e incluso por el estilo de interpretación. No es que esto haya cambiado sustancialmente, pues de fondo sigue estando esa visión colorista y variada, esa propuesta distendida y teatral, llena de sentido del humor y de guiños ya reconocidos por los incondicionales, pero sí que pueden detectarse cambios sutiles que en los últimos tiempos están derivando en un mayor énfasis sobre la frase musical en detrimento del color y del gesto rítmico, por más que éstos sigan siendo fundamentales en su propuesta.

Alberto Barea ha dado al conjunto más posibilidades con la voz: estuvo extraordinario en los recitados, ideal en la gesticulación (que parece haber pasado por la escuela del teatro barroco francés) y cantó con buen gusto cantigas, trovas y cantos goliardescos, aunque no le quedara igual de bien la balada de Machaut. Carmen Hidalgo puso voz frágil a la pobre chica engañada de Ich was ein chint so Wolgetan y a la amiga enamorada de Martín Códax, en una versión de refinado acompañamiento. La mezcla de timbres, siempre sugerente, y las variaciones en cada vuelta de la melodía hicieron el resto.

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