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Rosa Ribas. Escritora

"Nuestra vida adquiere su sentido cuando la contamos"

  • La autora salta del género negro con 'Pensión Leonardo' (Siruela), un acercamiento al fenómeno de la inmigración de los años 60 en Barcelona.

-Aunque en Pensión Leonardo abandona el género negro, el escenario sigue siendo el mismo que el Don de lenguas o El gran frío, por ejemplo, la Barcelona del franquismo.

-Creo que porque duró mucho. Y luego me interesaba el hecho de que, aunque parecía que en los 60 se había dado una modernización en la sociedad, el miedo seguía estando muy presente en la época: el personaje del fascista en esta novela, por ejemplo, los tiene acojonados. Es un bocas pero eso el resto de personajes no lo saben. Ya había música pop, turistas... pero se seguía estando en una dictadura. Bucear en esos 40 años es un poco como lo que busca Lali, mi protagonista: ver de dónde venimos. Por otro lado, visitar ese periodo era algo casi inevitable si quería hablar de la gran ola de inmigración: no podía escribir de una pensión en esa época sin el franquismo presente, sería un absoluto anacronismo, por eso también el pasado político de los personajes y la represión que seguía existiendo.

-Leyendo la novela queda claro que no ha olvidado cómo es ser una niña de 12 años.

-Trabajar la perspectiva fue uno de los retos de esta historia. Me repetía continuamente: "No la hagas repelente, no la hagas repelente". Tenía que estar pendiente de mantener a una niña con toda su inocencia. Todo está contado por la Lali que rememora, que intenta recordar cómo era su escenario con 12 años. Eso te da cierto margen pero, al fin y al cabo, hay que intentar ver el mundo desde su mirada. Cuál era su horizonte, qué podía saber o intuir siendo una niña sensible, abierta, lectora, curiosa... pero una niña, y por tanto había cosas que no entendía, que no se explicaba, que no sabía cómo interpretar. Lali quiere saber, que le completen la historia para entender qué le ha sucedido a su familia. Pero la edad marca unos límites en hasta dónde llegar: tienes que dejar el mundo incompleto como el de una persona de esa edad, con lagunas, como cuando ella y su amigo empiezan a pensar si determinado huésped será un aparecido o una aparición y todo lo que van viendo los va reafirmando en su teoría. Algo que creo da pellizco es que ella no puede captar en ese momento la maldad de otros pero tú sí, claro, porque eres el lector adulto. Ese era el trabajo más difícil.

-Aunque no sea dramática, tiene un velo triste: es una historia de pérdidas.

-Justamente. Es una historia de desarraigos: lo que Lali busca son sus raíces. Todas las historias que aparecen tienen el desarraigo como punto en común. Al escribir sobre la inmigración de los años 60 es fácil caer en una especie de cliché social, por eso quería subrayar las historias individuales de cada uno, las historias de las personas, y hacer personajes que no fueran el típico emigrante: cada uno tiene su propio destino y no es el prototipo de algo. Y aunque sean historias tristes siempre tienen un punto de humor, porque realmente la vida también es así. Cada carácter va con su historia y con su tiempo.

-¿Cómo surgió la idea? El planteamiento es algo inusual para contar historias como esas.

-Por un lado, estaba el tema del ser extranjero, que me acompaña por mi propia condición de estar viviendo fuera. Y por otro, mi abuelo tuvo una pensión como esta, la pensión Dionisio. El edificio era exactamente como el que planteo en la novela y, aunque yo no la llegué a conocer, porque ya no existía cuando nací, me crié en el piso. Abajo estaba todavía la fonda y arriba, las habitaciones, pero la estructura era igual. Había historias similares con gente que llegó al Prat o a Barcelona buscando trabajo en la industria. Pero como no quería que se leyera como una novela local, ni del abuelo de la escritora, la situé en Poble Sec. Quería una historia de toda la inmigración y la perspectiva de una mirada de una niña me parecía muy atractiva. Es la tercera de cuatro hermanos, la segunda niña, y ella va buscando su significación, su rol. Se crea su universo y se pone en el centro del mismo.

-Precisamente, aparece la necesidad que tenemos de contar historias para situarnos, para construirnos o reconocernos.

-Nuestra vida tiene sentido cuando la contamos: eso le ocurre al abuelo de Julia con los muertos: al contar sus vidas, él les da orden y parece que les otorga un sentido. Cuando estaba en la universidad, escarbé trabajando con historias de inmigrantes, y veía que cuando contaban sus casos sentían que les daban orden: si alguien lo escucha, parece que lo que te ocurre tiene más valor. Una vez, hablando con un médico de Galicia que trabajaba con retornados, me decía que lo que se les hacía más difícil era sufrir que nadie quisiera escuchar sus historias, historias difíciles, de arreglárselas en un medio hostil.

-Los dos niños protagonistas, de hecho, los que más parecen necesitar las historias, son los que están más al margen.

-Amado es un niño marginal por completo. Se alimenta de lo que Lali le cuenta ella y lo necesita porque eso le da lo que no obtiene en ningún otro lugar. Se dan sentido uno al otro. Si él no está, ella siente un agujero absoluto porque no tiene nadie que la escuche.

-¿Y cómo ha sido el cambio de género?

-Lo cierto es que esta novela tuvo una escritura paralela a Don de lenguas. Como a Sabine [Hofmann, la coautora] le coincidía época de exámenes y no podía escribir, yo fui haciendo esta mientras, en los espacios en blanco. La terminé poco después, la entregué a Siruela, les gustó y me dijeron que la publicarían después de la siguiente entrega de Ana Martí, para consolidar la serie. La diferencia es grande al pasar de hacer género, y con los últimos títulos hechos a cuatro manos, además, a algo de carácter más íntimo, de temas más propios. Con Pensión Leonardo, sin haberme dado cuenta, han entrado más elementos biográficos que en otras novelas, o de la historia de mi propia familia, están más presentes. Pero me gusta la idea de ir alternando ambos. Ahora mismo, queremos cerrar la trilogía de Ana, pero también voy a empezar algo que tampoco es negro. Digamos que he salido del armario y estoy un poco a la expectativa de recepción. Espero no haberme encasillado y que el lector no termine la novela indignado porque no hay un asesinato. Que se lea de manera abierta y abrir ese camino.

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