Canciones para un palacio

Crítica de Música

Andrés Moreno Mengíbar

23 de agosto 2015 - 05:00

ROCÍO DE FRUTOS & ARIEL ABRAMOVICH

Noches en los Jardines del Alcázar. Programa: Obras de M. de Fuenllana, J. Vásquez, A. Mudarra, L. de Narváez, F. Guerrero y P. Guerrero. Soprano: Rocío de Frutos. Vihuela de mano: Ariel Abramovich. Lugar: Jardines del Alcázar. Fecha: Viernes, 21 de agosto. Aforo: Lleno.

Un capital añadido del que dispone el ciclo de conciertos del Alcázar es el propio espacio en el que se desarrolla. Desde la Galería del Grutesco o el Cenador de la Alcoba hasta los propios jardines existe un universo de posibilidades de maridar sonidos y espacios como quizá no lo haya en toda la ciudad.

A esta seducción por el entorno de los sonidos obedeció el concierto diseñado por Ariel Abramovich y Rocío de Frutos, centrado en músicas nacidas y/o publicadas en la Sevilla Imperial, la que vio en sus alcázares la boda de Carlos V y la estancia de su hijo Felipe II. Salvo el caso de las canciones de Alonso de Mudarra, compuestas ab initio para voz y vihuela, el resto de las piezas sonaron en estupendos arreglos realizados por Abramovich siguiendo las mismas pautas de la época. Cabría achacar al programa escogido una clara monotonía expresiva y sentimental, pues todas las canciones giraban en torno al desamor y sus quebrantos. Maravillosos textos, claro (Boscán, Garcilaso, Cetina), especialmente degustables gracias a la articulación perfecta de Rocío de Frutos; pero también todos en tonos lastimeros y con músicas melancólicas que pueden llegar a estragar el gusto del oyente poco acostumbrado a este repertorio. Fueron, además, versiones muy comedidas en lo expresivo, sin apenas ornamentación ni variaciones en los tempos, posiblemente provocado por un excesivo respeto a lo escrito. Con todo, Rocío de Frutos consiguió dotar de alma poética y de esencia sentimental a las canciones gracias a un fraseo delicadísimo, cincelado a base de reguladores y de sutiles acentuaciones sobre palabras clave. A pesar de los apuros en la zona grave, su emisión natural, casi como una caricia sonora, fue lo mejor de la noche. Salvo en las estupendas diferencia sobre "Guárdame las vacas", muy bien articuladas, Abramovich quedó preso de la excesiva contención tanto en los acompañamientos como en las otras piezas a solo.

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