Crítica de Ópera

Un nuevo engaño escénico

Otello. Drama lírico en cuatro actos de Giuseppe Verdi. Coproducción del Teatro Massimo de Palermo y el Teatro de San Carlo de Nápoles. Dirección musical: Pedro Halffter. Dirección de escena e iluminación: Hanning Brockhaus. Director del coro: Íñigo Sampil. Escenografía: Nicola Rubertelli. Vestuario: Patricia Toffolutti. Diseño de iluminación: Alessandro Carletti. Coreografía: Valentina Escobar. Intérpretes: Gregory Kunde (Otello, tenor), Ángel Ódena (Jago, barítono), Francisco Corujo (Cassio, tenor), Manuel de Diego (Roderigo, tenor), Roman Ialcic (Ludovico, bajo), Damián del Castillo (Montano, bajo; y un heraldo, bajo), Julianna di Giacomo (Desdemona, soprano), Mireia Pintó (Emilia, mezzosoprano). Real Orquesta Sinfónica de Sevilla, Coro de la A.A. del Teatro de la Maestranza, Escolanía de Los Palacios. Lugar: Teatro de la Maestranza. Fecha: Sábado 31 de octubre. Aforo: Lleno. 

¿A que creían ustedes que se sabían el argumento de Otello? ¿A que pensaban que comprendían la psicología de los personajes y que eran capaces de identificar las pasiones que los mueven? Pues parece que no. Parece que ha tenido que venir uno de esos iluminados directores de escena alemanes, adoradores del konzept, para revelarnos la verdad sobre esta ópera que sólo él, Hanning Brockhaus, conoce y abrirnos así los ojos a la nueva verdad revelada. O eso o es que estamos ante una nueva tomadura de pelo consentida por los teatros, pues ya me dirán que otra cosa puede ser ver continuamente en escena a una serie de bufones procaces haciendo cabriolas y memeces; o que durante el maravilloso dúo de amor del primer acto Otelo y Desdémona se dediquen a arrastrar maniquíes, taparlos con una sábana y luego acostarse encima de ellos. Como diría Calderón (y con él Alberti), "yo era un tonto y lo que he visto me ha hecho dos tontos".

Tanto ruido escénico destrozó por completo ese mágico encuentro entre la pareja y los propios cantantes se vieron contagiados de la frialdad del momento. Si di Giacomo aguantó el tipo, Kunde estuvo inseguro todo este primer acto, con el pasaje estrangulado,  media voz abierta y con problemas de articulación.

El tenor norteamericano consiguió centrarse más en el personaje en los actos siguientes. La voz corre como un trueno en la franja superior, con agudos penetrantes, pero el paso del tiempo se va cobrando su tasa en la pérdida de brillo del centro y en los cambios de color inherentes a las dificultades para emitir con soltura en la zona de paso y en la media voz. No obstante, su fraseo incisivo y enérgico le revistió de sólida enjundia dramática más allá de la calidad de la voz.

 

No me convenció el Yago de Ódena. La voz es contundente y los fortes son impactantes, pero se va acentuando cada vez más un poco agradable bamboleo del sonido. Por otra parte, nunca fue un fraseador fino y esto, en este personaje, es un grave defecto que le hizo naufragar en los numerosos parlatos y pasajes soto voce y a media voz. Tuvo su mejor momento en el Credo, violentamente expresado.

La voz más completa de la noche fue la de Di Giacomo, poseedora de un timbre cándido y tierno, muy homogéneo en todos los registros y con facilidad tanto para apianar (conmovedor su Ave Maria) como para atacar limpiamente los agudos, todo ello con total sensibilidad en la expresión. Algo corto de volumen el Casio de Corujo que, como otros cantantes (Pintó), fueron a menudo tapados por un foso de demasiado volumen (cuarteto del segundo acto). Halfter arrancó con problemas de tensión interna, pero tras el primer acto imprimió una dirección dramática y muy acentuada a una espléndida orquesta con cuerdas magníficas. Estupendos el coro y brillantes los niños de Los Palacios.

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