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Cultura

El mundo de lo real maravilloso

Melodrama en tres actos de Giuseppe Verdi. Real Orquesta Sinfónica de Sevilla y Coro de la A.A. del Teatro de la Maestranza. Producción: Fundación Teatro de la Ópera de Roma. Escenografía y dirección escénica: Franco Zeffirelli. Dirección musial: Andrea Licata. Intérpretes: Norah Amsellem (Violetta, soprano), Teodor Ilincai (Alfredo, tenor), George Petean (Giorgio Germont, barítono), Itxaro Metxaka (Flora Bervoix, mezzosoprano), Aurora Amores (Annina, soprano), Alejandro Guerrero (Gastone, tenor), Luciano Miotto (Barón Douphol, barítono), Javier Galán (Marqués D'Obigny, barítono), Elia Todisco (doctor Grenvil, bajo), Francisco Morales (Giuseppe, tenor), Jorge de la Rosa (mensajero y criado de Flora, barítono). Reposición de la puesta en escena: Pier Paolo Pacini. Coreografía: José el Camborio. Reposición de la coreografía: Lucía Real. Aforo: Lleno.

La ópera como último reducto de la fantasía, del asombro, de la imaginación, de la fascinación por el momento irrepetible, por el aquí y ahora que nunca más volverá a ser igual. Así entiende Zeffirelli, como último bastión de la gran escuela de escenografía operística italiana, este espectáculo, esta creación de la sensibilidad humana que se ha de mover a la fuerza entre la irrealidad del lenguaje cantado y de sus lentos tiempos, por un lado, y la necesidad de credibilidad de la historia que se quiere contar. Frente al conceptualismo que desnuda de fantasía a la ópera, el gran artista italiano nos viene a decir que necesitamos de la fantasía, de creernos por un rato una realidad paralela construida no a base de ideas, sino con el cemento de los sentimientos en estado puro; porque la ópera, endefinitiva (y de ahí su supervivencia en tiempos de materialismo), nos viene a recordar que somos animales tanto racionales como pasionales y que las pasiones retuercen a menudo los senderos de la razón.

La bellísima producción presentada estos días en el Maestranza juega a que nos creamos que puede ser real la historia de Violetta. No pretende hacerla creíble, sino que sintamos la necesidad de que pueda serlo. Los trampantojos de los falsos telones nos dicen que todo es falso, como las iluminaciones fantasmagóricas de los finales de los actos segundo y tercero. Pero el derroche de refinamiento, de lujo y de detalles en el vestuario y, sobre todo, en la impactante escenografía del arranque del segundo acto, buscan la apariencia de realismo, un realismo poético y cargado de simbolismo. Así, Violetta acude a la fiesta de Flora, tar cortar con Alfredo, con un bellísimo traje de negro, de luto por la pérdida sentimental del ser amado. Pero cuando reaparece tras la humillación sufrida a manos precisamente de Alfredo, lo hace con una virginal túnica blanca, como una mártir que exhibe los únicos sentimientos puros de toda la narración. Y, entretanto, los asistentes han mutado sus coloristas trajes españolistas por rigurosos atuendos de negro, certificando así lo atroz del sufrimiento de Violetta.

Dejo para la crítica de mañana referente al segundo reparto que debuta esta noche el análisis de algunas cuestiones relativas a la dirección musical y me centraré aquí en las voces protagonistas.

Norah Amsellem fue de menos a más a lo largo de la función, más en cuestiones expresivas que en las puramente musicales, todo hay que decirlo. Su principal problema reside en una inapropiada emisión del sonido, que se queda en buena medida en la gola y sale carente de brillo y de proyección. De ahí que suene velado, que tenga problemas para proyectarse en la sala por debajo del mezzoforte y que en la zona grave tienda a entubarse. Por contra, se resuelve bien en la franja superior y, a partir de Morrò, su implicación afectiva fue cada vez mayor, culminando con un conmovedor Addio del pasato.

Ilincai, de bella materia prima puramente lírica pero de rudimentaria técnica, estrangula el sonido por sistema cada vez que sube, adegalza el sonido y lo mete en la nariz, siempre empujando de forma abrupta. Ataca las frases sin tener cubierto el sonido y tiende a cantar abierto en la zona de paso, lo que redunda en abundantes e indeseables cambios de color. Salvo en un muy sentido acto segundo, no consiguió dotar a su canto de los acentos y del fraseo delicado de su partitura.

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