Pilar Adón. Escritora

"He querido recuperar el tono terrible del cuento tradicional"

  • La autora presentó en la FNAC de Sevilla 'El mes más cruel' (Impedimenta), un conjunto de 14 relatos vertebrados en la inquietud y la incertidumbre

Los miedos contemporáneos habrán de ser, al fin y al cabo, la misma cucaracha de siempre con distinta cáscara. Nos hace temblar lo innominado, la incertidumbre, lo acechante -esta vez- sin rostro, lo oscuro en nosotros. Todo ello lo repasa Pilar Adón (Madrid, 1971) en El mes más cruel (Impedimenta), un conjunto de relatos que la autora -escogida Nuevo Talento FNAC- presentó ayer en Sevilla y lleva hoy a Málaga.

-Como dice Marta Sanz en el prólogo, la mayoría de sus personajes leen. De hecho, se sobrentiende que la lectura es el caldo de cultivo de muchas de las situaciones que se dan en los cuentos. ¿Una vez inoculado el virus, la lectura es la única manera de entender la realidad?

-Para esos personajes sí, y para muchos escritores, entre los que me incluyo, también. Estos personajes leen además para ocultarse, igual que se ocultan en sus casas. Pero muchas veces se nos olvida que el libro es una realidad en sí misma, un objeto mágico, que nos saca de donde sea que estamos, aunque nos meta aún mas en nosotros mismos. La literatura tiene la capacidad de abstraernos a la vez que nos inmiscuye más en la realidad, y eso también está en los personajes.

-¿Qué ha aprendido de sí misma leyendo que no hubiera podido aprender sola?

-Una pregunta típica es si hay algo autobiográfico en lo que uno escribe, y la respuesta es sí, pero con peros. La mayoría de las situaciones argumentales que se dan en los relatos yo no las he vivido pero en el trasfondo, en las implicaciones, en la obviedad que tiene la lectura... hay mucho de lo que soy yo. Esa sensación de constante huida, de querer estar en otro sitio... de esa frase tan terrible de Santa Teresa que advierte del daño de las plegarias cumplidas. A mis personajes les aterra mucho eso, y a mí, qué te voy a contar. Aun así, yo no soy una de esas personas que se flagelan al escribir, sino que intento divertirme creando ambientes y personajes, pero cuando haces esa introspección bestial sí te das cuenta de cosas que antes no habías notado.

-En muchas historias trata el revés oscuro de las relaciones personales. Cómo, con mucho amor, personas que nos quieren pueden hacernos entender que somos un monstruo (El fumigador) tal vez, simplemente, porque no nos adaptamos al molde.

--Ese cuento es uno de mis favoritos. Una mujer que vuelca su frustración interior en un niño y alimenta la creación de un monstruo que no existe, porque nunca se afirma taxativamente que el personaje sea monstruoso, sino que todo lo dice la relación de dependencia que tiene el niño con respecto a la nodriza, y cómo queriendo ampararlo y protegerlo, lo que está haciendo es anularlo. Estas relaciones son mucho más comunes de lo que nos permitimos ver y, de hecho, esa muy bien pudiera haber sido la infancia de los adultos que aparecen luego en el libro. Y son relaciones que se dan bajo la ortodoxia pura, no hay nada fuera del límite, no hay maltrato. Esa clave está presente en todos los relatos y en éste se ve muy claro cómo se desarrolla una personalidad dependiente a base de amor, de un amor exacerbado.

-"Mis personajes son relativistas en una época en la que el relativismo es poco menos que sinónimo de ignorancia", dice. Y es cierto que hoy día la duda está mal vista y lo que vale es lo absoluto, la dentellada, la fuerza. Pero creo que es un retroceso volver al axioma. El espíritu de la modernidad en sentido amplio, está en la duda, aunque la duda nos desestabilice...

-Ahora parece que todo el mundo tiene que saber de todo, tiene que hacer unas aseveraciones implacables y que no hay nada peor que una persona insegura. Mis personajes, sin embargo, son la duda andante. Personalmente, yo cada vez tengo menos certezas. En la adolescencia, por ejemplo, sí que necesitamos anclarnos y definirnos basados en unos modelos sociales que suelen ser estereotipos, dentro de un grupo que nos ampare, en el que nos veamos reflejados, y tomamos todas las verdades de ese grupo, pero según avanzas, nada es blanco ni negro. No es una situación cómoda, desde luego. De hecho, mis personajes se recluyen para no asumir responsabilidades.

-Sin que haya una sola referencia a los cuentos de hadas, se nota el peso de los elementos inquietantes del folklore: del bosque, de lo desconocido, de la soledad amenazante. Este clima, ¿ha sido algo consciente?

-Claro, y es algo que me divierte mucho como escritora. Nosotras hemos crecido con unos cuentos terriblemente crueles. Todo lo que le ocurre a la niña de Los zapatitos rojos por ser un poco caprichosa es un espanto, por no hablar de Piel de Asno y su padre incestuoso, o las parábolas de la Biblia... Ahora a los niños les dan otras cosas, pero esa crueldad nos ha impregnado y se nos ha quedado la advertencia: "Cuidado con lo que haces porque lo mismo te viene un castigo inmenso". Esas leyendas, ese folklore, incluso el lenguaje, esa manera de narrar las cosas, al final te permea y se te queda inconscientemente, pero yo he querido recuperarlo de forma consciente. Me gusta mucho la ambientación, la recreación, la crueldad soterrada de la familia, ese alejamiento, esa realidad paralela en la que nos sentimos tan cómodos cuando escribimos... La literatura es real pero es una realidad paralela, mágica, que incluye el punto de vista del escritor. Meterme en esa realidad paralela me resulta fascinante. Tan fascinante que por eso escribo y leo.

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