la tribuna

Luis Rivero García

La torna de Cataluña

EN el ya convulso panorama social y político español parece abrirse paso el proceso de autodeterminación del pueblo catalán. Como en cualquier contexto similar, en el que no medie la coacción violenta, se trata del legítimo ejercicio de la libertad de un pueblo que quiere decidir su camino, y además esta expresión de voluntad puede resultar muy sana para el conjunto de España, siempre y cuando esté claro para todos cuál es la situación de que partimos. Sin embargo, una vez más, el ruido de la disputa circunstancial amenaza con acallar las razones que el sentido común pudiera aportar para la toma de una decisión de tanta trascendencia.

En el plano político, los partidos de ámbito supracatalán han perdido la oportunidad de liderar también ellos el proceso (no olvidemos que la expresión de la voluntad identitaria catalana afecta a la totalidad de las gentes de España). Las posturas son bien conocidas y obedecen en buena medida, una vez más, a cálculos electorales: desde la cerrazón inmovilista de un Partido Popular aferrado a un constitucionalismo de circunstancia hasta la respuesta sobrevenida de un PSOE, que ahora propone soluciones que durante años pudo haber promovido.

Desde luego, la inmutabilidad de la Constitución no puede ser utilizada como argumento por parte de aquellos partidos que prescindieron de ella amparados en la oscuridad de un mes de agosto y que consideraron innecesario oír el parecer de los ciudadanos de este país. Los españoles no podemos tener miedo de que se ejerza el derecho de autodeterminación. Impedirlo, además de ser ilegítimo, es un indicio de escasa confianza en todo lo que nuestro país puede ofrecer a sus ciudadanos.

Particularmente creo que hay mucha más riqueza en la interacción (por colaboración y aun por contraste) del aporte de lo catalán y lo español (permítase aquí esta distinción) que en la suma de sus aportes separados, y me gusta seguir sintiendo como propios los versos de Pere Quart, los recios vinos del Priorato, el encanto de la llanura ampurdanesa, auténtico dibuix dels déus. No será, sin embargo, mi decisión ni la de mis convecinos, sino que serán las gentes de Cataluña las que tendrán que optar, de una vez y para siempre, por mantener una libre fraternidad o iniciar un camino en solitario.

Ahora bien, si llegara ese indeseado caso, tengo igualmente claro que España seguiría su camino con la seguridad que le otorga la riqueza de sus gentes y sus tierras, y que Cataluña, como ocurre en todos los amores rotos, se nos acabaría sumergiendo en la niebla del interminable olvido (Neruda dixit).

Y si la autodeterminación es legítima, creo que además puede ser muy útil para ambas partes. Casi diría que es necesario dejar clara de una vez esta cuestión. Porque seguramente el más importante problema identitario de España es la imbricación de Cataluña, auténticamente orgánica y estructural en la concepción de nuestro país (el problema de encaje del País Vasco, con ser mucho más ruidoso e hiriente, es anecdótico en comparación).

Inútiles, represivas y totalitarias han sido las políticas de negación del "hecho diferencial" de Cataluña, con sus herramientas complementarias de centralismo madrileño, pero igualmente inútiles, como ahora se ve, han resultado unas políticas de reivindicación de la periferia que al final han degenerado en este trastorno bipolar que la mayoría de españoles soportamos día tras día en un país que parece limitarse a lo que ocurra en Madrid y en Barcelona (que no en Cataluña). El actual estado de cosas no sólo no satisface a un importante sector de la población catalana, sino que resulta también inaceptable desde hace bastante tiempo para buena parte de los españoles que no padecemos problemas de identidad, y los partidos de todo el país deberían haber terciado hace ya años en esta disputa que agrava una sangría secular.

Porque, con reconocimiento o no de su diferencia, el descontento de Cataluña -proteste quien proteste al leerlo- siempre se ha remediado con dinero y privilegios, de ahí que no pocos vean en el gesto de Artur Mas un nuevo órdago canjeable en dividendos. Y esto ha de ser recordado especialmente en unos momentos en que se aviva desde la oligarquía catalana el discurso del victimismo económico, que es utilizado casi como una demostración de la necesidad de independencia. La decisión a favor o en contra de esta independencia deberá ser tomada por una mayoría claramente significativa de la población de Cataluña y (en el caso de una decisión contraria) por un periodo de tiempo que rebase los eventuales cálculos de interés de una generación política, y en ello sería deseable que los catalanes contaran con el apoyo y comprensión del resto de españoles: vayan los míos sinceros por delante. Lo que en modo alguno cabe tolerar (lo dice un extremeño residente en Andalucía) es que un representante de la alta burguesía catalana se presente como víctima económica de un labriego de nuestras tierras. Con independencia o sin ella urge dejar las cuentas claras.

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