La tribuna

Juan Carlos Rodríguez Ibarra

Algo faltó en la Olimpiadas de Río 2016

EEl pasado día 5 se inauguraron los Juegos Olímpicos de Rio de Janeiro, en Brasil. Durante los meses que precedieron a la inauguración del evento deportivo más importante de cuantos se celebran cada cuatro años, se especuló sobre la capacidad y preparación de los brasileños para llegar a tiempo y en condiciones a la inauguración. Los medios de comunicación nos ofrecían imágenes y crónicas periodísticas que ayudaban a pensar negativamente sobre la decisión que se adoptó por los responsables de decidir el lugar de celebración de esos juegos. Habitaciones a medio construir, baños rotos, duchas destartaladas proyectaban la ruina que parecía ser la ciudad olímpica, sitio en el que los atletas y deportistas participantes iban a vivir durante el periodo de celebración de las competiciones en las que participaran. Se pretendía transmitir la idea de que Brasil no era un país acreditado para responsabilizarse de una organización como esa.

Muchos deseábamos que el pronóstico lastimero no se viera cumplido y que tanto los actos inaugurales como el conjunto de pruebas deportivas transcurrieran en un clima de paz y seguridad, alejado de los malos augurios que presagiaban atentados terroristas y malísima organización en pésimas instalaciones. Hasta el momento de escribir estas líneas, no se ha cumplido uno solo de los malos presagios que algunos vaticinaron, y los juegos transcurren con absoluta normalidad.

La inauguración del día 5 no gozó del esplendor de otros juegos, pero no desmereció lo que se esperaba en los tiempos de austeridad en los que vivimos. Aparentemente no pasó nada, y lo que pasó ya se imaginaba que ocurriría. Todo el mundo sabía que cuando tomara la palabra el jefe del Estado brasileño, muchas voces de los espectadores presentes en el estadio de Maracaná estallarían para exteriorizar su protesta contra la política brasileña y contra el autor de la marginación de la presidenta Dilma Rousseff. Pero antes de que el presidente en funciones, Michael Temer, redujera su discurso al mínimo posible para no prolongar el gran abucheo que se llevó al declarar abiertos los Juegos de Rio de Janeiro, hicieron uso de la palabra el representante del Comité Olímpico internacional, Thomas Bach, y Carlos Arthur Nuzman, presidente del Comité Organizador.

En las más de tres horas que duró la inauguración, aparentemente, no ocurrió nada. No se hundió el graderío ni la tribuna presidencial; las delegaciones de los más de doscientos países desfilaron alegremente al son de las samba, y los fuegos artificiales se encendieron y explotaron en el momento en que tenían que hacerlo. ¿Por qué, entonces, digo que, aparentemente, nada ocurrió? Una anomalía apareció en el momento en que se verbalizaron los discursos sin que el mundo latino haya exteriorizado su malestar. Tanto el representante del COI como el del Comité Organizador leyeron sus respectivos discursos en portugués, en francés y en inglés. Resultaba lógico que el portugués fuera la lengua que prevaleciera en los discursos oficiales por la sencilla razón de que ese idioma es el oficial del país que organiza la Olimpiada Rio 2016. Tampoco resultaba extraño que el inglés, como lengua más internacional, se colara en muchos párrafos de las alocuciones. Incluso se puede entender que el francés fuera también la lengua en la que los oradores leyeran algunas frases de los discursos. Lo que resultó incomprensible fue la ausencia de la lengua castellana en los discursos de inauguración de los primeros juegos olímpicos que se celebraban en un país latinoamericano. Sin pretender ningún tipo de chauvinismo, si cuatro idiomas parecían demasiado, lo lógico hubiera sido mantener el portugués como primera lengua, el inglés que representa lo angloamericano, y haber eliminado el francés para sustituirlo por el castellano que representa lo latino; es decir, el eje que va de Europa a América latina formando un continuo cultural que hace que todos y cada uno de los países que conforman ese eje nos sintamos parte de una cultura común y de una historia compartida.

La presencia de España en esas olimpiadas significa algo más que la posibilidad de obtener más o menos medallas que reflejen el éxito de nuestros deportistas. El éxito o fracaso de los Juegos de Rio de Janeiro será considerado como el éxito o el fracaso de uno de los nuestros. Ningún país anglófono se va a sentir aludido si la organización olímpica saliera mal en Brasil. Tampoco se sentirían concernidos los países francófonos. Los países latinos sí sentiremos como nuestros los éxitos o fracasos de Brasil. Y por eso se entiende mal que nadie se acordara de usar la lengua que une una comunidad como la latina.

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