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La tribuna económica

Manuel / Hidalgo

El problema es estructural

HACE una semana un grupo de trece economistas presentaba un manifiesto que describía la imperiosa necesidad de actuar con decisión en el mercado de trabajo. A este manifiesto se adhirió parte de la plana mayor de la profesión en España, hasta sumar un número total de cien "magníficos".

Muchos han acusado a este grupo de oportunista y otros de neoconservador, palabra que parece estar de moda para insultar al que algo propone. Aunque la primera de las críticas es más difícil de contradecir, la segunda está argumentada por aquellos que eluden el debate. El que les escribe conoce a buena parte de los firmantes y les puede confirmar, sin el menor atisbo de duda, que pueden ser cualquier otra cosa menos esto de que se les acusa.

Independientemente de toda esta historia, es evidente que nuestro mercado de trabajo necesita reformas urgentes. La primera de ellas la justifica el vértigo que da la elevación de la tasa de paro, que casi se ha multiplicado por dos en apenas doce meses. La segunda razón, porque contrariamente a lo que se suele argumentar, tal y como está estructurado el mercado resulta tremendamente injusto para el colectivo que más sufre la crisis: los trabajadores temporales.

La primera razón ha roto todos los esquemas incluso dentro de la profesión de los firmantes. Los economistas suelen manejar un concepto, denominado como tasa natural de desempleo, y que es considerada como el valor al que tiende la tasa de paro en una economía. Este valor está función de variables estructurales como la legislación laboral, la estructura productiva, el nivel de cualificación de los trabajadores, etc. Pues bien, hace algo más de una década se calculaba esta tasa al rededor del 15-17% de la población activa. Hace un año se decía que rondaba el 9-10%. ¿Cómo es posible que fuera así si hoy tenemos una tasa del 17%? Simplemente ese cálculo era erróneo. Concluyendo, los problemas estructurales persisten una década después. Debatir sobre cuáles son, es sano, mirar hacia otro lado, un error.

En segundo lugar, nuestro mercado de trabajo está diseñado para incentivar la contratación de empleo temporal, consecuencia de los elevados costes de despido para los trabajadores fijos. Esto condiciona el modelo de crecimiento (intensivo en mano de obra temporal) y hace recaer en este colectivo todo el ajuste de los ciclos económicos, perjudicando enormemente su proyecto de vida. Además, como ya he repetido en esta columna, reduce la inversión en cualificación, afectando de lleno a la productividad y a los salarios.

Defender este sistema de mercado, hoy que es uno de mayo, es reafirmar un sistema injusto por cuanto el paro se ceba con los más débiles, inmunizando a los que por suerte poseen contratos fijos. La reforma pretendería eliminar estos incentivos así como distribuir los costes de forma menos injusta. Además habría consecuencias positivas como por ejemplo un mayor crecimiento de la productividad.

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