La tribuna

Francisco J. Ferraro

El euro como problema

EN las vísperas de la creación del euro muchos profesores de Economía participamos en una campaña en la que informábamos de la "buena nueva" con un listado de las ventajas que nos reportaría la moneda única. Sabíamos que algunos prestigiosos economistas cuestionaban la operación, pero, dado que casi todos eran estadounidenses, despachamos sus críticas aduciendo que venían condicionadas por el temor a que Europa con una moneda fuerte sería un reto a la hegemonía económica de los Estados Unidos. El cuestionamiento a la implantación del euro se encontraba en la teoría de las "áreas monetarias óptimas", que desarrollara el premio Nobel Robert Mundell y que en síntesis venía a señalar que países con diferentes niveles de desarrollo, sin elevada movilidad laboral entre ellos y sin política presupuestaria compartida, sufrirían efectos asimétricos si se produjese un shock económico internacional, para el que no podrían contar con las potentes armas de las políticas de tipo de cambio y monetaria.

A pesar de estas consideraciones, se decidió crear la unión monetaria sin que los Estados cediesen soberanía política ni fiscal alguna. Como medida de contención se impusieron unas condiciones de convergencia para acceder al euro y, posteriormente, el Pacto de Estabilidad y Crecimiento a instancia de los países centrales de Europa, que temían la falta de rigor fiscal de los países mediterráneos. Sin embargo, las dificultades presupuestarias de Francia y Alemania en el año 2003, que superaron el tope de déficit público, no fue sancionada como estaba previsto, propiciando desde entonces un mal ejemplo que podría repetirse en cualquier país.

En la fase de crecimiento económico el área euro no experimentó problemas aparentes, aunque se fueron produciendo procesos económicos diferenciados, como el de España, que con el paraguas del euro pudo financiar de forma barata e inagotable su extraordinaria expansión inmobiliaria y su elevado consumo... Hasta que estalló la crisis financiera internacional con su secuela de problemas, el último la crisis de la deuda griega, como consecuencia del falseamiento de sus cuentas pública que ocultaban un nivel de déficit y endeudamiento mucho mayor del declarado. Si Grecia hubiese tenido su propia moneda hace tiempo que la habría devaluado y habría propiciado un ajuste de sus costes y sus precios menos doloroso que el proceso de deflación al que está condenada en los próximos años y, además, no existiría el riesgo de contagio a otros países con los que ahora comparte moneda.

La creciente presión de los mercados financieros sobre la deuda griega, elevando su diferencial con respecto al bono alemán hasta los niveles de los bonos basura, ha puesto de manifiesto las dificultades de abordar la crisis del euro. La reticencia alemana a correr con los costes, la inexistencia de mecanismos concebidos con este fin y la exasperante lentitud en la toma de decisiones colegiadas de gobiernos más pendientes de la repercusión nacional de las medidas que del salvamento del euro propiciaron en las semanas pasadas que el peligro de insolvencia se extendiese a otros países como Portugal, España, Irlanda o Italia, con un creciente aumento de los tipos de interés para la deuda y con rebajas y amenazas de reducción del rating por las agencias de calificación.

En la noche del domingo al lunes pasado, tras una semana de fuertes caídas en las bolsas de valores y depreciación del euro frente al dólar, el Ecofín aprobó el Mecanismo de Estabilización Financiera que permitirá movilizar 750.000 millones de euros para apoyar a los Estados con dificultades, a lo que se sumó la decisión del Banco Central Europeo de comprar deuda pública y privada para asegurar la liquidez. Estas iniciativas fueron valoradas inicialmente de forma positiva por los mercados, pero a lo largo de la semana ni los multimillonarios fondos de rescate, ni los reiterados mensajes de compromiso con el euro ni los planes de reducción del déficit anunciados por Grecia, Portugal, España, Francia o Alemania han logrado evitar el temor a un agravamiento de la crisis fiscal en Europa, propiciando el descenso de las bolsas y arrastrando la cotización del euro al valor más bajo de los últimos cuatro años.

En este contexto, crece la preocupación por la posible recaída en recesión de la zona euro, mientras aumenta la coincidencia entre los analistas sobre la incapacidad de que Grecia pueda hacer frente a sus pagos por mucha ayuda que reciba, y se apuntan a una ruptura de la eurozona como única salida. De las muchas lecciones que esta crisis nos sugiere una, que no debe pasar inadvertida, es que el voluntarismo político de proyectos sin una base económica solvente terminan mostrando su inconsistencia antes o después.

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