calle rioja

Pasarela musical en el kilómetro 37

  • Un día de maratón. En la curva de Caracol y Chicuelo, a falta de cinco kilómetros para la meta, el grupo Groove on Woods amenizaba a los corredores de la prueba.

EN el kilómetro 37, junto a la tienda de Ana Mari, el grupo Groove on Woods, sevillanísimo pese al nombre, amenizaba la marcha de los maratonianos, que en ese punto, la curva de las tres mellizas (Caracol, Chicuelo, Pastora) estaban a cinco kilómetros de la meta en el estadio de los arquitectos Cruz y Ortiz, ahora reconocidos junto a Vázquez Consuegra en la muy maratoniana ciudad de Nueva York.

La Alameda también tiene su Cayetana. Esta vecina, sin más título que su simpatía y sus hermosísimas hijas, animaba a los corredores. Las terrazas de los bares, los famosos veladores, se convertían en improvisado graderío para el abigarrado espectáculo: calvos y melenudos, jóvenes y provectos, delgados y hermosos, sureños y septentrionales, europeos y africanos, éstos en el mascarón de proa de la carrera. 30 años después del 23-F, la normalidad democrática era ver en la camiseta de uno de los corredores la consigna La Guardia Civil muere pero nunca se rinde. Todo el mapa de España, cientos de topónimos, desde Xátiva a Talavera de la Reina o "Melilla siempre española". También de lejanos confines, desde México a un nutrido equipo que mostraban la referencia geográfica del valle del Somme, un río de la región francesa de la Picardía que une los muy literarios lugares de Saint-Simon y Sain-Valery-sur-Somme

Es una tradición que uno se encuentre a los amigos cuando la larga marcha, ya exhausta, pasa por la concurrida Alameda. Y nuevamente lo vi, esta vez en la mejor compañía. Paco Luis Arista Ureña es un paisano de Puertollano que vino a Sevilla poco antes que yo; llegó a hacer la mili en Tablada y lo licenció una trianera. Pirata, se leía en su camiseta. Piratilla, en la de su hijo. Iban los dos juntos, como esos japoneses de la película de Kurosawa La fortaleza escondida. Muchas estampas familiares. Los que iban mejor apoyaban a los que se les hacía un mundo la traca final. Subir Calatrava pensando en la Cruzcampo.

Nombres exóticos de equipos de atletismo: Saltamontes, Los Mocos, éstos arropados por una numerosa clac femenina con pancartas junto al República, los Pretorianos de Tomares o los amigos de Bikila, el atleta etíope que ganó el maratón de Roma en los Juegos Olímpicos de 1960 llegando descalzo al Coliseo. Los niños se cansaban de contar corredores y algunos se metieron en el cuentacuentos del República. Por la zona pasaba el arquitecto Antonio González Cordón, vecino de la calle Santa Ana. El vecindario tenía a su representación entre los corredores: Lolo Milanés, productor del Canal Sur y dueño consorte de El Paladar, el colmado de la calle Lumbreras, o uno de los hermanos González Malaver, criado en el obrador de la calle Santa Clara.

Campanas de 12 de Omnium Sanctórum y seguían pasando corredores en una fase de la carrera que tenía más de penitencia que de comunión. 42195.es figuraba en la camiseta de algunos participantes, una página web con la distancia exacta. Santi Martínez Vares y Carlos Crivell contemplaban el pacífico ejército. No hay ningún concejal entre los atletas, con la excepción de Vicente Flores, que ya dejó la corporación. Dice Santi que el éxito del Maratón de Sevilla se ha dejado notar en las pernoctaciones y en la cuenta de bares y restaurantes. Muchos hoteles y pensiones acogían a los que han venido de fuera. En el hotel Colón se alojaba el Athletic de Bilbao, que empezaba a correr por la tarde. A la misma hora de las campanadas de la iglesia, en el bar Realito, meta volante de la carrera, empezaba la retransmisión del Rayo Vallecano-Sevilla. El Maratón es una San Silvestre sevillana que anuncia la primavera. Filípides de nuevo cuño que en realidad traen la buena nueva del miércoles de Ceniza.

Paco Pozo, de la joyería Félix Pozo (negocio de 1922) daba un paseo entre trotamundos. La música continuaba. Era otra forma de hacer el maratón. Aires de fiesta y charanga. Marisa jaleaba a los corredores y celebraba la presencia de Rafa, su marido, para delirio de Alba y Lucía, sus hijas. Treinta ediciones del Maratón de Sevilla, que se consolida entre los mejores del género desde que cambió los polígonos industriales por el centro histórico, la mejor cahiz del mundo de que hablara Antonio Domínguez Ortiz. Paco, de Casa Paco, contemplaba la escena. Después no se vería una sola mesa libre en su ya clásico establecimiento. Los que pasaban corriendo regresaban después con paso quedo. Muchos no habían nacido cuando Tejero entró en el Congreso, ni siquiera dos 23-F después cuando el ministro Boyer anunció la expropiación de Rumasa. Sí había veteranos que vivieron ambos sobresaltos de aquellos años impares, el 81 y el 83. Sexagenarios dignísimos con un ritmo trepidante que se llevaban los mayores elogios del público.

Había corredores solitarios y grupales, gregarios y gregorios. La mañana fue espléndida, algún avión a reacción surcaba el cielo de Sevilla y la luna no se iba del todo, colgada como pinza en el tendedero del firmamento, podio de las ilusiones.

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