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92: el año que Sevilla fue capital oficiosa del reino

CoN el lunar de la muerte de don Juan de Borbón, el 1 de abril de 1993, el hombre que pudo reinar con la fórmula de Kipling que llevó al cine John Huston, la década de los noventa fue una buena época para la Familia Real. No sólo porque en los siguientes años impares casó a las infantas Elena (18 de marzo de 1995) y Cristina (4 de octubre de 1997), sino porque las dos ciudades que acogieron los respectivos enlaces matrimoniales, Sevilla y Barcelona, ambos filmados por Pilar Miró, se convirtieron el año 92 en capitales del mundo. Mimadas por los mejores arquitectos, visitadas por los políticos más influyentes del planeta, epicentro de las mejores marcas deportivas del fin del milenio.

Visitantes asiduos en ambas citas, la Exposición Universal de Sevilla y los Juegos Olímpicos de Barcelona, en función de una ley no escrita, una imperceptible norma consuetudinaria, el Rey estuvo más volcado con Barcelona, deportista olímpico al fin y al cabo, como el yerno de fatídicas secuelas al que conocería en esos Juegos, y la Reina, con un perfil más cultural e ilustrado, se volcó más con la Sevilla de los ingenios y los inventos, desde el teleférico al submarino de Isaac Peral, del microclima a la fibra óptica.

El 20 de abril de 1992 era lunes. La Expo conmemoraba el quinto centenario del mal llamado Descubrimiento de América. La gesta de Colón que patrocinaron los Reyes Católicos y ahora evocaban estos reyes católicos -y ortodoxos, porque se casaron en Atenas y en Madrid por el doble rito religioso- dio pie a modernizar una ciudad regida por un alcalde, Alejandro Rojas-Marcos, que a su condición de andalucista unía la de donjuanista de sus tiempos de visitas a Villa Giralda, la casa del hijo inédito de Alfonso XIII en Estoril. El Rey y la Reina no llegaron en carabela. Participaron en la inauguración oficial del Tren de Alta Velocidad, el AVE fénix del neodesarrollismo de Felipe González que permitía que la ciudad resurgiera de sus cenizas. Los Reyes en Santa Justa, justo desagravio al abuelo que cogió el tren del exilio tras las elecciones municipales del 36.

El rey Juan Carlos I ha hecho en junio el mayo francés. Nacido en plena guerra civil, abdica en favor de su hijo, nacido el penúltimo día de enero de 1968, unos meses antes de la revuelta estudiantil en la Sorbona. El Príncipe de Asturias vino en año olímpico. México 68. A su padre lo invitó Samaranch unos meses antes a los Juegos del Mediterráneo de Túnez, donde España logró 57 medallas. El embarazo de la reina Sofía coincidió con un año 67 marcado por una pésima campaña turística y la devaluación de la peseta.

Si Felipe II se llevó la Corte desde Madrid a Toledo y después vivió dos años en Lisboa, la Familia Real española también diversificó la Corte en el 92, convirtió a Sevilla y Barcelona en capitales oficiosas de las relaciones internacionales y el deporte. Con el premio de la consolación del Madrid Cultural del que nadie se acuerda, propina abducida por el marketing contracultural de la movida.

Un día antes de la inauguración de la Expo, Gordillo jugó su último partido oficial con el Madrid. El día que debutó en el Betis (30 de enero de 1977), el príncipe Felipe cumplía nueve años. Con diez asistió, madurez preceptiva, a la aprobación de la Constitución de 1978. La primera comunión de la democracia. La edad con la que su padre, el visitante de la Expo y de los Juegos, pisó por primera vez tierra española y fue recibido por el Jefe del Estado, Francisco Franco, al que ayer le rompió el cordón umbilical con los libros de Historia.

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