Sevilla

Un camionero rumano por la calle Trajano

SE puso a llover y buscamos protección en el Alameda Multicines, el primero de su género en Andalucía. Lo que no le ha dado el festival de San Sebastián, se lo dan los espectadores en taquilla. "He quedado con una amiga para ver la de la sala cuatro, pero va a empezar de un momento a otro", le decía una mujer a un conocido. Llamaron por mefagonía a los espectadores. Con el tiempo justo llegó la amiga. Entraron a ver El secreto de sus ojos. El argentino Ricardo Darín es el típico actor que llena salas de cine, esa magia tan difícil, lo que en tiempos de la transición consiguió José Sacristán, con la habilidad de pasar del destape a la transgresión. En este mismo multicines en su temporada inaugural vi al actor de Chinchón, tan argentino Sacristán a su modo como Darín, en el verano de 1977 protagonizando Asignatura pendiente de José Luis Garci con Fiorella Faltoyano, una de las bellezas más serenas y turbadoras a la vez del cine español.

Empezaba la película de Juan José Campanella y sonaban las campanas de San Lorenzo. Unas palomas se habían posado en un balcón de la calle Potro, donde una placa recuerda que pasó parte de su infancia Gustavo Adolfo Bécquer. El hombre que saludó a la cinéfila impaciente también se protegía de la lluvia. En vez de paraguas de Cherburgo, compró palomitas para sus dos nietas mientras escampaba. La mayor, de nombre Elena, le dio unas cuantas a mi hijo. Las palomitas son los subtítulos de las películas infantiles. No hay película que no lo sea para los que asociamos la infancia con el descubrimiento de este poderosísimo invento de mentir con grandes verdades. Masticaban las palomitas y las palomas becquerianas seguían a lo suyo.

Dejó de llover. Darín y Campanella empezaron a ganarse el pan con el tecnicolor de su frente. El joven abuelo salió con sus nietas. Yo hice lo propio con mi hijo, que se encontró con una superproducción de Samuel Bronston en plena Alameda. Un gigantesco camión circulaba por el interior del paseo. Acababa de descargar paneles y andamios de una exposición de cuyo patrocinio se leía Asturias, Paraíso Natural. El camionero aparcó el megaterio de veintiuna ruedas, incluida la de repuesto, junto a las columnas de Hércules y Julio César. Maciste contraataca. El imperio romano se hizo rumano, la nacionalidad del camionero. Se presentó como Valentín y vive en Luarca. En el camión venían los topónimos de Mieres y Siero, aunque mora en Gijón. Me preguntó por la calle Alfonso XII. ¿Dónde vas por Alfonso XII?, se quedó con ganas de preguntarle Antonio Castellanos, manchego de Almagro, sevillano de San Juan de la Palma.

El rumano nos contó que tiene una niña de tres años nacida en Asturias, su patria querida. El manchego añadió que su primera novia era de Salinas, la playa próxima a Avilés, ciudad industrial de la que yo tuve una precoz corresponsalía en la Corte. El cielo se había puesto negro, un estanque colgado entre las nubes, y empezamos a entrelazar nuestras diversas patrias como los operarios trenzaban los andamios de esos Alpes de pitiminí en Sevilla, una ciudad llana de ciudadanos sinuosos.

Un camionero rumano por la calle Trajano. No cabe mejor homenaje a las ruinas de Itálica. Después pasaría por la plaza del Duque que Sevilla, como recuerda el historiador Moreno Alonso, dedicó a Espartero, el general que ordenó bombardear la ciudad; y finalmente, ese camión de Siero-Mieres-Asturias, ruedas de Principado, buscaría el reverso del Santo Entierro por Alfonso XII, la calle, como una vez nos contó Antonio Cascales, por la que entró en Sevilla el siglo XVIII y la modernidad.

Las amigas seguían viendo la película del cineasta argentino mientras el camionero rumano esperaba la llegada la escolta de la policía municipal. Dos países, Rumanía y Argentina, a los que emparejó el destino en un Mundial, el de Estados Unidos, con los termómetros a revientacalderas. En ese Mundial, dos amigas periodistas me invitaron a sus respectivas bodas: Esther Martín, presentadora de Los Reporteros, moderadora en el último cara debate electoral entre Arenas y Chaves (el chiste de Miki & Duarte de ayer en este diario sobre el efecto Dos Hermanas ha sido sin duda lo más comentado en los mentideros políticos, mediáticos, cofrades y hasta balompédicos) y Mamen Otero.

Le conté al camionero rumano que de pequeño, cuando vivíamos en Galicia, fuimos más de un verano a Perlora, cerca de Candás, un paraíso asturiano con una plaza de toros en la playa. Era una residencia de Educación y Descanso, título inédito del disco del rockero Silvio con su batería y canciller Pive Amador.

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