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Estudiar entre rejas

  • Mil presos vuelven al aula para iniciar su reinserción social · Los cuatro centros penitenciarios de Sevilla imparten desde la formación básica al Bachillerato.

Aprender entre rejas. Aprovechar la última oportunidad para formarse cuando la vida está privada de libertad. Así podría definirse la situación de los 1.037 reclusos que estudian en los cuatro centros penitenciarios que hay en la provincia de Sevilla, donde cursan las materias propias de un centro de educación permanente, teniendo la mayoría de ellos como objetivo lograr el graduado en Secundaria, aunque algunos, incluso, se matriculan en Bachillerato sin descartar en un futuro estudiar una carrera universitaria. Son los estudiantes de la cárcel, donde la educación se escribe con mayúsculas.

Actualmente existe una escuela de adultos por cada prisión sevillana. Según el número de alumnos a los que atienden se diferencian entre secciones (SEP) y centros (Ceper). La SEP El Alambique se encuentra en el Centro Psiquiátrico donde hay matriculados 35 alumnos a los que da clase un profesor, y en la SEP La Ilustración, dentro del centro penitenciario de mujeres de Alcalá de Guadaíra, estudian 50 alumnas y trabajan dos profesores. Los centros de adultos, por su parte, cuentan con un mayor número de estudiantes. En el caso de Sevilla II, en Morón de la Frontera, el Ceper La Mezquitilla tiene a 582 presos escolarizados (el mayor de todos) y una plantilla de 11 profesores, mientras que en Sevilla I, el Ceper Alfonso Muriel dispone de 12 docentes para 370 alumnos. La mayoría de estos estudiantes se encuentran matriculados en el nivel 1 o de formación básica (730), seguidos de los que están inscritos en el nivel 2 o de planes educativos (206). En los cursos para la obtención del graduado en Secundaria hay inscritos 92 internos, mientras que el Bachillerato los estudian 9. En total, 26 docentes para 1.037 presos, según informa la delegación provincial de Educación.

Detrás de las cifras existe una dramática realidad. La mayoría de estos alumnos cuentan con una paupérrima formación anterior que en algunos casos es nula. Hay quien nunca ha pisado un colegio, de ahí que el estudio en la cárcel no sea una mera opción, sino un objetivo prioritario en la política penitenciaria española. Para ser admitido no hay ningún requisito. El alumno es asignado a un nivel según el grado de alfabetización que tenga, aunque la mayoría son inscritos en la formación básica, al tener dificultades de comprensión lectora y de escritura. En cuanto al número de estudiantes por clase, la delegación de Educación aclara que no existe una ratio predeterminada, ya que la ocupación de las aulas varía en función de múltiples factores como los espacios, el nivel educativo o el módulo en el que se imparta la enseñanza. Entre los temas didácticos en los que más se profundiza se encuentran la interculturalidad, el uso de los idiomas, el patrimonio cultural andaluz o los hábitos de vida saludables. Todo ello enfocado a lograr una convivencia pacífica dentro de la prisión y a obtener una cultura general básica que luego les sirva para integrarse lo más fácilmente posible en la sociedad, el principal reto de la estancia penitenciaria.

Uno de los centros de referencia de la enseñanza en las cárceles es el Ceper Alfonso Muriel, en Sevilla I. En esta prisión hay 291 internos que estudian la formación básica, 46 que lo hacen en los planes educativos, 29 que se preparan para obtener el Graduado en Secundaria y 4 que cursan Bachillerato, según Educación. Al margen, existen también cursos de mediación y resolución de conflictos, en los que se fomenta la comunicación, la mediación pacífica en los problemas, la limpieza y la higiene. Los formadores de estos cursos son reclusos que en su día fueron formados por monitores en dichas prácticas y que ahora enseñan a sus compañeros. A los estudios antes citados se añaden también cursos de formación profesional y talleres ocupacionales donde, además del deporte, se aprenden labores plásticas como el dibujo, la pintura y otras manualidades.

La enseñanza en este tipo de aulas es más individualizada que en un centro educativo general. Cada alumno parte de una base distinta y requiere de un tiempo diferente para asimilar ciertos conceptos. Belén, una de las docentes de Sevilla I que trabaja en la unidad mixta -con hombres y mujeres- explica que uno de los factores comunes a todos los estudiantes es la baja autoestima con la que comienzan. "No se creen capaces de nada. Tienen asumidos que no sirven para aprender, ya que la mayoría proceden de ámbitos marginales en los que el esfuerzo no está suficientemente valorado. Sólo con el tiempo son conscientes de sus facultades y de las grandes posibilidades con las que cuentan a fuerza de empeño", asegura esta profesora.

La mayoría de estos alumnos, con una edad media comprendida entre los 20 y 40 años, abandonaron sus estudios con la llegada de la adolescencia. Se pusieron a trabajar o fueron madres a temprana edad. No tenían el carné de conducir, aunque alguno hizo uso del coche como herramienta laboral. En todos sus rostros se adivina un cierto atisbo de esperanza, una ilusión que les ha regalado la vuelta a los libros y al pupitre. La definición más certera de la enseñanza tras las rejas la aporta Rocío, reclusa de 29 años: "La cárcel me ha dado la oportunidad que allí fuera no tuve: retroceder en el tiempo, volver a los estudios y reescribir mi vida".

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