El fútbol tiene una respuesta para cada decisión, para cada actitud que un equipo colectivamente o un jugador de manera individual tiene en el campo. El Sevilla recibió anoche en el Calderón un tortazo que lo despierta de su sueño, que tampoco es que fuera pensar ya en cotas de altura en una competición como el Campeonato Nacional de Liga, pero que había generado mucho optimismo después de un gran arranque que sí es cierto que ensordecía algunas dudas que, salpicadas, había dejado el once de Emery en fases o intervalos de partidos anteriores.
Quizá el castigo fue muy duro, excesivo para lo que propuso el Atlético y lo que dejó de hacer el Sevilla, pero es una muestra enriquecedora sobre lo que el fútbol requiere día a día: concentración, intensidad y tener las ideas claras. Todo lo que no sea eso se expone a acabar con el pecho hundido. Es verdad que hoy -ya desde el mismo momento en que Emery anunció la alineación- todo el sevillismo señala como borrón en el planteamiento inicial del técnico la decisión de cambiar la fisonomía de su bloque reforzando el centro del campo con un tercer pivote y renunciando a la capacidad de estirar el juego con un hombre como Denis Suárez, y puede que algo tuviera que ver, pero lo que tumbó al Sevilla ante el Atlético de Simeone fue la empanada en la cabeza de sus futbolistas en jugadas puntuales. Eso ocurre cuando un grupo, o no está preparado o tiene dudas. Y pasó en las jugadas de los cuatro goles rojiblancos, que no generaron ni una patata de fútbol y que se encontraron cuatro situaciones de balón parado producto de faltas ingenuas, absurdas, evitables y dignas de ser recriminadas individualmente con el vídeo por delante por medio del entrenador con cada uno de sus futbolistas. Igual que la estrategia defensiva, malísimamente ejecutada toda la noche (en córners y faltas se echó de menos a Iborra ante Mandzukic), que terminó de precipitar al vacío a un equipo desconocido ante un rival que no es mucho mejor que él.
Es verdad que el Sevilla renunció a sí mismo, todo eso se puede llegar a entender, pero un entrenador siempre busca algo cuando hace un movimiento así y evidentemente, lo que Emery perseguía, no se dio. Se podía adivinar antes del choque que ir con sobredosis de músculo no iba a estar mal porque el Atlético es un equipo que va al choque y que busca ganar los duelos por fuerza e intensidad. También que, como el Sevilla, es un rival poderoso en el juego a balón parado y ahí sí que marcó la diferencia. En fútbol, con todo lo poco que expuso el Sevilla, no. Pero Emery eligió a un futbolista como Carriço (o Kolodziejczak) en el centro del campo y no a Iborra, un jugador que -¿quién sabe?- a lo mejor hubiera equilibrado más los duelos en los balones aéreos.
Sea como fuere, no se dio, y ese Sevilla que se plantó en el Calderón sin organizador de juego no pudo, como es lógico, tener el balón. La consecuencia fue que no pisó área hasta la media hora de partido y fue precisamente cuando empezó a estirarse antes del descanso cuando llegó en una transición la segunda falta letal de la noche, la de Krychowiak.
La respuesta en el descanso fue cambiar el guión e intentar elevar los niveles de posesión de balón con Banega y Denis Suárez, pero los cambios tan acusados de chip en un mismo partido a veces cuesta que el futbolista los lleve a cabo y el colectivo llegue a ajustarse del todo. Como Bacca tampoco ayudó a conectar y estaba claro que el Atlético no iba a permitir que el Sevilla se conectara otra vez a la corriente con un 2-0 a favor y al calor de su afición, a los blancos se les fueron pasando los minutos entre choque y choque. A Denis le hacían el partido que le tenían preparado si salía de inicio y a Banega, el único que pudo tener algo más la pelota, tampoco es difícil abrumarlo para que acabe cansado y desconectado. No había más que hablar. Los dos últimos goles sobraban y obedecen a malas actitudes individuales que el técnico tendrá que corregir.
En lo colectivo, queda el resquemor de haber perdido una buena oportunidad para dar una voz en la Liga y supone la primera derrota de la temporada cuando los pechos empezaban a hincharse. Y ahí está la lección aprendida. Perdiendo o ganando en el Calderón, había que seguir creciendo y corrigiendo errores. Pues a crecer.
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