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Crítica de Música

Fidelidad al estilo

The King's Consort ofreció anoche en el Teatro Maestranza uno de los conciertos más esperados del Femás.

The King's Consort ofreció anoche en el Teatro Maestranza uno de los conciertos más esperados del Femás. / juan carlos vázquez

Cuando Robert King empezó a situar a su conjunto en primera línea internacional en la segunda mitad de la década de 1980, había tenido unos años para mirarse en los nombres que en aquel momento dominaban la escena barroca británica, cada uno con su estilo, de la blandura un tanto insustancial de Hogwood y la hipercorrección (de extraordinaria musicalidad, por otro lado) de Pinnock a las extravagancias de Norrington, pero fue John Eliot Gardiner y sus maneras más atrevidas que las de los dos primeros, pero sin los excesos del tercero, el que sin duda pareció cautivar al joven King, pues su grupo fue construyendo su identidad mediante la combinación de la pujante vitalidad rítmica con el refinamiento del fraseo, lejos sin duda de la audacia de un Goebel y aún más de las formas rupturistas que impusieron los jóvenes grupos italianos en los 90.

Pasadas tres décadas, ayer en el Maestranza pudo constatarse la fidelidad al estilo del ya maduro King, un estilo que, hay que decir en su honor, es el que en cierta manera se ha impuesto como mainstream de nuestro tiempo. Aunque algunos aún no se hayan dado cuenta, hace tiempo que la disputa entre el acento y la frase se resolvió en un estilo de síntesis que no renuncia a las articulaciones bien señaladas, pero tampoco a las frases expresivas y curvilíneas.

En estos parámetros cabe poner la actuación con la que el conjunto inglés cerró ayer el Femás de este año. Como soporte, un apreciable empaste entre la cuerda y la madera suave, que sólo se rompió por algunas irregularidades (parecen casi inevitables) de las trompas y, en menor medida, de las trompetas, un fraseo de notable flexibilidad, amigo de las curvas más que de las articulaciones rectilíneas, en la búsqueda de una afectuosidad e incluso una sensualidad que resultó muy apreciable por ejemplo en los minuetos finales de la Música para los Reales Fuegos Artificiales y, sobre todo, en la Entrada de Abaris de la suite de Rameau, en mi opinión, el momento más singular y hermoso de todo el concierto, junto al Adagio e staccato del inicio de la Música Acuática, con un soberbio solo de oboe mecido tiernamente por una cuerda muy expresiva.

Al lado de esta voluntad por el refinamiento y el orden, el grupo supo dotar también a su interpretación de momentos marcados por el contraste tímbrico y los juegos de pregunta y respuesta entre las secciones orquestales, así como por efectos atrevidos de rubato, como en las country dances de la Música Acuática o la contradanse en rondeau de Les Boréades, y por un énfasis en los acentos como forma de señalar las síncopas y los cambios rítmicos.

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